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CAPÍTULO 13

Simone y Xypher se volvieron para ver a tres hombres, extremadamente altos y fornidos, que estaban parados en la calle detrás de ellos. El primero era delgado, su cabello negro azabache era corto por detrás y largo en el frente, caía sobre sus ojos. Los otros dos tenían el cabello de color caoba y la constitución física de levantadores de pesas. Pero por la cítrica esencia de su piel y el extraño brillo de sus ojos, podían haber pasado por humanos.

El de cabello oscuro se acercó.

– Misafy…-Siseó peligrosamente mientras los recorría con una mirada hostil.- ¿Qué os trae por aquí?

Simone se aproximó a Xypher.

– ¿Nos han insultado?

– Depende de si ser llamada ‘mestiza’ te resulta ofensivo o no. -Su mirada se encontró con la del Caronte-. He visto lo que los gallu le hicieron a uno de los tuyos. Os estaba buscando para averiguar el por qué.

El Caronte se acercó a ellos con un andar letal.

– Xedrix -advirtió el que se encontraba a la derecha-. No conocemos nada sobre ellos o sobre sus poderes.

Xedrix lo ignoró y siguió acercándose a Simone. Inclinándose, aspiró profundamente el aire entre sus cabellos.

Xypher lo instó a desistir.

Los ojos de Xedrix destellaron peligrosamente entretanto se negaba a retroceder.

– ¿Katika? -Le preguntó a Xypher.

– Sí.

Xedrix se arrodilló ante ella.

Completamente desconcertada por lo que acababa de ocurrir, Simone miró a Xypher buscando una explicación.

– ¿Katika? ¿Y eso qué es?

El demonio se puso de pie.

– Tú eres su dueña.

Ella elevó las cejas para expresar sorpresa. Ella ¿era la dueña de Xypher? ¿En qué clase de universo paralelo sería eso posible?

– ¿Lo soy?

Xypher le advirtió con la mirada que no dijera una palabra más, antes de volver a fijar su atención en Xedrix.

– Pieryol akati. Venimos en son de paz. Ninguno de nosotros tiene una alianza con los gallu.

Xedrix se mofó.

– ¿No? Apestais a nuestros peores enemigos. Griegos y gallu. ¿Y esperáis que crea que no tenéis intenciones de dañarnos?

El demonio que se encontraba a la derecha de Simone dio un paso al frente.

– Mi hermano yace muerto. Opino que matemos al macho como venganza.

Xedrix le dedicó una mirada llena de odio tan malévola, que el demonio que había hablado la sintió sobre sus hombros.

– Conoces las leyes de tu gente. Él pertenece a una, que no se ha declarado nuestra enemiga.

– ¡No serviré a una humana-gallu misafy!

Xedrix extendió su mano y el demonio flotó por el aire para aterrizar en su puño.

– Te has olvidado de algo, Tyris. La hembra viene a hablar en son de paz, nosotros la escucharemos. Puede que seamos brutales pero no somos salvajes.

Volvió su mirada hacia Xypher antes de liberar a Tyris.

– Un sólo movimiento hostil y Katika o no, os mataremos.

Xypher enlazó sus manos y las levantó en alto para que el Caronte pudiera verlas.

– No habrá guerra en tanto mi Katika no sea amenazada.

– Entonces tenemos un acuerdo. -Xedrix se movió a un lado y extendió el brazo para abrirles el paso-. Pieryol akati.

Simone frunció el seño.

– ¿Qué significa eso?

– La paz es nuestro camino, mi señora. -Xedrix la siguió de cerca-. Seguid a Tyris.

Los guió hacia un edificio ubicado a la izquierda, donde se abría una puerta en el lado opuesto a un contenedor.

Simone parpadeó ante la densa oscuridad que los envolvió al entrar en lo que parecía la parte trasera de un club. Todo estaba pintado de negro, incluso el suelo. Arregladas cortinas negras separaban el área en la que se encontraban de una plataforma sobre la que colgaba un letrero con las palabras CLUB VAMPYRE.

Ella aún no perdía su cuota de ironía.

– Bonito nombre.

Los ojos de Xedrix centellearon rojos en la oscuridad.

