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– ¿Cómo está Sabra?

Tiel le habló por encima del hombro:

– No está bien. -Se sintió muy aliviada al ver que Doc regresaba-. ¿Qué sucede?

– Juan le ha dado un puntapié a Cain en la cabeza. Está inconsciente.

– Nunca pensé que le daría las gracias a ese hombre por algo.

– Vern está atándolos. Me alegro de que estén… contenidos.

Se dio cuenta de la intensidad del rostro de Doc y supo que el estado cada vez peor de Sabra no era el único motivo de ello.

– ¿Porque son balas perdidas? La verdad es que no tenían nada que perder intentando hacerse con el control de la situación.

– Cierto. ¿Pero qué ganaban con ello?

¿Representaba realmente Ronnie Davison una amenaza para hombres de apariencia tan dura como ellos? Después de reflexionarlo, dijo Tiel:

– Nada que se me ocurra.

– Nada que se le ocurra. Eso es lo que me preocupa. Hay algo más -continuó, bajando la voz-. Fuera hay hombres con rifles que han tomado posiciones. Seguramente un equipo de fuerzas especiales.

– ¡Oh!, no.

– Los he visto situándose y poniéndose a cubierto.

– ¿Los ha visto Ronnie?

– No creo. Ese disparo debe de haber puesto nervioso a todo el mundo. Seguramente estarán pensando lo peor. Podrían irrumpir en el edificio, intentar entrar por el tejado o algo por el estilo.

– Ronnie se espantaría.

– Ahí es donde voy a parar.

El teléfono volvió a sonar.

– Ronnie, responde -le gritó Doc-. Explícales lo que ha sucedido.

– No hasta que sepa que Sabra está bien.

Aunque Tiel no era ni mucho menos una experta en medicina, el estado de Sabra le parecía crítico. Pero, igual que Doc, no quería a Ronnie más nervioso de lo que ya lo estaba.

– ¿Dónde está Katherine? -preguntó débilmente la chica.

Doc, que había hecho lo posible por detener la hemorragia, se quitó el guante y le retiró el pelo de la frente.

– Gladys se encarga de ella. La ha acunado hasta dormirla. Me parece que esta niña es tan valiente como su madre.

Incluso una sonrisa parecía costarle un tremendo esfuerzo.

– No saldremos de aquí, ¿verdad?

– No digas eso, Sabra -le susurró con energía Tiel, observando la cara de Doc mientras leía el indicador de la tensión arterial-. No lo pienses siquiera.

– Papá no cederá. Y yo tampoco. Y tampoco Ronnie. De todos modos, ahora no puede hacerlo. Si lo hiciese, lo meterían en la cárcel.

Dividió una mirada vidriosa y ojerosa entre Tiel y Doc.

– Díganle a Ronnie que venga. Quiero hablar con él. Ahora. No quiero esperar más.

Aunque no mencionó en concreto su pacto de suicidio, el significado estaba claro. Tiel sentía una fuerte tensión en el pecho provocada por la ansiedad y la desesperación.

– No podemos permitir que lo hagas, Sabra. Sabes que está mal. No es la respuesta.

– Ayúdennos, por favor. Es lo que queremos.

Entonces, por su propia voluntad y sin ella quererlo, sus ojos se cerraron. Estaba demasiado débil para volver a abrirlos y se quedó adormilada.

Tiel miró a Doc.

– Es malo, ¿verdad?

– Mucho. La tensión arterial está cayendo. El pulso se acelera. Va a desangrarse.

Con una grave mirada clavada en el pálido e inmóvil rostro de la chica, se lo pensó un momento y dijo:

– Voy a explicarle lo que pienso hacer.

Se puso en pie, cogió la pistola que había dejado en la estantería, rodeó el expositor de aperitivos y se acercó a Ronnie, que esperaba que lo pusieran al día sobre el estado de Sabra.

