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Dinny juntó las manos y le sonrió.

– ¡Qué tipo tan original! – exclamó sir Lawrence, cuando se hubieron separado -. Realmente tiene un gran corazón. No puede tolerar la idea de que ahorquen a alguien. Sin embargo, presencia todos los procesos por asesinato. Odia las cárceles como si fueran veneno. Nadie lo diría.

– No – dijo Dinny, meditabunda.

– Bobbie – prosiguió sir Lawrence – podría ser el secretario particular de una Cheka, sin que se sospechase su ardiente deseo de meter a todos los jueces en aceite hirviendo. Es único. El Diario ya está en la imprenta y Blythe está redactando el prefacio. Walter regresará el viernes. ¿Has visto a Hubert? – No, pero iré a verle mañana, en compañía de papá.

– Me he abstenido de hacerte hablar, Dinny, pero esos jóvenes Tasburgh están maquinando algo, ¿no es así? Me he enterado casualmente de que Tasburgh no se halla en su buque. – ¿No?

– ¡La perfecta inocencia! – murmuró sir Lawrence -. Bueno, querida mía, no son necesarios ni signos ni miradas, pero espero de todo corazón que no obren antes de que todos los medios pacíficos hayan sido intentados.

– ¡Oh, no, desde luego que no!

– Pertenecen a esa especie de jóvenes que hacen creer en la historia. ¿Jamás se te ha ocurrido la idea de que la historia no es sino la documentación de las acciones de personas que han tomado las riendas en determinada situación, metiéndose a si mismos y a los demás en algún embrollo, y saliendo luego de él? Saben guisar en este restaurante, ¿verdad? Un día u otro, cuando tu tía haya acabado de adelgazar, la traeré aquí.

Y Dinny comprendió que el peligro de las interrogaciones ya había pasado.

Al día siguiente su padre vino a buscarla y se dirigieron a la cárcel. La tarde era ventosa y estaba cargada de la turbia melancolía de noviembre. La vista del edificio le dio la sensación de ser un perro a punto de gruñir. El Director, un oficial, les recibió con gran cortesía y con esa deferencia especial que suelen tener los subordinados para con sus superiores. No ocultó la simpatía que sentía por ellos a propósito ce la situación de Hubert y les concedió un límite de tiempo más largo del que permitían los reglamentos.

Hubert entró sonriendo. Dinny pensó que, de haber estado. sola, él quizás habría dejado entrever sus verdaderos sentimientos, pero que, frente a su padre, estaba decidido a tratar la cosa como si fuera una broma pesada. El general, que había permanecido silencioso y sombrío durante todo el camino, volvióse en seguida hablador y casi irónicamente divertido. Dinny no pudo dejar de notar, teniendo en cuenta la diferencia de edades, el parecido casi increíble que existía entre padre e hijo, tanto en el aspecto como en el continente. Había en ambos algo que jamás se desarrollaría completamente, o, mejor dicho, algo qué hablase desarrollado durante la primera juventud y que nunca más volvería á modificarse. Durante la entrevista, que duró media hora, ni el uno ni el otro hablaron de sus propios sentimientos. Fue un esfuerzo violento de sus almas y, por lo que a su intimidad se refiere, habría podido no tener lugar. Según Hubert, todo estaba perfectamente en orden, y no se sentía en absoluto preocupado; según el general, ya no era más que cuestión de días. Tenía mucho que hablar sobre la India Y sobre la intranquilidad que reinaba en la frontera. S61o cuando se estrecharon las manos, sus rostros mudaron completamente de expresión y sus ojos cambiaron una mirada grave y sencilla. Dinny-le dio un apretón de manos y un beso.

– ¿Y Jean? – preguntó Hubert, muy quedo.

– Está muy bien y te manda sus más cariñosos recuerdos. Dice que no hay que preocuparse.

El temblor de los labios de Hubert se endureció en una forzada sonrisa. Le apretó la mano y se volvió de espaldas.

