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Ladeó el rostro y Dinny le dio un sonoro beso.

– ¡Qué beso tan agradable-! Hacía años que no me daban uno así. En general, los que recibo son como picotazos. ¡Vamos, Polly! – Y salió contoneándose.

– Tía Em tiene muy buen aspecto.

– Está muy bien, querida. Sólo que tiene la manía de creer que ha engordado. Lucha contra la gordura con uñas y dientes. Nuestras comidas están compuestas de los más variados. Vegetales. En Lippinghall las cosas marchan mejor, porque Augustine sigue siendo tan francesa como hace treinta y cinco años, cuando nos la trajimos con nosotros de nuestro viaje de novios. Es la misma excelente cocinera de siempre. Por suerte, a mí no hay nada que me engorde.

– Tía Em no está gruesa. – Desde luego que no.

– Además tiene un porte magnífico. Nosotros no somos así.

– El porte desapareció con Edward – repuso Lawrence -. Ahora las piernas se alargan. Os alargáis todos como si: estuvieseis a punto de dar un salto y huir con la presa. He intentado adivinar lo que sucederá en el futuro. Lógicamente tendrán que caminar dando brincos, pero es posible que se vuelva a las poses lánguidas.

– Tío Lawrence, ¿qué clase de hombre es en realidad ese lord Saxenden?

– Es uno de los que ganaron la guerra a base de no tener jamás una opinión. Solía decir cosas de este tipo: «He pasado un fin de semana en Cooquers. Estaban los Capers y Gwen Blandish. Ella estaba llena de energía y tenía muchas cosas que contar sobre el frente polaco. Yo tenía unas cuantas más. Hablé con Capers. Era del parecer que los alemanes estaban hartos. No estuve de acuerdo con él. Luego la emprendió con lord T. El domingo vino Arthur Prose. Calculaba que los rusos poseían dos millones de fusiles, pero afirmó que se hallaban sin municiones. Dijo que la guerra terminaría el mes de enero. Estaba aterrorizado por el número de nuestras bajas. ¡Si hubiese sabido lo que yo sabía! Estaba también lady Thripp con su hijo, que perdió el pie izquierdo. Una mujer encantadora. Prometí visitar su hospital y darle algunos consejos sobre su administración. Nos sirvieron una comida excelente. Jugamos a tirar confites. Más tarde llegó Alich, y dijo que durante el último ataque perdimos cuarenta mil hombres, pero que los – franceses perdieron aún más. Expresé la opinión de que esto era muy serio, pero nadie la aceptó».

Dinny rió.

– ¿Había de veras gente así?

– ¡Y mucha, querida! Hombres de valía inapreciable. ¿Qué hubiéramos hecho sin ellos? El modo con que mantenían altos la moral y el valor y la forma en que brillaban en la conversación, eran cosas que había que verlas para creerlas. Y casi- todos ganaron la guerra. Saxenden era especialmente responsable. Tuvo un papel activo desde el principio hasta el fin.

– ¿Qué papel?

– El del que sabe muchas cosas. Juzgando por lo que se dice, sabía más cosas él que todos los demás juntos. Además es de fuerte constitución y le gusta demostrarlo. Es un gran deportista, le encantan los yates y creo que jamás ha estado enfermo.

– Me estoy anticipando el placer de conocerlo.

– ~ Snubby -suspiró su tío – es uno de esos hombres de los que vale más guardarse. ¿Quieres quedarte aquí esta noche, o te vuelves a casa?

– Esta noche he de regresar. Saldré a las ocho, por la estación de Paddington.

– En tal caso te acompañaré. Atravesaremos el Park, comeremos algo en Paddington y luego te dejaré acomodada en el tren.

– No te molestes por mí, tío Lawrence.

– ¿Quieres que te permita atravesar sola el Park y que pierda la oportunidad de que me detengan bajo la acusación de estar paseando con una joven? ¡Jamás! Podríamos incluso sentarnos en un banco y probar suerte. Tú eres precisamente un tipo de muchacha de las que perturban a los ancianos. Hay algo de boticeliano en ti, Dinny. Vámonos.

Eran las siete de aquella tarde de septiembre cuando entraron en Hyde Park y, pasando bajo los plátanos, caminaron sobre la hierba marchita.

