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Esto era el paraíso.

Y todo lo que ella quería hacer era tumbarse sobre él y cabalgarlo hasta que ambos estuvieran rogando piedad.

– Apártame, Simone -le dijo al oído, su voz rasgada

– ¿Es eso lo que quieres?

– No -gruñó él-, quiero desesperadamente estar dentro de ti. Quiero tu esencia sobre mi piel cuando pruebe cada parte de tu cuerpo hasta emborracharme de él.

Ella se estremeció. Ahora mismo, eso era también todo lo que ella quería. Pero ellos eran extraños y él era un demonio condenado.

Demonio, Simone… demonio.

Poniendo sus manos sobre sus hombros, ella lo apartó.

– No te entiendo.

Xypher se mordió una ácida réplica. En verdad, él no se entendía ni a sí mismo. No más de lo que entendía por que quería estar con ella con tantas ganas como tenía.

¿Morirías por mí? La voz de Satara lo asedió desde el pasado.

Y así lo hizo. Había dado su vida por ella y ella se había reído mientras él moría.

No se había sentido atraído por una mujer desde aquel día. Hasta ahora.

Acunó la cara de Simone en sus manos e inclinó su barbilla hasta que se encontraron sus ojos.

– Si tu amaras a alguien, ¿Harías que muriera por ti?

La confusión oscureció su mirada.

– ¿Qué?

– Responde la pregunta. Sí o no. ¿Harías que alguien a quien amaras muriera por ti?

– Toda mi familia se ha ido… ambas, en la que nací y la que me adoptó. Vivo con el temor de perder a cualquiera que tengo cerca. Diablos no, Xypher. Nunca le pediría a nadie que muriera por mí.

La alegría que esas palabras le trajeron a él era increíble.

– ¿Morirías por alguien a quien amaras?

– Por supuesto, ¿Tú no lo harías?

Xypher retrocedió cuando recordó el día en que lo habían arrastrado y matado. ¿Lo haría otra vez?

Él bufó ante la idea.

– Las personas no valen tu vida. Ese es un precioso regalo, y en vez de apreciarlo, se burlan de ti por sacrificarla. Deja de ser ingenua.

Simone se sobresaltó cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo. Alguien que había amado lo había traicionado. No le extrañaba que quisiera venganza.

– No todo el mundo despilfarra el amor, Xypher. Mi padre no se burló de mi madre cuando ella murió. Él se apenó más que nadie que jamás haya visto. Tanto que se suicidó cinco meses después.

Ella dirigió la mirada a la foto sobre el escritorio de ella con su madre, padre y hermano. Había sido tomada un mes antes de sus muertes. La felicidad en sus caras la perseguía a veces, y la confortaba en otras.

Esta noche la confortaba.

– Mi padre solía decir que la vida es lo que tú haces de ella. Hoy es el primer día del resto de nuestra vida. No puedes cambiar el pasado, pero el futuro no está escrito en piedra. Puedes efectuar un cambio allí. Sigue hacia delante sin odio o amor. Sigue adelante con propósito.

Él se volvió a ella tan rápido que ella jadeó.

– ¿Qué has dicho?

Ella intento recordar.

– Que hoy es…

– Eso no. La última parte.

Le llevó un Segundo recordar.

– ¿Sigue hacia delante?

– Sí. ¿Dónde lo has oído?

– Era algo que siempre decía mi padre. ¿Significa algo para ti?

Él bajó la mirada al escrito sobre su brazo.

– Es sólo un viejo dicho de los demonios Sumerios. Es casi como un grito de batalla que usaban. Nunca antes había conocido a un humano que lo usara.

Ella tocó el intrincado grabado que no podía leer.

– ¿Eso es lo que está escrito aquí?

– En parte.

– ¿Y el resto?

Él apartó el brazo lejos de ella.

– Esto es un recordatorio de lo que he tenido que pasar. Un recordatorio para no fracasar hasta que haya probado sangre.

– Xypher…

– ¡Simone! -la voz de Jess llenó la habitación antes de que entrara corriendo a través de la pared -¡Tienes que ver esto! -él cogió el cordón de las persianas y las abrió.

Simone trastabilló contra Xypher ante los helados ojos rojos fijos en ella.

