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– Mueve el culo.

– ¿Qué cree que estaba haciendo?

– Rascándote la nariz.

Se detuvo para extender su mano hacia el Daimon que los seguía. Ataviado en cuero retrocedió como si algo invisible lo hubiera embestido.

Un instante después, la misma fuerza invisible la azotó a ella levantándola por el aire. Aterrizó en el suelo con un fuerte ruido sordo que le arrancó el aire de los pulmones.

– Respira, Sim, respira -dijo Jesse, que aparecía a su lado.

Cogió las llaves de su bolsillo y se las puso en las manos.

– ¡Ahora levanta el culo! -Corrió hacia su coche y le abrió la puerta.

Simone lo siguió tan rápido como pudo. Mientras subía, alguien la empujó desde atrás. Miró para ver al extraño de cabello oscuro. La empujó hacia el asiento del acompañante y se subió al coche tras ella.

Aún para mayor sorpresa, se volvió a mirar a Jesse que aún estaba fuera.

– Súbete, fantasmita, o que te coman. No me importa lo que escojas, no te espero.

Algo arremetió contra el coche.

Volviéndose para observar, Simone dio un grito sofocado al divisar al Daimon vestido de cuero, posado como un adorno gigante sobre su blanco capó. Se movió para dar un puñetazo al parabrisas. El hombre a su lado aceleró el motor provocando que el rostro del Daimon se estrellara contra el cristal, para luego clavar los frenos y que este saliera despedido desde el capó.

El hombre sacudió el volante y envió el vehículo dando bandazos hacia el tráfico, acercándose a la línea divisoria. Los neumáticos rechinaron. Los coches chocaban a su alrededor y los cláxones comenzaron a resonar.

Simone se persignó y rezó mientras veía los faros aproximándose en su dirección, rápidos y furiosos. Con sus manos temblando por el miedo, se hizo un ovillo mientras, en el asiento trasero, Jesse daba alaridos como un niño aterrorizado. Como si él pudiera morir.

El hombre tiró del volante un instante antes de que se hubieran dado de frente con un camión de basura, y devolvió el coche al carril correcto. Aún así, los coches de alrededor clavaban los frenos y giraban bruscamente para apartarse de su camino.

– Esto probablemente sería mucho más fácil si yo supiera como conducir, ¿no?

Sus ojos se ensancharon mientras observaba al hombre a su lado.

– Espero que estés bromeando.

– En realidad, no -dijo él, mientras abollaba el parachoques de un coche aparcado.

Simone no sabía que la horrorizaba más. El hombre junto a ella o las tasas que le cobraría su aseguradora si él no paraba de atropellar cosas.

– ¡Cuidado! -gritó ella, mientras él se enfilaba hacia otro camión.

Giró bruscamente, un segundo antes de que el camión los hubiera arrollado.

Para cuando se desvió hacia un callejón y clavó los frenos lo suficientemente fuerte como para dejarle un moretón en el hombro a causa del cinturón de seguridad, estaba lista para saltar del vehículo y probar suerte con la carretera antes que morir en un retorcido montón de metal en llamas.

El hombre se volvió para mirarla. Con facciones casi perfectas, era toscamente apuesto. Ojos azules que mostraban inteligencia, tal vez amabilidad. Un musculoso brazo apoyado sobre el salpicadero y el otro en el asiento. Sería magnífico si no fuera tan atemorizante.

– No tengo idea de lo que estoy haciendo. Dicho esto, creo que deberíamos entregar esta cosa a alguien que sepa llevarlo apropiadamente.

Simone tragó saliva mientras procuraba conseguir que su corazón dejara de palpitar desbocado. Aflojó su agarre de la manija de la puerta.

– ¿Quién demonios eres?

Él ojeó el brazalete en su muñeca, luego le dio un tirón como intentando desprenderlo.

– Xypher, ¿y tú?

– Cabreada. ¡Destrozaste mi coche, me has aporreado de todas las formas posibles, y eres un completo y total gilipollas!

– Santo Dios, -dijo él secamente- que trabalenguas, no hay duda de que tu madre lo que realmente quería era un varón. ¿Te importa si te llamo ‘Cabreada’ como diminutivo? El resto es demasiado largo para repetirlo cada vez que requiera tu atención.

