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Hubo un instante de silencio y luego un sollozo apagado. Acto seguido oyó una serie de palabras entrecortadas que por separado significaban poco pero que juntas decían mucho:

– No puedo, es que no puedo, es demasiado, no quiero, oh, no se…

«Una mujer joven», pensó Ricky.

Pronunciaba las palabras con claridad, aparte de los sollozos de emoción, así que no parecía haber problemas de drogas o alcohol. Únicamente soledad y humana desesperación en plena noche.

– ¿Podrías hablar más despacio e intentar contarme lo que pasa? -sugirió con dulzura-. No hace falta que sea todo. Sólo lo de ahora mismo, en este momento. ¿Dónde estás?

– En el dormitorio de la residencia.

La respuesta llegó tras una pausa.

– Muy bien -la animó Ricky con suavidad, para empezar con las preguntas-. ¿Estás sola?

– Si.

– ¿No hay una compañera de habitación? ¿Amigos?

– No. Sola.

– ¿Es así como estás siempre? ¿O sólo tienes esa sensación?

Esta pregunta pareció hacer reflexionar a la joven.

– Bueno, he roto con mi novio y mis clases son todas terribles, y cuando regrese a casa mis padres me van a matar porque ya no estoy en el cuadro de honor. Puede que no apruebe el curso de literatura comparada y todo parece haber llegado a un punto crítico y…

– Y algo te hizo llamar a este teléfono, ¿verdad?

– Quería hablar. No es que quisiera hacerme algo…

– Eso es muy razonable. Al parecer no has tenido un semestre muy bueno.

– Ni que lo digas.

La muchacha rió con amargura.

– Pero habrá otros semestres, ¿verdad?

– Pues sí.

– Y tu novio, ¿por qué te dejó?

– Dijo que no quería estar atado…

– ¿Y cómo te sentó esta respuesta? ¿Te deprimió?

– Sí. Fue como una bofetada. Me sentí como si me hubiera estado usando sólo por el sexo, ¿sabes? Y ahora que se acerca el verano habrá imaginado que ya no valía la pena. He sido como una especie de caramelo. Pruébame y tírame.

– Una buena forma de decirlo -aseguró Ricky-. Un insulto, entonces. Un golpe a tu dignidad.

La joven volvió a guardar silencio un momento.

– Supongo, pero no lo había visto de ese modo.

– Bueno -prosiguió Ricky con voz firme y suave-. En lugar de estar deprimida y de pensar que te pasa algo, deberías estar enfadada con ese cabrón, porque es evidente que el problema lo tiene él. Y el problema es el egoísmo, ¿no?

Pudo percibir cómo la muchacha asentía con la cabeza. Pensó que era una llamada de lo más típica. Había llamado desesperada por lo del novio y los estudios pero, al examinarla más de cerca, en realidad no lo estaba.

– Creo que eso es cierto -corroboró-. Es un cabronazo.

– Entonces puede que estés mejor sin él. No es el único chico del mundo.

– Creía que lo quería -dijo la muchacha.

– Duele un poco, lo sé. Pero el dolor no es porque te haya roto el corazón. Es más bien porque comprendes que te engañó. Y ahora tu confianza se resiente.

– Tienes razón -dijo. Ricky notaba cómo se secaba las lágrimas al otro lado de la línea. Pasado un momento, la muchacha añadió-: Debes de recibir muchas llamadas como ésta. Todo parecía tan importante y tan terrible hace dos minutos. Lloraba sin parar y ahora…

– Todavía están las notas. ¿Qué pasará cuando llegues a casa?

– Se cabrearán. Mi padre dirá: «No me estoy gastando el dinero que tanto me cuesta ganar para que apruebes por los pelos».

La joven había emitido un carraspeo e imitado la voz grave de su padre. Ricky rió, y ella hizo lo mismo.

– Lo superará -comentó él-. Sé sincera. Cuéntale las tensiones que has sufrido y lo de tu novio, y dile que intentarás mejorar. Lo comprenderá.

– tienes razón.

– Mira, te daré una receta para esta noche y mañana -dijo Ricky-. Ahora acuéstate y duerme bien. Por la mañana, levántate y coge uno de esos cafés tan ricos, con mucha espuma y todas las calorías habidas y por haber. Luego sal fuera, siéntate en un banco, toma el café despacio y admira el tiempo. Y si por casualidad ves al chico en cuestión, ignóralo. Y si él quiere hablar, aléjate.

