Xypher levantó las manos.
– No estoy aquí para hacerte daño.
Los ojos de Liza se oscurecieron con la sospecha mientras retrocedía y se giraba hacia la muchacha de detrás del mostrador.
– ¿Beth? ¿Por qué no te tomas un descanso para almorzar, cielito?
Beth alzó la vista con el ceño fruncido.
– Es un poco temprano. ¿Estás segura?
– Sí, por favor. Yo tengo que recoger la tienda.
Beth dejó el suéter para muñecas que había estado doblando.
– De acuerdo. ¿Quieres que te traiga algo de vuelta del Deli?
– Un sándwich de ensalada de pollo. Asegúrate de coger el dinero de la caja registradora.
Beth sonrió mientras obedecía.
– Un Liza especial marchando. Te veo en un ratito.
Esperó hasta que la muchacha se hubo ido antes de hablar de nuevo. Por primera vez, había una tremenda hostilidad en sus ojos cuando miró a Xypher.
– Apestas a muerte.
Simone se quedó boquiabierta.
– ¿Cómo sabes que él está muerto?
– Es un oráculo, como Julián -le explicó Xypher-. Puede sentir la realidad que desafía la existencia normal.
Liza asintió con la cabeza.
– Y no puedes tener aquello por lo que estás aquí. No te dejaré.
– Si sabes lo que necesito, entonces sabes por qué lo necesito. También sabes que puedo tomarlo de ti, y no hay nada que puedas hacer para detenerme.
Simone se colocó entre Xypher y Liza.
– Salvo que yo puedo y no dejaré que le hagas daño.
Este no era el Xypher sensible con quien bromeaba. Este era el mismo Xypher que la había empujado dentro del coche.
– Noble. Estúpido, pero noble. -La penetrante mirada letal fue por encima del hombro de ella hasta Liza-. Si no lo consigo, Simone será la que pagará el precio. Así lo dijo Jaden.
Liza lo fulminó con la mirada.
– ¿Por qué harías un trato con el diablo? -Apenas las palabras habían abandonado sus labios cuando sus ojos se abrieron de par en par por la comprensión.
– Exactamente.
Simone frunció el ceño.
– ¿Qué?
– Nada-dijeron al unísono.
Liza vaciló antes de sacarse el amuleto verde de debajo de la camisa y alzarlo sobre su cabeza.
– Mi familia lo ha protegido del mal durante nueve generaciones. No puedo creer que después de todo este tiempo sea yo la que se lo esté entregando a un demonio. -Cerró sus dedos alrededor de él-. ¿Sabes lo que esto hace?
Xypher sacudió la cabeza negando.
– Lo pones sobre el corazón de un dios y esto le paraliza, a él… o a ella.
Xypher frunció el ceño ante sus palabras.
– ¿Por qué lo quiere Jaden?
– Obviamente tiene a un dios al que quiere inmovilizar. La pregunta es a cuál y por qué.
Si. Esa era la pregunta. Dependiendo del dios, aquello podría hacer una grieta de enorme importancia en el universo.
– ¿Afectará a los demonios?
– No. Lo cual es una maldita vergüenza.
– ¿Por qué? -preguntó Simone.
– Porque hay cuatro de ellos actualmente esperándolos fuera de mí tienda.
CAPÍTULO 10
Simone se volvió para mirar a través de los escaparates. Efectivamente, había cuatro hombres fuera, que parecían listos para luchar sobre la acera, y miraban hacia dentro. Aunque para ser honesta, a ella no le parecían demonios. Eran altos, delgados, y bastante guapos. Vestían chaquetas de cuero y vaqueros, usaban gafas de sol para proteger sus ojos y no aparentaban más de veinticinco o treinta años.
– Tal vez sean clientes.
Liza bufó.
– ¿Para una tienda de muñecas? Sí, acabo de verlos ahora… cogeré la muñeca bebé rosa con volantes.
Le tocó el hombro a Simone.
– No, cariño. No son clientes. Son demonios, y están siendo repelidos por la sal que utilizo para mantener a los canallas fuera de mi tienda.
Dejó salir un largo suspiro antes de moverse a su mostrador. Se colocó las gafas, y luego sacó una pequeña arma que parecía una ballesta calibrada de mano.