La risa de Jesse llegó desde el asiento trasero.

Simone lo miró con rabia.

Al menos Jesse tenía la bondad de parecer compungido.

– Lo siento, pero deberías estar en mi lugar. Vosotros dos estáis histéricos.

– Cuidado, fantasmita, o invocaré a un Daimon y te ofreceré como alimento.

Simone estaba aturdida.

– ¿Tú puedes oírlo? -Xypher la miró con incredulidad antes de responder con sequedad.

– ¿Acaso tú no?

– Sí. Pero nadie más lo había oído antes.

– Parece que no eres tan especial después de todo, ¿no?

Ella hizo un mohín.

– Eres tan grosero.

– No me digas, humana. -Se puso a la tarea de desprender el brazalete con sus dientes.

Se encogió ante el sonido del esmalte en el metal. Odiaba escuchar los dientes raspando de esa forma.

– ¿Qué estas haciendo?

Dejó escapar un suspiro frustrado antes de volver a trabajar en el brazalete.

– No tienes ni idea de lo que acaba de pasarnos, ¿o si?

– Aparte de haber sido atacada por ti y un grupo de los malditos, ¿hay algo más que deba saber?

Le alzó el brazo para mostrarle el brazalete que hacía juego con el suyo.

– Sí. Dado que ambos estamos usando esto voy a atreverme a adivinar que nos vinculan de alguna forma. Porque, afrontémoslo, los Daimons no suelen etiquetarte antes de morderte. No es como si fueran Marlin Perkins [1] tratando de estudiarnos.

Simone bajó la vista hacia su brazo mientras un mal presentimiento la atravesaba.

– ¿Qué tratas de decirme? -Realmente lo sabía, pero quería oírlo de su boca antes de estar dispuesta a creerlo.

– Estoy diciendo que si yo fuera tú, no me alejaría demasiado de mí hasta que resolvamos qué son estas cosas exactamente y qué es lo que hacen. Conociendo a los dioses como los conozco, estoy seguro de que de una forma u otra, estamos jodidos.

Conociendo a los dioses…

Oh, esto iba de mal en peor.

– ¿Qué eres? -le preguntó, aterrorizada por la respuesta que podría darle.

Su mirada fue tan fría como el viento en el exterior.

– No hagas preguntas si no quieres saber la respuesta.

– Um, chicos… -dijo Jesse, interrumpiéndolos. -Los Daimons tienen un coche y vienen tras nosotros.

Xypher maldijo.

En un abrir y cerrar de ojos, Simone se movió del asiento del acompañante al del conductor.

Ahora Xypher se encontraba en el asiento de ella.

– ¿Puedes sacarnos de aquí?

Probablemente debería cuestionarse lo que acababa de suceder, pero teniendo en cuenta que uno de sus mejores amigos era un fantasma y que el otro trabajaba para caza-vampiros inmortales, estaba acostumbrada a que lo inusual fuera cosa de todos los días. Lo que importaba ahora era salir libres.

– Conducción defensiva 101. Asegurad vuestros cinturones.

El coche salió disparado hacia el otro lado y se enfiló en dirección a los Daimons, que viraron bruscamente para evadirla. Simone dio un rápido giro en U en medio de la carretera y se enfiló hacia el callejón donde se habían encontrado.

– Buen trabajo.

Estaba asombrada de que el maleducado de Xypher fuera capaz de hacerle un cumplido.

– Beneficios de pasar el tiempo con la policía. Aprendes un montón de cosas útiles.

Jesse asomó la cabeza en el asiento delantero, entre ellos dos.

– Aún vienen tras nosotros.

– No por mucho tiempo. -Xypher bajó la ventanilla y sacó un arma del bolsillo de sus pantalones. Abrió fuego hacia el coche que los seguía.

Los ojos de Simone se abrieron de par en par cuando escuchó explotar un neumático. El coche derrapó hacia un lado antes de volcar en la calle.

– Buena puntería, Tex.

Sacó el arma y la reemplazó con una nueva.

– Tengo una ventaja desleal. Puedo hacer que las balas se dirijan donde yo quiera. Eliminé a los Daimons antes de acabar con el coche.

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[1] Reconocido zoólogo, conocido por llevar el programa de televisión Mutual of Omaha’s Wild Kindom.

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