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No estaba seguro de que eso fuera exacto.

Era evidente que el abogado no le creía.

– Bueno, me alegra oír eso -señaló-. Tal vez podríamos llegar a un acuerdo entonces. Usted, su abogado y yo.

– Ya sabe cuál es el acuerdo que yo quiero, señor Merlin, o comoquiera que se llame. Así que, por favor, ¿podría dejar la farsa que se obstina en representar y decirme el motivo de que esté en este tren y sentado a mi lado?

– Ah, doctor Starks, detecto cierta desesperación en su voz.

– Bueno, ¿cuánto tiempo cree que me queda, señor Merlin?

– ¿Tiempo, doctor Starks? ¿Tiempo? Todo el que necesite, hombre…

– Hágame un favor, señor Merlin: váyase o deje de mentir.

Sabe muy bien de qué hablo.

Merlin lo miró con atención, con la misma sonrisita de gato de Cheshire en los labios. Pero a pesar de ese aire de autosuficiencia, había abandonado parte de su afectación.

– Bueno, doctor. Tictac, tictac. La respuesta a su última pregunta es: diría que le queda menos de una semana.

– Por fin una afirmación veraz. -Ricky inspiró con fuerza-.

Y ahora dígame quién es usted.

– Eso no importa. Un jugador más. Alguien contratado para hacer un trabajo. Y no soy la clase de persona que usted cree, ni mucho menos.

– Entonces, ¿por qué está aquí?

– Ya se lo dije: para animarlo.

– Muy bien -dijo Ricky con firmeza-. Anímeme.

Merlin pareció pensar por un instante y, acto seguido, le contestó:

– Creo que la frase inicial de Cuidados del bebé y del niño, del doctor Spock, seria adecuada en este momento.

– No he tenido ocasión de leer ese libro -comentó Ricky con amargura.

– La frase es: «Sabe más de lo que piensa».

Ricky reflexionó un momento antes de contestar con sarcasmo:

– Espléndido. Genial. Intentaré recordarlo.

– Valdría la pena que lo hiciera.

Ricky no respondió.

– ¿Por qué no me da su mensaje? -dijo en cambio-. Después de todo, es eso, ¿no? Un mensajero. Así que, adelante. ¿Qué quiere decirme?

– Urgencia, doctor. Ritmo. Velocidad.

– ¿Cómo?

– Acelere -soltó Merlin, sonriente, con un acento desconocido-. Tiene que hacer su segunda pregunta en el periódico de mañana. Tiene que avanzar, doctor. Si no desperdiciando el tiempo, por lo menos está dejándolo escapar.

– Todavía no he elaborado la segunda pregunta.

El abogado hizo una ligera mueca, como si estuviera incómodo en el asiento o notara los primeros indicios de un dolor de muelas.

– Eso se temían en ciertos círculos -indicó-. De ahí la decisión de darle un empujoncito.

Merlin levantó el maletín de piel que tenía entre los pies y se lo puso en el regazo. Cuando lo abrió, Ricky vio que contenía un ordenador portátil, varias carpetas y un teléfono móvil. También había una pistola semiautomática azul acero en una funda de piel. El abogado apartó el arma y sonrió al ver que Ricky la observaba. Cogió el teléfono y lo abrió, haciendo brillar ese exclusivo verde electrónico tan habitual en el mundo moderno. Se volvió hacia Ricky.

– ¿No le queda ninguna pregunta por hacer sobre esta mañana?

Ricky siguió mirando la pistola antes de responder:

– ¿A qué se refiere?

– ¿Qué vio esta mañana, de camino a la estación?

Ricky vaciló. No sabía que Merlin, Virgil o Rumplestiltskin supieran lo de su visita al doctor Lewis, pero entonces, de repente, comprendió que debían de saberlo si habían enviado a Merlin a reunirse con él en el tren.

– ¿Qué vio? -insistió Merlin.

– Un accidente -contestó con voz dura.

El abogado asintió.

– ¿Tiene la certeza de eso, doctor?

– Sí.

– La certeza es una presunción maravillosa -comentó Merlin-.

La ventaja de ser abogado en lugar de, pongamos por caso, psicoanalista es que los abogados trabajan en un mundo desprovisto de certeza. Vivimos en el mundo de la persuasión. Pero ahora que lo pienso, quizá no sea demasiado distinto para usted, doctor. Después de todo, ¿no lo persuaden de cosas?

