– ¿Y eso sería?
– Una mujer.
Xypher se paralizó al advertir que ella estaba en lo cierto. Era por lo único por lo que ellos estarían dispuestos a morir protegiendo.
¿Pero de quien se trataba?
– ¿Dónde está la hembra? -preguntó Xypher.
Xedrix dio un paso adelante y los miró con odio.
– ¡Largaos!
– Está bien, Xedrix. -La voz era suave y tranquila, y enmarcada con la cadencia más musical que le era posible.
– No les temo.
Los demonios machos se apartaron al tiempo que una pequeña figura emergía en medio de ellos.
Cuando finalmente quedó a la vista, Simone jadeó ante la frágil belleza. Vestía jeans y un largo suéter verde, era la misma mujer que se había mudado a un apartamento cercano al de ella, unas pocas semanas atrás.
Medía apenas metro y medio de alto, se asemejaba a una de las muñecas de porcelana que fabricaba Liza. Su piel y sus labios eran tan pálidos que parecían luminiscentes. Largo y platinado cabello flotaba alrededor de su pequeño, pero aún voluptuoso cuerpo. El único color que tenía era el de sus ojos plateados, que brillaban entre una gruesa franja de pestañas color negro azabache.
No había forma de que luciera más inofensiva o hermosa.
Pero los recientes poderes demoníacos de Simone percibieron las letales habilidades de la pequeña mujer.
Esta era la Dimme de los gallu.
– Mi nombre es Kerryna.
Xypher se interpuso entre Simone y la Dimme.
– Los gallu y los Carontes son enemigos acérrimos. ¿Cómo es que ellos te protegen?
Kerryna extendió la mano hacia Xedrix que se arrodilló junto a ella, le dio un apretón para luego sostenerla contra su corazón.
La calidez se extendió a través de Simone al comprender que ellos estaban enamorados.
Pero eso no cambiaba el hecho de que Kerryna había asesinado a Gloria, y a otros.
– No fui yo.
Simone parpadeó ante las suaves palabras de Kerryna.
– ¿Qué?
– Yo no asesiné a Gloria. Sólo he matado a dos hombres desde que fui liberada, y te aseguro que ambos se merecían lo que les sucedió. Aún tú habrías decidido acabar con sus vidas.
Xypher sacudió la cabeza con incredulidad.
– Estoy realmente confundido. Estaba presente cuando escapaste de tu guarida en Nevada.
Kerryna asintió.
– Te recuerdo a ti, al dios Sin y a su mujer Katra. El otro dios, Zakar, me persiguió durante interminables días, hasta que fui capaz de escapar de él y esconderme. Es una bestia persistente. Y fue difícil. No sabía nada de este mundo, de su gente o lenguas.
Xypher podía entenderla. Algunas cosas aún le eran desconocidas, a pesar de contar con sus poderes divinos y de haber venido antes a ayudar a Katra y Sin.
– ¿Por qué viniste aquí, a Nueva Orleáns?
Ella señaló a Simone con el mentón.
– Somos primas. Su padre era mi hermano. Está en mi naturaleza necesitar a mi familia junto a mí, pero cuando la conocí, me di cuenta de que ella no estaba preparada para aceptarse a sí misma, o a mí. Sus poderes habían sido limitados. Su esencia, ocultada. Se creía humana y pensé que era mejor dejarla con esa ilusión.
– ¿Sabes?, -dijo Simone rodeando a Xypher- para ser una asesina indiscriminada es notablemente lúcida y considerada.
Kerryna sonrió.
– A causa del miedo, mis hermanas y yo fuimos encerradas tan rápido, que nadie se preocupó por aprender nada sobre nosotras. A pesar de que nacimos de los gallu, nosotras no somos gallu. La diosa Ishtar nos dio el don de la compasión y la comprensión. Creo que ella sabía lo que habría de sucedernos y quería asegurarse de que no destruyéramos el mundo, del modo en que nuestro creador pretendía. Aún así, de ser todas liberadas, no se qué habría de suceder. Dos de mis hermanas no son tan bondadosas o solidarias. Ellas anhelan la sangre sobre todas las cosas.
Xedrix se puso de pie y enlazó un brazo protector sobre sus hombros. Ella alzó la mano para acariciar su antebrazo afectuosamente. Él la sostenía desde atrás, mientras miraba hacia ellos con recelo.