– ¿Sabes cómo utilizar esto? -Le preguntó a Xypher.
– Absolutamente.
– Bien. Devuélveme el amuleto para guardarlo en un lugar seguro.
Se obligó sin decir otra palabra.
Liza se lo colocó en el cuello.
– Ahora, espera aquí un segundo. Hay algo más que puedes utilizar.
Simone se quedó perpleja. Sabía que Liza era una Escudera y un poco extraña, pero estaba viendo un lado completamente nuevo de la diminuta mujer. Liza era intrépida.
Un segundo después, Liza volvió con un sable de oro.
– Éste es fácil de usar. La punta final entra en su cuerpo.
– Gracias-dijo él secamente-, odiaría llegar a confundirme.
– Sí, lo harías, dulzura. Ahora, ve a patear algunos traseros de demonio.
Simone arqueó una ceja.
– Sabes, la comisaría está a sólo un par de bloques hacia abajo. ¿No es peligroso? ¿Qué pasa si ven la pelea?
Xypher bufó.
– No vivirían lo suficiente para llamarlos.
Simone se horrorizó por su tono seco.
– No puedes matarlos, Xypher.
– No tendré que hacerlo. Los demonios lo harán por mí. Ahora, si te acercas un poco a la puerta, tengo una pelea que llevar a cabo.
Simone lo siguió a la entrada y contuvo la respiración cuando él salió a la calle para enfrentarlos.
El demonio más alto se adelantó. Su cabello castaño estaba adornado con puntas que culminaban en tono rubio. Tenía una barba de chivo y ojos azul cristalino. Vestía un par de vaqueros y una chaqueta marrón de cuero; parecía apenas otro tipo en la calle para cualquier observador ocasional. Al igual que los otros tres. Como el alto, eran guapos y vestían del mismo modo como cualquiera que vieras en público. Esto le hizo bajar un escalofrío por su espina dorsal al darse cuenta de que podían existir sin hacerse notar en absoluto. ¿Cuántas veces se habría sentado ella al lado de un demonio sin saberlo?
Xypher barrió al grupo con una mirada que dejó claro que él no los consideraba una gran amenaza. Si solamente ella pudiera estar tan segura.
– Kaiaphas -saludó él, la sorprendió el hecho de que el alto fuera su hermano. Wow, sin la piel hirviente, el demonio estaba muy bien-. Veo que finalmente hiciste algunos amigos. Debes haber aprendido a utilizar por fin un cepillo de dientes. Sabes, es ese arriba y abajo, de aquí para allá que confunde a las personas… o a los demonios.
Uno de los demonios abrió la boca y enseñó dos filas de dientes serrados.
Xypher curvó el labio.
– Realmente, deberías consultar a un dentista por eso. He oído que pueden hacer maravillas en estos días.
– Matadlo -gruñó Kaiaphas.
Xypher sorprendió al primero con un corte alto de la espada. Cortó a través del estómago. Pero antes de poder retirarse, otro de los demonios lo derribó contra el suelo.
Simone silbó cuando vio a Xypher caer sobre la acera.
– No puedo mirar y no hacer nada.
– No puedes luchar contra un demonio, Simone -dijo Liza-. No tienes la menor idea de lo fuertes que son. Lo mejor que podemos hacer como humanos es quedarnos fuera de esto y permitirles a ellos luchar. No te conviertas en la debilidad de Xypher.
Las palabras de Liza le recordaron a Acheron. Miró abajo hacia la muñeca donde todavía llevaba la banda de cuero.
– Realmente, pienso que puedo.
Antes de que Liza pudiera detenerla, ella corrió, sacó la hoja y empujó al demonio lejos de Xypher. En el momento en que lo tocó, algo la atravesó como una corriente eléctrica. El demonio voló, literalmente. Golpeó el edificio tan duro que sacudió la floja albañilería.
– Santa mierda -respiró, asombrada de lo que había hecho. Acheron había tenido razón. Tenía poderes sobrehumanos.
– ¡Simone!
Dio una vuelta rápida al ver venir a Kaiaphas rápidamente por ella. Lo agarró del brazo y lo tiró al suelo. Desafortunadamente, él no permaneció allí. Saltó sobre sus pies y le dio una asombrosa patada en las costillas. Simone siseó de dolor.