Busca otro banco. Piensa en lo que el verano te depara. Siempre hay posibilidades de que las cosas mejoren. Sólo tienes que encontrarlas.

– De acuerdo -contestó la joven-. Gracias por hablar conmigo.

– Si en los próximos días te sientes estresada hasta el punto de que la situación te resulte insoportable, deberías pedir hora a un consejero de los servicios médicos. Él te ayudará a superar tus problemas.

– Sabes mucho sobre la depresión -comentó la muchacha.

– Oh, sí. Es cierto. Suele ser transitoria, aunque a veces no. La primera es una situación corriente de la vida. La segunda es una auténtica enfermedad, y terrible. Creo que tú has tenido la primera.

– Me siento mejor -aseguró-. Puede que me compre una pasta con esa taza de café. Al infierno con las calorías.

– Esa es una buena actitud -dijo Ricky. Iba a colgar, pero se detuvo-. Oye, ayúdame en algo…

La joven pareció un poco sorprendida, pero contestó:

– ¿Qué? ¿Cómo? ¿Necesitas ayuda?

– Ésta es la línea directa para crisis -contestó Ricky con una nota de humor-. ¿Por qué crees que los que estamos a este lado no tenemos crisis?

– Ya -dijo la muchacha tras una breve pausa, como si asimilara la evidencia de esta frase-. ¿Cómo puedo ayudarte?

– Cuando eras pequeña, ¿a qué jugabas? -preguntó Ricky.

– Pues a juegos de mesa, ya sabes, la oca, el parchís…

– No. Me refiero a juegos al aire libre.

– ¿Como el corro o la gallinita ciega?

– Si. Pero ¿y si querías competir con los demás niños, jugar a algo en lo que uno tiene que perseguir a otro, mientras que a la vez lo persiguen a él? ¿Qué se te ocurre?

– El escondite.

– Si. ¿Alguno más?

La muchacha vaciló y dijo, como si reflexionara en voz alta:

– Bueno, estaba la muralla, pero era más bien un desafío físico. Y las gincanas, pero eso era para encontrar objetos. También estaba el ¿quién para?, y el rey…

– No. Estoy buscando algo que suponga un desafío un poco mayor…

– Pues entonces zorros y sabuesos -soltó-. Era el más difícil de ganar.

– ¿Y cómo se juega?

– En verano, al aire libre. Hay dos equipos, los zorros y los sabuesos, evidentemente. Los zorros salen con quince minutos de ventaja. Llevan bolsas de plástico llenas de trocitos de periódico.

Cada diez metros tienen que dejar un puñado. Los sabuesos siguen el rastro. La clave es dejar pistas falsas, volver sobre los pasos, confundir a los sabuesos. Los zorros ganan si regresan al punto de partida después del tiempo establecido, dos o tres horas más tarde. Los sabuesos ganan si atrapan a los zorros. Si ven a los zorros al otro lado de un campo, pueden perseguirlos. Y los zorros tienen que esconderse. Así que los zorros se aseguran de saber dónde están los sabuesos. Los espían, ya me entiendes.

– Ese es el juego que busco -afirmó Ricky con calma-. ¿Qué equipo solía ganar?

– Eso era lo bueno. Dependía de la ingenuidad de los zorros y la determinación de los sabuesos. Así que cualquier bando podía ganar en un momento dado.

– Gracias -dijo Ricky.

Las ideas bullían en su mente.

– Buena suerte -contestó la joven antes de colgar.

Ricky pensó que eso era justamente lo que iba a necesitar: un poco de buena suerte.

A la mañana siguiente empezó a hacer preparativos. Pagó el alquiler del mes siguiente, pero explicó que seguramente tendría que ausentarse por un asunto familiar. Tenía una planta en su habitación y pidió que la regasen con regularidad. Le pareció el modo más simple de engañar a las mujeres; ningún hombre que pide que le rieguen una planta estaría pensando en marcharse. Habló con el supervisor del personal de mantenimiento y éste le autorizó a tomarse unos días y los que le correspondían por las horas extra acumuladas. Su jefe fue igual de comprensivo y, gracias al menor trabajo del final del semestre, le dio permiso para ausentarse sin poner en peligro su empleo.

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