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Simone se adentró en un pequeño aparcamiento y luego se detuvo de nuevo. Se giró en su asiento para enfrentarlo. Tenía las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y el viento quemaba su piel como había quemado a los Daimons. El color hacía que sus ojos destacaran aún más.

Se veía magnífico y humano, y aún así…

– ¿Qué eres exactamente?

Xypher no le respondió y se frotó una ceja.

– Tenemos que resolver lo de estos brazaletes antes de que se haga más tarde. No me gusta jugar con factores desconocidos.

Lo miró divertida.

– No estás sólo en el Planeta Ego. Yo también quiero saber en qué estoy metida, y en este momento, Psicópata, tú eres el factor desconocido más crucial en mi mundo. Así que responde a mi pregunta. ¿Qué eres?

El desprecio volvió a reflejarse en su rostro.

– Esa no es una respuesta simple, humana.

Apagó el motor, sacó las llaves y cruzó los brazos sobre su pecho.

– Ponme a prueba.

Xypher apretó los dientes al tiempo que peleaba contra el deseo de asesinarla. Después de todo, era tan sólo otra humana, no obstante, una muy bonita. Y sin embargo, humana. Normalmente, no habría dudado en sacarla de su miseria, pero albergaba un verdadero mal presentimiento con respecto al brazalete que tenía en su antebrazo. El hecho de que ambos lo llevaran, probablemente significaba que sus vidas, si no sus almas, estaban vinculadas de alguna forma. Lo que suponía que si ella moría, había buenas probabilidades de que él también.

Maldición. Ella tendría que vivir hasta que resolviera el embrollo.

Consideró la opción de mentirle. Pero ¿para qué molestarse? Había visto a los Daimons, algunos de sus poderes, y ¿qué demonios? Había un fantasma en el asiento trasero que parecía ser su amigo. La forma en que se había comportado hasta el momento demostraba que al menos, se encontraba familiarizada con lo sobrenatural.

¿Qué podía suponer un poco más?

– ¿Qué tanto sabes de mitología Griega? -le preguntó.

– Zeus es el rey, ¿verdad?

Xypher resopló.

– Se lo cree la mayor parte del tiempo. Personalmente, creo que es un culo pomposo que debería ser abofeteado por Hera al menos una vez en su existencia.

Simone hizo una mueca de dolor al darse cuenta de que él, de alguna forma, estaría relacionado con ellos… Sí, su suerte mejoraba minuto a minuto.

– Entonces, ¿qué tiene que ver Zeus con todo esto?

– En realidad, nada. Tú eres quien lo trajo a colación.

Dejó escapar un suspiro exasperado.

– Me está doliendo la cabeza y tú aún evitas mi pregunta.

– De acuerdo, -le dijo simplemente-. Soy un Skotos.

Frunció el seño ante la desconocida palabra.

– ¿Y eso qué significa? ¿Tienes una erupción?

No pareció nada divertido con su pregunta.

– No, humana, significa que solía ser un dios del sueño.

Bueno, él era un poco de ensueño…

Oh, no, Sim, no estás tragándote sus chorradas, ¿o si? Parecía tan poco probable y aún así, los Dark-Hunters para los que Tate trabajaba, eran un ejército de guerreros inmortales creados por la diosa Artemisa para proteger a la humanidad.

Sí, le había costado un tiempo asimilar esa realidad. Y si creía que Tate no estaba loco y que los Daimons eran reales, porque les había visto más veces de las que hubiera querido, entonces no tenía más opción que creer también este cuento.

Respirando profundamente, para contenerse por el resto de su historia, se puso tensa.

– ¿Y ahora eres?

– Un muerto andante.

Con imágenes de los Daimons tratando de comérsela atravesando su mente, Simone salió disparada del coche. Solo podía pensar en escapar antes de que él la convirtiera en su cena.

No llegó muy lejos.

Xypher se precipitó ante ella y la apresó contra su pecho.

– Te dije que no.

Ella lo había atenazado por la garganta.

Maldiciendo, se liberó mientras luchaba por respirar.

Xypher la miró fijamente mientras se imaginaba que la desmembraba en sangrientos trozos. Enojado más allá de la tolerancia, echó su mano hacia adelante y la apretó contra la pared. Con su garganta punzando de dolor, se abalanzó sobre ella intentando hacerle pagar su ataque.

