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– Iré yo también y mandaré a alguien a recoger mi coche.

Gully empezó a negar con la cabeza antes de que Tiel terminara de hablar.

– Sólo hay espacio para dos pasajeros, y tengo que regresar. No quiero ni pensar lo que ese extravagante con anillos en la ceja habrá hecho con mi sala de prensa. Tú aceptarás el amable ofrecimiento del alcalde. Enviaremos luego el helicóptero a recogerte, junto con un alumno en prácticas para que conduzca de nuevo tu coche hasta Dallas. Además, apestas. Una ducha no te iría mal.

– La verdad es que sabes cómo quitarle el encanto a una situación cuando te lo propones, Gully.

Parecía que todo estaba solucionado, y ella estaba demasiado agotada como para oponer mucha resistencia. Concretaron el momento y el lugar para coger luego el helicóptero y el sheriff Montez prometió llevarla más tarde allí. Gully y Kip se despidieron y se apresuraron hacia el helicóptero con el anagrama de su canal pintado en los laterales que estaba ya esperándoles.

Calloway le tendió la mano.

– Buena suerte, señorita McCoy.

– Igualmente. -Se estrecharon la mano, pero antes de que él la retirara, ella le detuvo-. Ha dicho que se alegraba de que yo estuviera allá dentro -dijo, moviendo la cabeza en dirección a la tienda-. Yo me alegro de que usted estuviese aquí fuera, señor Calloway. -Y lo decía en serio. Habían tenido mucha suerte de tenerlo a él como agente al cargo de una misión tan delicada como la que habían vivido. Otro tal vez no la habría gestionado con la sensibilidad que él había demostrado.

El indirecto cumplido le puso en una situación embarazosa.

– Gracias -dijo rápidamente, luego se volvió para entrar de nuevo en la camioneta.

El sheriff Montez retiró sus maletas del coche y las colocó en el asiento trasero de su coche patrulla. Tiel protestó al ver que pretendía hacerle de chófer.

– Puedo conducir, sheriff.

– No es necesario. Está tan fatigada que me temo que se quedaría dormida al volante. Si le preocupa el coche, enviaré un agente a por él. Lo dejaremos aparcado delante de nuestra oficina para poder vigilarlo.

Sorprendentemente, agradeció el cambio que suponía poder renunciar al control de la situación y no tener que tomar decisiones comprometedoras.

– Gracias.

El viaje hasta el motel fue muy corto. Había seis habitaciones a ambos lados de un pasillo techado entre los edificios que proporcionaba una estrecha franja de sombra. Las puertas estaban pintadas del color naranja característico de la Universidad de Texas.

– No es necesario que se registre. Es la única hospedada. -Montez abandonó el volante y dio la vuelta al vehículo para ayudarla.

Tenía la llave de la habitación y abrió con ella la puerta. El aire acondicionado estaba ya conectado. La unidad, situada junto a la ventana, zumbaba con fuerza y alguna de sus piezas interiores emitía un sonido metálico intermitente, pero no eran más que ruidos conocidos. En la única mesita de la habitación alguien había colocado un jarrón con girasoles y una cesta llena de fruta fresca y productos de bollería envueltos en plástico de color rosa.

– Las damas católicas no iban a verse superadas por las baptistas -le explicó el sheriff.

– Han sido todos muy amables.

– Y qué menos, señorita McCoy. De no haber sido por usted, todo podría haber ido mucho peor. Ninguno de nosotros quiere ver el nombre de Rojo Flats en el mapa dando título a una masacre. -Se tocó el ala del sombrero al retirarse y antes de cerrar la puerta a sus espaldas, dijo-: Cualquier cosa que quiera, llame a la oficina. Por lo demás, nadie la molestará. Descanse. Vendré a por usted más tarde.

Normalmente, lo primero que hacía Tiel cuando entraba en la habitación de un hotel era encender el televisor. Era una adicta a las noticias. Mirase o no la pantalla, siempre la tenía sintonizada en un canal de noticias de veinticuatro horas. Se quedaba dormida frente a él, se despertaba con él.