– Vaya al grano.

– Apuesto a que nunca usó esta frase con un paciente. -El abogado sonrió de nuevo.

– Usted no es paciente mío.

– Cierto. Así que cree que vio un accidente. ¿De quién?

Ricky no estaba seguro de cuánto sabía Merlin sobre el doctor Lewis. Era posible que lo supiera todo. O que no supiera nada.

Guardó silencio.

El abogado contestó por fin a su propia pregunta.

– De alguien que conocía y en quien confiaba, y a quien fue a visitar con la esperanza de que pudiera ayudarle en su situación actual. Tenga… -Pulsó una serie de números del móvil y se lo pasó a Ricky-. Haga su pregunta. Pulse OK para conectar la llamada.

Ricky vaciló antes de hacerlo. El timbre sonó una vez y una voz contesto:

– Policía de tráfico de Rhinebeck. Agente Johnson. ¿En qué puedo servirle?

Ricky dudó lo suficiente para que el policía repitiera:

– Policía de tráfico, ¿diga?

– Buenos días -dijo entonces-, soy el doctor Frederick Starks.

Esta mañana me dirigía hacia la estación de trenes y, al parecer, en River Road había habido un accidente. Me preocupa que pudiera tratarse de un conocido mío. ¿Podría informarme?

La respuesta del policía fue curiosa, pero enérgica:

– ¿En River Road? ¿Esta mañana?

– Si -afirmó Ricky-. Había un agente de policía que dirigía el tráfico hacia un desvío…

– ¿Dice que ha sido hoy?

– Si. Hará menos de dos horas.

– Lo siento, doctor, pero no tengo noticia de que haya habido ningún accidente esta mañana.

– Pero he visto… Se trataba de un Volvo azul. -Ricky se reclinó con fuerza-. El nombre de la víctima era doctor William Lewis.

Vive en River Road.

– Hoy no. De hecho no hemos tenido ningún aviso de accidente desde hace semanas, lo que no es nada habitual en verano. Y he estado de servicio en centralita desde las seis de la mañana, de modo que, si hubiera habido cualquier llamada a la policía o petición de ambulancia, la habría recibido yo. ¿Está seguro de lo que ha visto?

– Debo de haberme confundido -dijo Ricky tras inspirar hondo-. Gracias.

– De nada -contestó el hombre, y colgó.

– Pero yo he visto… -empezó Ricky.

La cabeza le daba vueltas.

– ¿Qué ha visto? -Merlin meneó la cabeza-. ¿Lo ha visto realmente? Piense, doctor Starks. Piénselo bien.

– He visto un policía de tráfico.

– ¿Ha visto el coche patrulla?

– No. Estaba dirigiendo el tráfico y dijo…

– «Dijo…», qué gran palabra. Así que «dijo» algo y usted pensó que era cierto. Ha visto a un hombre con aspecto de policía de tráfico y ha supuesto que lo era. ¿Lo ha visto desviar a otro vehículo mientras estaba en ese cruce?

Ricky se vio obligado a sacudir la cabeza.

– No.

– Así que, en realidad, podría haber sido cualquiera con un sombrero de ala ancha. ¿Ha examinado con atención su uniforme?

Ricky visualizó al joven, y lo que recordó fueron unos ojos que asomaban bajo el sombrero de ala ancha. Intentó recordar otros detalles, pero no lo logró.

– Parecía un policía de tráfico -aseguró.

– Las apariencias no significan demasiado. Ni en su profesión ni en la mía, doctor. ¿Sigue estando seguro de que ha habido un accidente? ¿Ha visto alguna ambulancia? ¿Un coche de bomberos?

¿Otros policías o miembros del equipo sanitario? ¿Ha oído sirenas?

¿Quizás el chop-chop-chop delator de un helicóptero de salvamento?

– No.

– ¿De modo que aceptó la palabra de un hombre de que había habido un accidente que posiblemente afectaba a alguien con quien usted había estado el día antes, pero no le pareció necesario comprobar nada más? ¿Salió corriendo para tomar un tren porque creía que tenía que regresar a la ciudad? Pero ¿cuál era la urgencia real?

Ricky no respondió.

– Y, por lo visto, al parecer no hubo ningún accidente en esa carretera.

– No lo sé. Puede que no. No puedo estar seguro.

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