– Es demasiado temprano -dijo sir Lawrence – debido a la hora de verano. La inmoralidad empieza a las ocho. Dudo que el sentarnos nos sirviera de algo. Dinny, ¿sabrías reconocer a un policía en traje de paisano? Es una cosa muy necesaria. El bombín – por temor a recibir un porrazo en la cabeza demasiado de repente -, la tendencia a perder el aspecto profesional y un toque de eficiencia en los labios, son cosas que completan su dentición en el Cuerpo. Luego está el detalle de los ojos mirando al suelo cuando no te miran a ti y el peso del cuerpo apoyado sobre los dos pies, como si se estuviesen dejando tomar las medidas por algún sastre. Siempre llevan botines, desde luego

Dinny- se rió por lo bajo.

– ¿Sabes qué podríamos hacer, tío Lawrence? Simular que quiero trabar conversación contigo. En Paddington Gate debe de haber un policía. Yo me entretendré un ratito por allí y, cuando tú aparezcas, me acercaré a ti. ¿Qué tendría que decir? Sir Lawrence arrugó la frente.

– Por lo que puedo recordar, una frase más o menos como ésta: «¿Qué tal, querido? ¿Estás libre esta noche?» -Bueno, paso adelante. Haré mi papel justamente bajo las fauces del policía.

– Se daría cuenta del truco, Dinny. – i Ya haces marcha atrás…!

– ¡Hace tanto tiempo que nadie toma en serio una de mis proposiciones! Además, «la vida es una cosa real, la vida es una cosa seria», y su fin no es la cárcel.

– Tío, me has desilusionado.

– Estoy acostumbrado a ello, querida. Cuando seas seria y venerable, verás cómo también tú desilusionarás a la juventud.

– Pero piensa que podríamos hacernos dedicar columnas enteras en los diarios durante varios días. Caso de seducción en Paddington Gate. Presunto tío. ¿No ardes en deseos de ser un presunto tío y de que te den prioridad delante de los asuntos de Europa? ¿Tampoco quieres dar quebraderos de cabeza a la policía? Tío, eso es pusilanimidad.

– Soil – dijo sir Lawrence -. Un tío al día ante el tribunal es suficiente. Eres más peligrosa de lo que creía, Dinny. – En serio, tío, ¿por qué tienen que detener a esas muchachas? Todo eso pertenece al pasado, cuando las mujeres estaban esclavizadas.

– Soy completamente de tu parecer, Dinny; pero la conciencia no conformista todavía perdura en nosotros. Además, la policía necesita hacer algo. Es imposible reducir el número de policías sin aumentar el paro. Y un Cuerpo de Policía sin ocupación resultaría peligroso para las cocineras.

– ¡Un poco de seriedad, tío!

– ¡Eso no, querida! La vida puede reservarnos cualquier cosa, pero ésa. No! No obstante, si he de decirte la verdad preveo el día en-.qué todos tendremos libertad de acercarnos mutuamente dentro de los límites de la cortesía. En vez del lenguaje actual, existirán expresiones nuevas para hombres y para mujeres. «Señora, ¿desea usted pasear conmigo?», «Señor, ¿quiere usted mi compañía?». Quizá no será la edad de -oro, pero cuando menos será la de oropel. Ahí está Paddington Gate. ¿Tendrías ánimos de tomarle el pelo a un policía de aspecto tan noble como ése? Ven, atravesemos. Mientras entraban en la estación de Paddington, continuó

– Tu tía ya se habrá acostado y, por lo tanto, cenaré contigo en él restaurante. Tomaremos un poco de champaña y el resto, o yo no conozco nuestras estaciones, estará compuesto por sopa de cola de buey, pescado hervido, roast-beef, verduras, patatas fritas y tarta de ciruelas. Todo bueno, aunque muy inglés.

– Tío Lawrence – dijo Dinny cuando hubieron llegado al roast-bee) -, ¿qué piensas tú de los americanos?

– Ningún hombre que sea patriota dice la verdad, sólo la verdad y únicamente la verdad sobre este asunto. Sea como fuere, los americanos, al igual que los ingleses, pueden dividirse en dos clases: en americanos «y» americanos. En otras palabras, los hay buenos y malos.

– ¿Por qué no nos sentimos más de acuerdo con ellos? – Es muy sencillo. Los ingleses que hemos definido como malos no se sienten de acuerdo con ellos, porque los americanos, tienen más dinero que nosotros; los ingleses que hemos definido como buenos, no se encuentran a sus anchas con ellos, como deberían, porque los americanos son demasiado expansivos y el tono de voz del americano resulta desagradable al oído inglés. Puedes invertir los términos, si quieres. Los americanos de la clase de los malos no se encuentran bien con nosotros porque el acento inglés les es desagradable; los americanos de la clase de los buenos no nos pueden tragar porque somos reservados y refunfuñones.

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