Con el mismo estilo, detuvo la cinta y arrojó la grabadora sobre la cama.
– Cógela. -Y, mirando con el ceño fruncido la revuelta ropa de cama, añadió-: Te lo has ganado.
– Doc, escucha. Yo…
– Has conseguido lo que buscabas. Un buen reportaje. -La empujó hacia un lado, cogió sus vaqueros y se los enfundó, rabioso.
– ¿Puedes dejar de lado por un momento tu justa indignación y escucharme?
Doc agitó la mano en dirección al comprometedor aparato.
– Ya he oído suficiente. ¿Pudiste grabarlo todo? ¿Todos los jugosos detalles de mi vida personal? Me sorprende que te hayas demorado tanto. Te habría creído capaz de salir volando hacia Dallas en caso necesario para poder empezar a montar todo el material que has conseguido sobre mí.
Se abrochó la cremallera del pantalón y recogió la camisa del suelo.
– ¡Oh!, no, espera. Primero querías que te follase. Después de que ese tal Joe o como se llame acabara en fiasco, necesitabas reforzar tu ego.
El insulto dolía y ella reaccionó contraatacando.
– ¿Quién entró en la habitación de quién? Yo no te seguí la pista. Fuiste tú quien vino aquí, ¿lo recuerdas?
Doc maldijo porque no encontraba uno de los calcetines. Y metió el pie en la bota sin él.
– No es culpa mía que seas un buen reportaje -le gritó ella.
– No quiero ser un reportaje. Nunca lo quise.
– Pues lo siento, Doc. Lo eres. Simplemente, lo eres. En su día un personaje destacado, hoy un héroe. Anoche salvaste vidas. ¿Crees que todo eso pasará inadvertido? Esos chicos y sus padres hablarán sobre «Doc». Igual que los demás rehenes. Cualquier periodista que se merezca el sueldo que le pagan reclamará la verdad desnuda. Ni siquiera tu amigo Montez será capaz de protegerte de la publicidad. Habrías sido noticia pasase lo que pasase. Pero ya que «Doc» es el solitario doctor Bradley Stanwick, vas a ser una gran noticia. Una noticia enorme.
Él hizo un nuevo gesto en dirección a la grabadora.
– Pero tú las tendrás todas, ¿no? ¿Hay otra grabadora debajo de la cama? ¿Esperabas conseguir una excitante conversación de almohada?
– Vete al infierno.
– No apostaría por ti.
– Estaba haciendo mi trabajo.
– Y yo pensaba que estaba hablando confidencialmente. Pero lo utilizarás, ¿verdad? ¿Todo lo que pensé que estaba confiándote?
– ¡Tienes razón y lo haré!
Su mandíbula se torció de rabia. La miró unos segundos y luego se encaminó hacia la puerta. Tiel se le acercó, lo agarró por el brazo y le obligó a volverse.
– Podría ser lo mejor que te pasara.
Tiró del brazo para liberarse de ella.
– No lo veo así.
– Podría obligarte a encarar el hecho de que te equivocaste huyendo. Ayer… anoche -dijo, tartamudeando ante la prisa por querer clarificar las cosas antes de que él se marchara-. Le dijiste a Ronnie que no podía huir de sus problemas. Que huir de ellos no era solución. ¿Y no es eso exactamente lo que tú hiciste? Te trasladaste aquí y enterraste la cabeza en la arena de Texas, negándote a aceptar lo que sabes que es cierto. Que eres un médico de talento. Que podías marcar la diferencia. Que estabas marcando la diferencia. Estabas dando un indulto a pacientes y familiares que se enfrentaban a una pena de muerte. Dios sabe lo que podrías hacer en el futuro. Pero debido a tu orgullo, y a tu rabia, y a tu desilusión con tus colegas, lo abandonaste. Te quitaste de encima lo bueno y lo malo. Si esta historia vuelve a ponerte en el candelero, si existe una posibilidad de que motivara tu regreso a la medicina, prefiero que me zurzan antes que pedir perdón por ello.
Él le dio la espalda y abrió la puerta.
– ¿Doc? -gritó ella.
Pero lo único que él dijo fue:
– Te esperan fuera.