Pero ahora, de camino al minúsculo baño cargada con su neceser, pasó por delante del televisor sin siquiera percatarse de su presencia. El espacio de la ducha apenas permitía moverse en ella, pero el agua estaba caliente y era abundante. Debajo del chorro humeante, dejó que le empapara bien la cabeza antes de lavársela. Se enjabonó con placer con su jabón de importación y de venta exclusiva en Neiman's. Se depiló las piernas con la cuchilla, evitando las heridas de las rodillas. Utilizó el secador sólo para quitar la primera humedad del cabello y luego se inclinó sobre el lavabo para lavarse los dientes.

Todo resultaba maravilloso.

¿Pero por qué se sentía tan mal?

Acababa de obtener el reportaje más importante de su carrera. Nine Live era suyo. Así lo había dicho Gully. Tendría que sentirse feliz como un cascabel. Pero tenía en cambio la sensación de que todos sus miembros le pesaban una tonelada. ¿Dónde estaba aquel cosquilleo que aportaba un buen reportaje? Se sentía tan apática como una botella de champán abierta tres días atrás.

Falta de sueño. Eso era. En cuanto hubiese dormido unas horas estaría otra vez bien. Habría recuperado su antigua personalidad. Habría recargado las pilas y estaría lista.

De nuevo en la habitación, buscó en su maleta una camisetilla de tirantes y unas bragas, se las puso, conectó la alarma del despertador y abrió la cama. Las sábanas tenían un aspecto cálido y acogedor. Le pasó por la cabeza que igual las manchaba con la sangre de las rodillas y las manos, pero no le importaba.

Cuando oyó que llamaban a la puerta lo confundió con un nuevo sonido del mecanismo del aire acondicionado. Pero cuando llamaron de nuevo, se dirigió a la puerta y la abrió.

Capítulo 16

Pasó, cerró la puerta a sus espaldas, se quitó las gafas de sol y el sombrero y los dejó en la mesa junto a la cesta de golosinas sin tocar que habían preparado las damas de la iglesia católica.

Olía a sol y a jabón; estaba recién afeitado. Iba vestido con unos pantalones vaqueros Levi's limpios aunque muy gastados y una camisa sencilla de color blanco, un cinturón de cuero con tachuelas y botas de vaquero.

Ni una manada de potros mesteños habría impedido que Tiel se arrojara en sus brazos. O quizá fuera él quien la atrajo hacia sí. No llegó nunca a recordar quién hizo el primer movimiento. De todos modos, quién lo iniciara carecía de importancia.

Lo único que importaba era que él la acaparó con un abrazo. El cuerpo de ella se fundió con el suyo y se abrazaron con fuerza. Las lágrimas empezaron a brotar sin parar, para ser absorbidas por el tejido de la camisa. La cubrió por la nuca con la mano y recostó la cara de ella contra su pecho para amortiguar los sollozos que se sucedían en breves y sonoras ráfagas.

– ¿Ha muerto? ¿Estás aquí para decirme que Ronnie ha muerto?

– No, no es por eso. No tengo noticias de Ronnie.

– Supongo que eso es bueno.

– Supongo.

– No podía creerlo, Doc. Ese sonido. Ese sonido horrible y ensordecedor. Luego verlo tendido en el suelo tan quieto, entre tantos cristales y tanta sangre. Más sangre.

– Shh.

Oía palabras de consuelo susurradas en la raíz de su pelo, en la sien. Luego las palabras cesaron y fue sólo su respiración, sus labios, arrastrándose por su frente, acariciándole los húmedos parpados. Tiel levantó la cabeza y lo miró con ojos llorosos. Levantó la mano para acariciarle la cara y emitió un pequeño sonido de deseo, del que él se hizo eco.

Un instante después, los labios de él se habían posado sobre los suyos. Insistentes y hambrientos, separaron los de ella. Sus lenguas flirtearon, se acariciaron, hasta que dominó la de él. Reclamaba y exploraba su boca. Las manos de Tiel se cruzaron en la nuca de Doc. Hundió los dedos entre su cabello y se rindió a su beso, que era simbólica y manifiestamente sexual.

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