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– No tienes que hacer eso, ¿sabes?

– ¿Hacer qué?

– Hacer muecas y aullar a todos a tu alrededor. Respira y relájate.

– ¿Relajarme? -Xypher estaba incrédulo ante sus palabras-. ¿Sabes que van a venir detrás de nosotros? Baja la guardia, relájate y mueres. Confía en mí. Tengo experiencia de primera mano con eso.

– Si, dijiste que estabas muerto. ¿Qué sucedió?

Xypher se calló mientras su inocente pregunta lo arrastraba de vuelta al tonto que había sido una vez.

– Fui traicionado por la única persona en la que cometí el error de confiar.

– Lo siento.

– No lo hagas. Prefiero haber muero que haber vivido una eternidad con una mentira.

– ¿Bien? -Preguntó Satara mientras Kaiaphas se materializaba delante de ella.

– Estará muerto pronto.

Satara chilló antes de empezar a pasearse por el pequeño espacio de la oficina de Stryker.

– Eso no es bastante bueno.

– Entonces te sugiero que lo mates.

– No te atrevas a adoptar ese tono conmigo. -Agarró la botella que contenía el alma de Kaiaphas del escritorio de Stryker. La golpeó ligeramente contra el escritorio, no lo bastante fuerte para romperla, pero lo bastante duro para sonar como si pudiera-. Con un golpecito de mi muñeca, puedo terminar con tu existencia.

Vio la luz trémula del temor en sus ojos, pero para su crédito, él no mostró ninguna otra preocupación ante su amenaza.

– Xypher estaba protegido por un hijo de Afrodita que esgrimía la espada de Cronus. No había manera de derrotarlo y acabar con Xypher.

Satara deja salir un aliento disgustado. Depender de otra persona era lo que la había llevado a este lío. Su única gracia salvadora era la que el deamarkonian Stryker le había dado. Con eso, Xypher podría ser encontrado con un pequeño esfuerzo.

Eso si el demonio sin valor delante de ella era capaz de hacerlo.

– Quiero su cabeza, Kaiaphas. Y si no, tomaré la tuya…

El hizo una reverencia profunda ante ella.

– Tu deseo está hecho, ama. La cabeza de mi hermano será tuya.

CAPÍTULO 4

Xypher tuvo que luchar consigo mismo para no lanzarse hacia la camarera que les traía la comida y arrebatársela de las manos. El aroma le llegó profundamente y literalmente le hizo doler por las ganas de probarlo. Lo único que quería era tirarse encima de la comida como un animal rabioso y le tomó todo el control que tenía no hacerlo. Pero lo que lo sorprendió más, que el hecho mismo de controlarse, era la razón por la cual le era tan importante el comportarse.

No iba a dejar que nadie lo humillara otra vez.

No eres más que un bastardo, rudo, incivilizado, desagradable. ¿Quién podría amar a una bestia? Las palabras de Satara sonaban fuertes y claras en su cabeza.

Simone se sentó frente a él, comiendo con delicadeza, remilgadamente. Era obvio que los buenos modales habían sido inculcados en ella y por alguna razón, que aún no podía comprender, no quería que ella lo juzgara como el resto del mundo lo había hecho y lo encontrara también un animal. Nunca le importó lo que alguien pensara de él.

Hasta ahora.

Como si ella pudiera escuchar sus pensamientos, se estiró por encima de la mesa y colocó una gentil mano en su brazo. Sobre las palabras que él marcó en él.

– Sé que estás hambriento Xypher. No tienes que preocuparte por tus modales conmigo, come.

Nada lo había tocado tan profundamente. Así como nadie nunca le había parecido más hermosa. La luz en su pelo, la forma en que sus ojos castaños destellaban con un espíritu interior que era intangible y electrificante. Lo desconcertó.

La había maltratado, pero ella lo había tomado, justo como él lo hizo en el tártaro. No importa lo que hicieran, no importa lo mucho que trataran de quebrarlo, él se mantuvo de pie y fuerte en sus mejores ataques, al igual que ella. Sólo que su fuerza era innatamente buena, nunca buscó herir a nadie.