– Los gallu quieren llevársela para usarla. Yo no lo permitiré.
Kerryna se recostó contra él.
– Ellos asesinan para hacerme salir.
Simone suspiró.
– Sabes, cuanto más sé sobre los gallu, menos me gustan y más odio compartir un lazo genético con ellos.
Kerryna asintió comprensivamente.
– Los machos son difíciles de tolerar, por momentos. Al contrario que los Carontes, son dominantes y crueles. Para ellos, las mujeres son animales de cría o alimento.
Simone lanzó una reveladora mirada hacia Xypher sobre su hombro.
Él no parecía para nada arrepentido.
– No puedo evitar asemejarme a ellos. Todos somos víctimas de nuestra herencia. Pero al menos yo escucho de vez en cuando.
Era cierto. Lo hacía, y eso lo convertía en semi-tolerable. Ella le sonrió.
– Bueno, ¿qué puedo decir? Después de todo, eres un dios.
La única señal de diversión que ella pudo percibir fue una sutil distensión alrededor de sus ojos. No era que lo culpara. Cuando estabas rodeado por una clase guerrera de demonios, probablemente era bueno no mostrar ningún tipo de humor.
Lo que le recordó la importancia del asunto.
– De acuerdo, aún tenemos a los gallu sueltos asesinando gente… y demonios. ¿Cómo les detenemos?
Xedrix frotó su rostro contra el cabello de Kerryna.
– Hemos intentado encontrar la manera, pero aún no se nos ha ocurrido nada. Mientras tengamos a Kerryna, ellos ni siquiera discutirán una tregua.
– No volveré con ellos. Todos los gallu son desagradables. -Ella miró a Xypher y se sonrojó bellamente-. Sin ánimos de ofender.
– Está bien. Estoy habituado a los insultos. -Xypher echó un vistazo a Simone. Ella farfulló.
– Yo no te insulto… mucho.
Xypher no respondió. En vez de eso, entrecerró sus ojos hacia Xedrix.
– Sabes, se me acaba de ocurrir algo… ¿Eres capaz de abrir un portal hacia Kalosis?
Xedrix negó con la cabeza.
– Lo hemos intentando. Por algún motivo, no podemos hacerlo.
Xypher chasqueó la lengua.
– Estás mintiendo Xedrix, puedo olerlo.
– Nos rehusamos a volver, -dijo Tyris con furia, mientras daba un paso al frente-. Éramos esclavos allí. Xedrix era la mascota de la Destructora. Lo trataba como a un tonto. No estaré a su merced ni un sólo día más. Fue una bendición escapar cuando lo hicimos. Preferimos morir aquí como agentes libres que regresar a lo que solíamos ser.
Simone miró a Xypher con el ceño fruncido.
– ¿ La Destructora?
– Una antigua diosa Atlante llamada Apollymi cuyo esposo la apresó en Kalosis once mil años atrás.
Simone se preguntó que habría hecho la diosa para merecer tal sentencia.
– Que bien, y tú quieres ir a visitarla, ¿ah?
– No, no quiero. Lo que quiero es matar a Satara.
Ante la mención del nombre de Satara, más de la mitad de los demonios hicieron ruidos de disgusto.
– ¡Mata a esa perra!
– Dásela de comer a la Destructora.
– Degolladlas a ambas.
Simone estaba impresionada por tanto veneno. Parecía que tanto Satara como la Destructora podrían beneficiarse con un seminario sobre como hacer amigos e influenciar a las personas, o en este caso, demonios.
– Guau, ese Kalosis, podría rivalizar con Disneylandia. Apúntame para la próxima excursión.
– Lo haría, pero dadas las circunstancias, un viaje hacía allí parece más difícil de conseguir que una entrada de sobra para un show de Hannah Montana.
Simone se rió.
– Muy bueno, un ejemplo de la actualidad.
– Puedes darle las gracias a Jesse. Está totalmente enamorado de Hannah. -Xypher cruzó miradas con Xedrix-. ¿Qué tengo que hacer para convencer a uno de vosotros de que abráis el portal?
– No hay nada que puedas hacer.
Xypher miró a Kerryna, y Simone supo exactamente lo que estaba pensando.
Xedrix la empujó tras él y se tensó.
– No te alteres, -dijo Xypher-. No pensaba en eso. Jamás amenazaría a tu mujer. Sólo estaba meditando en lo equivocado que estaba sobre ella.