– Abra el maletín.
– ¿Qué? Ah, sí, por supuesto. -Abrió el maletín negro y lo mantuvo así para que Ronnie lo inspeccionase.
– Está bien, adelante. Ayúdela, por favor. Lo está pasando mal.
– Eso parece -observó el médico, viendo cómo Sabra sufría y gemía ante la llegada de una nueva contracción.
La chica, por instinto, buscó la mano de Tiel. Tiel se la apretó con fuerza y siguió hablándole y dándole ánimos.
– Ha llegado el médico, Sabra. A partir de ahora todo irá mejor. Te lo prometo.
Doc estaba dándole al médico la información pertinente.
– Tiene diecisiete años. Es su primer hijo. Su primer embarazo.
Tomaron posiciones junto a la chica, Doc al lado derecho de Sabra, el doctor Cain a sus pies, Tiel a su izquierda.
– ¿Cuánto tiempo lleva de parto?
– Las contracciones preliminares han empezado a media tarde. Ha roto aguas hace dos horas. Después de eso, los dolores han aumentado mucho, y durante la última media hora han ido disminuyendo.
– Hola, Sabra -le dijo el médico a la chica.
– Hola.
Le puso las manos en la barriga y la examinó con presiones ligeras.
– Viene de nalgas, ¿verdad? -preguntó Doc, buscando la confirmación de su diagnóstico.
– Sí.
– ¿Cree que podrá darle la vuelta al feto?
– Eso es muy complicado.
– ¿Tiene experiencia en partos de nalgas?
– He ayudado en algunos.
No era la respuesta esperada. Preguntó entonces Doc:
– ¿Ha traído un manguito para la tensión?
– Lo tengo en el maletín.
El médico siguió examinando a Sabra palpándole con delicadeza el abdomen. Doc le pasó el manguito, pero él se negó a cogerlo. Estaba hablándole a Sabra.
– Relájate y todo irá bien.
La chica miró de reojo a Ronnie y le sonrió esperanzada.
– ¿Cuánto falta para que llegue el bebé, doctor Cain?
– Eso es difícil de saber. Los bebés tienen mentalidad propia. Preferiría llevarte al hospital mientras tengamos tiempo para ello.
– No.
– Sería mucho más seguro para ti y para el bebé.
– No puedo ir por culpa de mi padre.
– Está muy preocupado por ti, Sabra. De hecho, está fuera. Me ha dicho que te diga…
El cuerpo de la chica se contorsionó como si sufriera un espasmo muscular.
– ¿Que está aquí mi padre? -Su voz era aguda, presa del pánico-. ¿Ronnie?
La noticia le había descompuesto tanto como a Sabra.
– ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
Tiel le dio unos golpecitos en el hombro para animarla.
– No pasa nada. Ahora no pienses en tu padre. Piensa en tu bebé. Sólo deberías preocuparte por eso. Todo lo demás se solucionará.
Sabra se puso a llorar.
Doc se inclinó hacia el médico y le susurró enfadado:
– ¿Por qué demonios le ha dicho eso? ¿No podía esperar a darle la noticia?
El doctor Cain parecía confuso.
– Pensé que le consolaría saber que su padre estaba aquí. No han tenido tiempo de darme todos los detalles de la situación. No sabía que esta información la pondría así.
Doc parecía dispuesto a estrangularlo, y Tiel compartía su impulso.
Doc estaba tan enfadado que apenas movía los labios al hablar. Pero, consciente de que cualquier exhibición de rabia sólo serviría para empeorarlo todo, siguió centrado en el asunto que tenían entre manos.
– Cuando la exploré no había dilatado mucho. -Y, mirando el reloj, añadió-: Pero ha pasado ya una hora desde entonces.
El médico asintió.
– ¿Cuánto? ¿Cuánto había dilatado, quiero decir?
– Unos ocho o diez centímetros.
– Mmmm.
– Eres un hijo de puta.
El gruñido de Doc obligó a Tiel a levantar la cabeza de repente. ¿Lo había oído bien? Pues sí, al parecer, ya que el doctor Cain lo miraba consternado.
– ¡Hijo de puta! -repitió Doc, esta vez exclamando y rabioso.