Ni siquiera a él.

Era la gentileza personificada.

Y por eso estaba más determinado que nunca a no rendirse ante su lado animal.

– Estoy bien – murmuró recogiendo sus cubiertos.

Simone permaneció en silencio mientras observaba como la mano de Xypher temblaba visiblemente mientras comía su cordero. No había confundido su hambre o su necesidad de saciarla. Pero no estaba segura por qué estaba luchando, cuando era tan obvio que quería abalanzarse sobre su comida. En su lugar ella estaría despedazando y empujando puñados hacia su boca.

Pero él no. Era como si quisiera probar algo. Como si necesitara comer con buenos modales por alguna razón que ella no podía ni empezar a comprender.

Sacudiendo su cabeza, trató de concentrarse en su propia comida. Algo que no era fácil dado el poder cautivante que él tenía. Era persuasivo, la fuerza, el poder. Todo lo que ella quería era estirarse y tocar esos labios perfectos.

Era como ver a un hermoso animal acechando a su presa.

Pero la mejor parte fue cuando él trató de morder la concha de la ostra. La confusión juvenil de su rostro era totalmente encantadora.

Sofocando una risa, se levantó y caminó hasta su lado de la mesa

– No se muerde la concha de la ostra.

Le frunció el entrecejo.

– ¿Cómo se comen entonces?

– Déjame mostrarte-ella cogió la ostra de su mano y cogió el pequeño tenedor del costado de su plato -Primero desprendes la carne, luego acercas la concha a tus labios y dejas que la carne resbale dentro de tu boca. Entonces lo pasas, pero no mastiques.

– ¿Por qué no?

Ella miró la ostra que parecía suficientemente inofensiva, pero juraba que aún podía saborear la vez que masticó una por error. Desagradable, ni siquiera se acercaba a describir ese sabor.

– Bueno, es arenoso y un poco asqueroso. Pero si realmente quieres, puedes.

Xypher se congeló mientras la veía poner un poquito de salsa de tabasco en la carne. Su esencia lleno su cabeza y le recordó que habían pasado siglos desde que tocó a una mujer por última vez…

Era extraño como en su rabia y búsqueda de venganza, ni siquiera había pensado en eso. No había notado a ninguna de las mujeres que pasaban por las calles mientras buscaba daimons para que lo llevaran a Kalosis.

Ahora ese dolor largamente olvidado lo quemaba por dentro. Quería tomar su mano en la suya para así poder lamer las yemas de sus dedos y probar la sal de su piel. Enterrar su cara en la curva de su cuello e inhalar su esencia hasta que se impregnara en su piel.

No sabía por qué, pero sólo el pensar en ella tocándolo, aunque fuera en la manera más desinteresada, lo ponía más duro de lo que alguna vez estuvo.

Deseaba estirarse y peinar con sus dedos esos caóticos rizos que habían desafiado sus mejores esfuerzos para domarlos. Se preguntaba cómo se sentirían si rozaran su pecho mientras ella le hacía el amor. ¿Serían tan suaves como parecían?

¿Lo eran sus labios?

¿Le daría ella la bienvenida en su cuerpo?

Xypher se forzó a mirar lejos de ella y silenciar sus pensamientos. No era su destino el tener a una mujer como ella tocándolo de esa manera. Era un animal y lo sabía. Había sido abandonado hace mucho tiempo, lo habían abandonado para que encontrara su propio camino. La ternura era para humanos. No para un amargado skotos que iba a ser devuelto al infierno en un par de semanas.

No te suavices. No bajes la guardia.

Tarde o temprano, estaría de vuelta en el Tártaro a merced de Hades. Le había tomado siglos endurecerse a sí mismo para no sentir tan profundamente cuando le pegaban los latigazos de acero y púas. Siglos para aprender a no caer en los crueles juegos mentales que Hades disfrutaba.

La comodidad en este plano sólo lo debilitaría cuando retornara.

Haría el infierno aun más doloroso. Y eso era algo que no podía permitir. Ya era suficientemente malo. Para suavizar su existencia aquí…

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