CAPÍTULO 7

Xypher caminó instantáneamente entre Simone y la ventana donde Kaiaphas flotaba, mirándolos con odio. Su largo pelo negro se rizaba alrededor de una repulsiva cara cubierta de piel hervida.

Gritando, Kaiaphas intentó lanzar una ráfaga a través de la ventana, pero la sal desvió el golpe de viento de vuelta hacia él. La esquivó, después maldijo.

Él frunció los labios ante Xypher.

– No pensarás realmente que algo tan simple os salvará de mí, ¿verdad?

Xypher se rió lenta y maliciosamente.

– ¿Estoy ciego o esto acaba de patearte justamente el culo? Debe joder que algo como la sal te ataque. Supongo que eso sucede cuando eres en parte babosa.

Kaiaphas levantó las manos como si intentara atravesar otra vez la ventana, pero se contuvo.

– No puedes quedarte ahí dentro para siempre.

– Cierto, pero puedo quedarme lo suficiente para fastidiar tu mejor día.

Kaiaphas siseó. Su mirada pasó de Xypher a Simone, bajando a donde Xypher tenía su protectora mano en la cintura de ella.

– Fascinante… has progresado de aterrorizar a proteger humanos. Si realmente quieres mantenerla a salvo, sal y tomaré tu vida y la dejaré vivir.

– Eso funcionaría si nosotros no estuviésemos llevando los brazaletes que Satara nos envió. Muero yo, ella muere. Sepáranos y quizás considere tu oferta.

Kaiaphas chasqueó.

– ¿No confías en mí?

Confiar…

Esa palabra lo llevó de regreso a su infancia. Apenas siendo más que un niño que empieza a andar, Xypher había estado tan hambriento que habría hecho cualquier cosa por comida. El tiempo había sido duro, arrasando con todos los cultivos. Xypher había encontrado un poco de pan enfriándose sobre el alfeizar de un edificio, pero no había sido lo bastante alto para alcanzarlo. Había intentado durante una hora encontrar alguna cosa en la que subirse o con qué bajar el pan. Pero esto continuaba escapándose a su investigación.

Frustrado, había llorado y se había ido a casa, hambriento. Kaiaphas había venido a él.

– ¿Qué pasa, hermano?

Estúpidamente le dijo lo del pan.

– Dime donde está y lo compartiré contigo.

– ¡Es mi pan!

Kaiaphas había chasqueado ante él.

– Tú te alimentas de comida de humanos. ¿No es mejor tener la mitad del pan que ninguno? Confía en mí, hermano. Lo compartiré.

Xypher había accedido. Después de revelar su localización, había visto como Kaiaphas cogía el pan recién hecho y se lo comía mientras él lloraba. La peor parte era, que al contrario que él, el bastardo no necesitaba comida. Kaiaphas necesitaba sangre. Se lo había comido sólo por tacañería y nada más. Cuando Xypher había ido a quejarse a su madre, ella lo abofeteó con tanta fuerza como para romperle el labio.

– Si no eres lo bastante demonio para conseguirlo por ti mismo, no te lo mereces -eso es lo que siempre había dicho su madre. Ella le había hecho meditar sobre el veneno y el odio.

Confiar era de tontos.

Y él nunca confiaría otra vez en Kaiaphas.

– Ni un poco. Dame la llave, y una vez que ella esté libre, lucharemos.

– No lo haré.

Xypher le dio crédito por no mentir sobre eso.

– Como pensaba. No tienes intención de cumplir nuestro trato. Nunca cambiarás, hermano.

Kaiaphas cargó contra la ventana. Su cara iluminó todo el cristal.

– Voy a disfrutar matándote.

Xypher caminó lentamente hacia la ventana y agarró el cordón.

– Dale recuerdos a mamá -él dejó caer las persianas.

Simone no sabía que la sorprendía más. El hecho de que tuviera un asqueroso demonio flotando fuera de su ventana o que dicho sucio demonio fuera el hermano del pedazo de queso más caliente que tenía en frente de ella.

– No es realmente tu hermano, ¿verdad?

– ¿No puedes ver el parecido?

– Desde que tu piel no está cocida y tus ojos no son normalmente sangrientos, no.

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