Lo que sucedió a continuación quedó, para toda su vida, borroso en la memoria de Tiel. Nunca consiguió recordar exactamente la rápida secuencia de acontecimientos, pero cualquier evocación de los mismos siempre le daba ganas de comer chile.
Capítulo 6
La camioneta del FBI aparcada en la franja asfaltada que se extendía entre los surtidores de gasolina y la carretera estaba equipada con toda la parafernalia de alta tecnología que solía utilizarse para destacamentos, vigilancias y comunicaciones. Se trataba de un puesto de mando móvil apostado en Midland-Odessa y que había sido movilizado y transportado a Rojo Flats. Había llegado minutos después de que aterrizara el helicóptero de Calloway procedente de Fort Worth.
En la zona no había ninguna pista de aterrizaje capaz de acomodar un aparato mayor que un avión fumigador. Por lo tanto, el jet privado de Dendy había volado hasta Odessa, donde un helicóptero chárter le esperaba para trasladarlo a continuación hasta la pequeña ciudad. A su llegada, había vociferado de camino a la furgoneta exigiendo saber exactamente cuál era la situación y cómo pensaba solucionarla Calloway.
Dendy se había convertido en un engorro y Calloway había tenido ya del millonario todo lo que era capaz de digerir antes incluso de que Dendy empezara a machacarle a preguntas sobre la maniobra que estaba en aquel momento en marcha.
Todos los ojos estaban clavados en el monitor de televisión, que transmitía la imagen en directo recogida por una cámara situada en el exterior. Vieron cómo Cain entraba en el establecimiento y permanecía allí, de espaldas a la puerta, hasta perderse de vista.
– ¿Y si no funciona? -preguntó Dendy-. ¿Entonces, qué?
– El «entonces qué» dependerá del resultado.
– ¿Se refiere a que no tiene un plan alternativo en marcha? ¿Qué tipo de equipo dirige usted aquí, Calloway?
Estaban a punto de enzarzarse en una pelea. Los demás hombres de la camioneta permanecieron expectantes para ver quién explotaba primero, si Dendy o Calloway. Irónicamente, fue una declaración del sheriff Marty Montez la que desactivó la tensión explosiva.
– Puedo ahorrarles el suspense a ambos y decirles directamente que esto no va a funcionar.
Como cortesía -y también como una inteligente maniobra diplomática-, el agente Calloway había invitado al sheriff del condado a unirse a aquella conferencia de alto nivel.
– Doc no es tonto -prosiguió Montez-. Enviando a ese novato no está haciendo otra cosa que buscarse problemas.
– Gracias, sheriff Montez -dijo secamente Calloway.
Entonces, como si la declaración de Montez hubiese sido profética, se oyeron disparos. Dos se produjeron prácticamente a la vez, y otro varios segundos más tarde. Los primeros dos los paralizaron a todos. El tercero los puso en acción. Todo el mundo se puso en movimiento y empezó a hablar a la vez.
– ¡Jesús! -vociferó Dendy.
La cámara no les mostraba nada. Calloway cogió unos auriculares para poder escuchar las comunicaciones que se producían entre los hombres apostados delante del establecimiento.
– ¿Han sido disparos? -preguntó Dendy-. ¿Qué sucede, Calloway? ¡Ha dicho que mi hija no correría ningún peligro!
Calloway gritó por encima del hombro:
– Siéntese y estese quieto, señor Dendy, o tendré que pedir que se lo lleven físicamente fuera de la camioneta.
– ¡Si la caga, seré yo quien me lo llevaré físicamente de este planeta).
A Calloway se le puso la cara blanca de rabia.
– Cuidado, señor. Acaba de amenazar la vida de un oficial federal.
Dicho esto, ordenó a uno de sus subordinados que se llevara a Dendy. Necesitaba saber de inmediato quién había disparado a quién y si alguien había resultado herido o muerto. Mientras intentaba descubrirlo, lo que menos necesitaba era a Dendy profiriéndole amenazas.
Dendy explotó:
– ¡No me voy de aquí ni loco!
Calloway dejó al alterado padre en manos de sus subordinados y regresó a la consola para pedir información a los agentes apostados en el exterior.