Capítulo 17
El cubículo de Tiel en la sala de redacción se había convertido en una zona de desastre. Lo era normalmente, pero ahora lo era más de lo habitual. Había recibido centenares de notas, tarjetas y cartas de colegas y telespectadores, felicitándola por su excelente reportaje sobre la historia Davison-Dendy y alabándola por el papel heroico que había desempeñado en ella. Aún le quedaban muchas por abrir. Las había apilado en unos inestables montones.
No quedaban superficies libres para acomodar los innumerables ramos de flores que habían ido llegando a lo largo de la semana anterior, de modo que los había repartido por despachos y salas de reuniones de todo el edificio.
Vem y Gladys le habían enviado por correo un pastel de queso que habría dado de comer a un batallón. El personal de la redacción se había puesto las botas y aún quedaba más de la mitad.
Como era de esperar, Tiel se había convertido en el centro de atención, y no sólo a nivel local. Había sido entrevistada por periodistas de cadenas nacionales, incluyendo la CNN y Bloomberg. Gracias al atractivo elementó humano, la historia de amor, el nacimiento del bebé y el dramático desenlace, la historia había despertado el interés de las audiencias televisivas de todo el mundo.
Un distribuidor de coches de la ciudad le había hecho una propuesta para aparecer en sus anuncios y ella había declinado la oferta. Revistas femeninas estaban proponiéndole artículos de colaboración sobre cualquier cosa, desde sus secretos para el éxito hasta la decoración de su casa. Sin haber sido nombrada oficialmente, era la Mujer de la Semana.
Y nunca se había sentido más miserable.
Estaba realizando un intento inútil de limpiar la mesa cuando llegó Gully.
– Hola, pequeña.
– He llevado lo que quedaba de pastel de queso a la cafetería y lo he dejado allí para que la gente se sirva libremente.
– Me he comido el último pedazo.
– Tus arterias nunca me perdonarán.
– ¿Te he dicho que hiciste un trabajo estupendo?
– Siempre es agradable oírlo.
– Hiciste un trabajo estupendo.
– Gracias. Pero me ha dejado agotada. Estoy cansada.
– Lo pareces. De hecho, pareces una mierda aplastada. -Ella le miró con malicia por encima del hombro. Sólo digo lo que veo.
– ¿No te explicó nunca tu madre que hay cosas que es mejor no decir?
– ¿Qué te pasa?
– Ya te lo he dicho, Gully, estoy…
– Tú no estás sólo cansada. Conozco el cansancio, y esto no es cansancio. Deberías estar encendida como un árbol de Navidad. Esta no es tu personalidad normal, hiperactiva, llena de energía. ¿Se trata de Linda Harper? ¿Estás de morros porque estuvo allí primero y te robó un poco de tanto estruendo?
– No. -De manera metódica abrió un nuevo sobre y leyó la nota de felicitación que contenía. «Me encantan tus reportajes en televisión. Eres mi modelo a imitar. Cuando sea mayor me gustaría ser como tú. Me encanta además tu pelo.»
– No puedo creerme -dijo Gully- que no reconocieses a ese Doc como al doctor Bradley Stanwick.
– Mmm.
Gully continuó, sin amilanarse ante su aparente desinterés.
– Deja que te lo diga de otra manera. No creo que no le reconocieses como el doctor Bradley Stanwick.
El cambio en el tono de voz de Gully era inconfundible, y no había manera de evitar abordarlo. Dejó en la mesa la nota de la chica que se había identificado como Kimberly, una estudiante de quinto curso, y giró lentamente la silla para situarse frente a Gully.
Él la miró durante un largo momento. Los ojos de Tiel no vacilaban. Tampoco transmitían nada.
Finalmente, Gully se pasó la mano por la cara, tirando de su decaída piel hasta convertirla casi en una máscara de goma de Halloween.
– Imagino que tenías tus razones para proteger su identidad.
– Me pidió que no la revelara.
– ¡Oh! -Se dio en la frente con la palma de la mano-. ¡Claro! ¿Pero qué me pasa? Uno de los protagonistas de la historia dijo «No quiero salir en televisión» y entonces, naturalmente, tú omitiste ese importante elemento.
– No ha representado ningún coste para el reportaje, Gully. -Malhumorada, se levantó y empezó a reunir sus objetos personales para guardarlos en el bolso y marcharse-. Lo hizo Linda, así que ¿de qué te quejas?