Ya había recibido suficientes golpes en la vida…

– Vuelve a intentarlo, -le gruñó entre dientes apretados-, y con brazalete o sin él, te arrancaré la cabeza y la usaré como tope de la puerta.

Simone sintió que el miedo trepaba por su espina dorsal, pero no tenía intenciones de permitir que él lo notara.

– ¿Qué es lo que quieres de mi?

– Nada. Todo lo que quiero es entrar al infierno de los Daimons para poder visitar y asesinar a una vieja amiga. Tú eres una pobre inocente que quedó atrapada bajo fuego cruzado.

La liberó de forma tan brusca que Simone casi se cayó. Se recompuso y se enderezó tanto como pudo, pero estaba lejos de resultar intimidante ya que él le sacaba una buena cabeza.

– No me gusta que me amenacen, que me mientan o que me manipulen. Harías bien en recordarlo -le dijo.

Le sonrió sarcásticamente.

– ¿O qué? ¿Vas a lloriquearme?

Jesse arremetió contra él pero antes de que pudiera atacar, Xypher se volvió y lo sujetó por el cuello. Lanzando a Jesse contra el suelo, se echó hacia atrás para golpearlo, pero se contuvo antes de completar el ataque.

Se alejó.

Jesse lo miró boquiabierto mientras se ponía de pie.

Simone estaba asombrada. A pesar de que Jesse podía mover cosas, nadie jamás había podido tocarlo.

– ¿Cómo es que puedes tocarlo?

Xypher cruzó los brazos sobre su pecho.

– Aún conservo muchos de mis poderes divinos, pero no todos, y los que aún tengo van y vienen de manera impredecible. Sin lugar a dudas, cortesía de Hades y su retorcido sentido del humor.

Jesse la miró fijamente con incredulidad.

– Creo que tendremos que creerle. Nadie había sido capaz de tocarme desde la noche en que morí.

Tragando, Simone hizo un gesto de asentimiento. Lo que Xypher acababa de hacer era imposible e inexplicable.

– De acuerdo. Empecemos de nuevo. Tú eres un dios del sueño cuyos poderes están jodidos, y estas aquí para asesinar a alguien. Estos… -Ella alzó el brazo en el que tenía el brazalete. -Son un desafortunado regalo.

Él asintió.

– Por todo lo que sé, estos pequeños juguetitos podrían explotar y asesinarnos. Tenemos que encontrar la forma de quitárnoslos.

¿Tú crees? Ella contuvo su sarcasmo, presintiendo que no ayudaría con el problema o con su irritabilidad.

– Bien. Creo que conozco a alguien que puede ayudarnos.

– ¿Tú? -El se burló. -Tú conoces a alguien. -Él se rió.

Oh, eso la ofendió.

– Ey, resulta que conozco a muchas personas. La mayoría de ellos son realmente inusuales.

– Sí, ¿y acaso alguno de ellos tiene algún tipo de conexión con un dios Griego?

– Pues de hecho, sí. -Lo miró pagada de sí misma. -Sucede que trabajan para Artemisa.

Reaccionó instantáneamente.

– ¿Conoces a los Dark-Hunters?

– No personalmente, pero conozco a un Escudero.

– Llévame con él.

Esas palabras le cayeron como baldazo de agua fría a mitad de la noche.

– Eres un verdadero mandón HDP [2]. Quién se murió y te convirtió…

Simone se detuvo al darse de cuenta de que si decía la verdad, entonces el hombre era realmente un dios. Lo que respondía a su pregunta. Y explicaba bastante sobre su ego y prepotencia.

– Olvídalo. Sube al coche y vayamos a buscar a Tate. Si estás en lo cierto sobre estas cosas explotando, entonces necesitamos darnos prisa.

Aparecieron dentro del coche instantáneamente.

Simone sacudió la cabeza para despejarse mientras un extraño zumbido le susurraba en los oídos.

– Guau. ¿Puedes llevarnos a lo oficina de Tate de esa forma?

– Solo si hubiera estado allí antes. Debo conocer el lugar al que me dirijo para perfeccionarlo. De lo contrario podríamos atascarnos en medio de una pared o aparecer en algún otro lugar de mierda.

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[2] Hijo de puta.

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