– Puede que no sea humano, señora. Pero eso no significa que no perciba el sarcasmo cuando lo oigo.

– Lo siento.

Mientras Xedrix los guiaba a través de las cortinas, Simone dejó escapar un grito sofocado. Había al menos una docena más de Carontes, y al contrario que Xedrix y sus dos compañeros, estos parecían demonios. Tenían cuernos en las cabezas y sus pieles se combinaban en infinitos colores, usualmente dos por criatura. Estaban veteados de tal manera, que resultaban verdaderamente atractivos. Sus ojos variaban del amarillo al blanco, al rojo y al negro. Al igual que sus cabellos, cuyos colores iban del negro al marrón o al caoba. Grandes alas de brillantes colores sobresalían de sus espaldas, proporcionándoles una extraña apariencia angelical que contrastaba con sus colmillos y sus físicos, perfeccionados para la batalla.

Simone dio un paso atrás y se topó con Xypher, que parecía encontrar la escena totalmente admisible.

– Tal vez debería dejar mis llaves fuera.

– Tranquila, -le dijo Xypher, envolviendo los brazos alrededor de su cintura para evitar que saliera corriendo-. Tú no eres quien corre peligro.

– ¿Cómo lo sabes?

Señaló el grupo con un movimiento del mentón.

– Por naturaleza, los Carontes son una raza extremadamente matriarcal. Los machos están siempre al servicio de las hembras, que es la razón por la que dije que tú eres mi propietaria. Esa es la forma en que entienden el mundo. Y afortunadamente para nosotros, los machos no suelen ser tan beligerantes como las hembras.

– ¿En serio?

Él asintió.

– Ya que no hay hembras presentes, asumo que estamos relativamente a salvo. Al contrario que las hembras Caronte, los machos sólo atacarán si se les ordena o amenaza. -La comisura de un lado de su boca se elevó-. Sabias palabras, no los amenaces. Yo soy bueno, pero en este momento, ellos me superan en número.

– Descuida. No tengo intenciones de herir su orgullo dentro de su guarida.

Xypher la liberó.

– ¿Dónde está vuestra Katika? -Le preguntó a Xedrix.

Éste cruzó los brazos sobre el pecho.

– No tenemos.

– ¿Ha muerto?

Él negó con la cabeza.

– Somos Dikomai.

– Guerreros machos. -Xypher susurró las palabras al oído de Simone, para que pudiera entenderlo.

– Algunos años atrás nuestra Katika fue atacada. Había un griego -escupió las palabras como si fueran la cosa mas desagradable que pudiera imaginar- un dios, que buscó liberarla de su cautiverio. Ella nos envió a proteger a su hijo y luchar contra los griegos que pretendían dañarlo. Nosotros vinimos y peleamos. Muchos sucumbieron y antes de que los pocos sobrevivientes pudiéramos regresar a casa, el portal se cerró, recluyéndonos en este reino.

Tyris frunció la boca.

– Y ahora estamos siendo atacados por los gallu. Que todos ellos ardan y perezcan entre las cenizas del escamoso culo de un dragón.

– Vaaale, -dijo Simone en voz baja, pero había que darles crédito, esa era una buena maldición para dedicarle a alguien que no te gustara. Las imágenes lo decían todo.

– ¿Porqué están atacando los gallu? -preguntó Xypher.

Los machos se negaron a responder.

Xypher negó con la cabeza, para que advirtieran que no sólo se estaban negando a compartirlo con él. Perfecto. Tan solo, perfecto.

– Dejadme intentarlo otra vez. ¿Qué es lo que ellos quieren que vosotros tenéis?

Los machos se acercaron para formarse hombro con hombro con los brazos cruzados. Una consolidada pared de acérrimo machismo.

Simone sacudió la cabeza ante lo que veía.

– Son ideas mías o, ¿alguien más siente que se envenena con tanta testosterona?

Xypher hizo una mueca.

– ¿Qué?

Ella extendió la mano.

– Míralos. Listos para luchar hasta la muerte antes que responder a una simple pregunta… ¿sabes?, se me ocurre que hay una sola cosa que haría que los hombres actuaran así, especialmente hombres provenientes de una sociedad altamente matriarcal, dispuestos a entregar sus vidas sin siquiera dialogar.

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