A la salida, el portero y dos guardias los saludaron respetuosamente. Subieron al coche y no cambiaron una sola palabra durante todo el camino. Aquel suceso era una pesadilla, de la que quizás un día u otro despertarían. Prácticamente, el único consuelo que Dinny tuvo durante aquellos días de espera procedía de tía Em, cuya innata incoherencia apartaba continuamente al pensamiento de su dirección lógica. En realidad, el valor antiséptico de la incoherencia tornábase cada vez más aparente, mientras que la ansiedad aumentaba de día en día. Su tía estaba realmente apenada por la posición de Hubert, pero su mente era demasiado variable y no se detenía lo suficientemente sobre ello como para causarle un verdadero sufrimiento. El día 5 de noviembre llamó a Dinny a la ventana de la salita para que mirara a algunos rapaces que arrastraban un fantoche a lo largo de la Mount Street, desolada bajo el viento y la luz de los faroles.

– El rector está trabajando sobre aquello – dijo -. Hubo un Tasburgh que no fue ahorcado, o decapitado, o lo que hicieran en aquellos tiempos, y él está intentando probar que habría debido serlo. Vendió cubiertos de plata o algo semejante para comprar pólvora, y su hermana se casó con Castesby o con uno x de los otros. Tu padre, yo y Wilmet solíamos hacer un fantoche que figuraba nuestra institutriz. Se llamaba Robbins y tenía los pies muy grandes. Los chicos son muy crueles. ¿Y vosotros?

– Nosotros, ¿qué, tía Em?

– ¿Hacíais fantoches?

– No.

– También íbamos a cantar las canciones de Navidad con las caras ennegrecidas. Wilmet se la ennegrecía con corcho quemado. Era una niña muy alta, con tucas piernas largas y derechas como bastones y alejadas la una de la otra desde el Principio… como las tienen los ángeles. Estas Cosas han pasado un poco de moda. Creo que se debería hacer algo a este respecto. También había horcas. Nosotros teníamos una y ahorcamos a un gatito, Primero lo ahogamos… es decir, nosotros no, los criados.

– ¡Qué horror, tía Em!

– Sí, lo parece, pero en realidad no lo era. Tu padre nos había educado como pieles rojas. Era cómodo para él, porque nos podía atormentar y nosotras no debíamos llorar. ¿También Hubert hacía eso?

– ¡Oh, no!

– Eso se debe a vuestra madre. Es una criatura muy dulce, Dinny. Nuestra madre era una Hungerford. Tendrías que haberlo notado.

– No me acuerdo de la abuela.

– Murió antes de que tú nacieras. Fue en España. Allí los microbios son extraespeciales. También tu abuelo. Poseía unos modales muy buenos. Todos los tenían en aquellos tiempos, ¿sabes? Sólo sesenta años. Vino clarete, juego de los cientos, y un ridículo mechón de pelos debajo del labio inferior. ¿Los has visto alguna vez, Dinny?

– - ¿Las perillas?

– Sí, a la diplomática. Ahora se llevan cuando se escriben artículos de política exterior. A mí me gustan las de las cabras, a pesar de que algunas veces le dan a uno cabezazos,

– ¡Y su olor, tía Em!

– Penetrante. ¿Te ha escrito lean últimamente?

Dinny guardaba en su bolso una carta que había recibido aquella misma mañana.

– No – dijo, Pensando que estaba adquiriendo la costumbre de mentir.

– Este modo de esconderse es una debilidad. Pero todavía estaba en su luna de miel.

Evidentemente, tía Em no estaba enterada de las sospechas de sir Lawrence.

Una vez en su cuarto, Dinny leyó de muevo la carta antes de romperla en pedazos.

«Lista de Correos. Bruselas…

Mi querida Dinny:

Todo marcha a Pedir de boca aquí y yo me divierto enormemente. Dicen que estoy en mi elemento, como un Pato en el agua. Ahora ya no queda mucho que hacer. Muchísimas gracias por tus cartas. Estoy enormemente contenta por la idea del Diario. Creo que esto puede tener buena influencia sobre el oráculo. A Pesar de todo, no podemos dejar de prepararnos piara lo peor. No me dices si Fleur ha tenido suerte. Y, a propósito, ¿podrías enviarme un manual de conversación turca, de esos que llevan la pronunciación figurada? Creo que tu tío Adrián sabría decirte dónde encontrarlo. Aquí no puedo dar con uno. Alan te envía sus más cariñosos recuerdos, y lo mismo hago yo. Sigma informándonos, por telegrama., si es necesario. Afectuosamente tuya,

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