Capítulo 13

– ¿Por qué no responden al teléfono? -Los acontecimientos habían reducido el característico rugido de Dendy a un agudo chillido. Estaba fuera de sí.

De hecho, los disparos habían sumido en un estado próximo al pánico a todos los reunidos en la camioneta. Cole Davison había salido corriendo, sólo para regresar instantes después y gritarle a Calloway por haber movilizado el equipo de fuerzas especiales.

– ¡Lo prometió! Dijo que Ronnie saldría ileso. Si lo presiona, si piensa que está sitiándolo, podría… podría hacer algo como lo que ya hizo.

– Cálmese, señor Davison. Estoy tomando las medidas de precaución que considero adecuadas. -Calloway se llevó el auricular del teléfono al oído, pero su llamada al supermercado seguía sin obtener respuesta-. ¿Ve alguien algo?

– Movimiento -vociferó uno de los agentes. A través de unos cascos comunicaba con otro agente apostado en el exterior y que vigilaba con prismáticos-. Imposible descifrar quién está haciendo qué.

– Mantenme informado.

– Sí, señor. ¿Va a contarle al chico lo de Huerta?

– ¿Quién es ése? -quería saber Dendy.

– Luis Huerta. Uno de nuestros «diez más buscados». -Y, dirigiéndose al otro agente, dijo Calloway- No, no voy a decírselo. Cundiría el pánico entre ellos, incluyendo a Huerta. Es capaz de casi todo.

Ronnie respondió el teléfono.

– ¡Ahora no, estamos ocupados!

Calloway maldijo profusamente cuando el tono de marcar sustituyó la voz angustiada de Ronnie. Marcó de nuevo de inmediato.

– ¿Que uno de los mexicanos de ahí dentro está en la lista de los diez más buscados por el FBI? -Cole Davison estaba cada vez más confuso-. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho?

– Contrabando de mexicanos en la frontera, con la promesa de proporcionarles visados de permiso de trabajo y buenos puestos, para luego venderlos como esclavos. El verano pasado, la patrulla fronteriza recibió un chivatazo de una entrada y estaba siguiéndole la pista. Huerta y dos de sus esbirros, al darse cuenta de que estaban a punto de ser atrapados, abandonaron el camión en el desierto de Nuevo México y se dispersaron como cucarachas que son. Todos escaparon.

»Pasaron tres días hasta que se descubrió el furgón. Habían encerrado en él a cuarenta y cinco personas, hombres, mujeres y niños. El calor en el interior del furgón debió de alcanzar los noventa grados o más. Huerta está buscado por cuarenta y cinco casos de asesinato y otros crímenes diversos. Ha estado escondido en algún rincón de México durante casi un año. Las autoridades de allí cooperan y quieren hacerse con él tanto como nosotros, pero es un astuto cabrón. Sólo existe una cosa capaz de hacer que se arriesgue. El dinero. Mucho dinero. De modo que si ha vuelto a aparecer por aquí, es porque me imagino que en algún lugar cercano hay un cargamento de gente a la espera de ser vendido.

Davison parecía estar a punto de devolver su última comida.

– ¿Quién es el hombre que va con él?

– Uno de sus guardaespaldas, estoy seguro. Son hombres peligrosos, despiadados, y comercian con seres humanos. Lo que me sorprende es por qué no están armados. O, si lo están, por qué no han salido de ahí dando tiros hasta ahora.

El pecho de Dendy subía y bajaba, emitiendo un sonido gorjeante que parecía un sollozo.

– Escuche, Calloway, he estado pensando.

Aunque Calloway seguía con el auricular pegado al oído, prestó a Russell Dendy toda su atención. Sospechaba que Dendy estaba tenso. Llevaba toda la tarde bebiendo de su petaca. Parecía tremendamente contrariado, a punto de perder el control de sus emociones. Había dejado de ser un pesado beligerante.

– Le escucho, señor Dendy.

– Limítese a sacarlos de allí sanos y salvos. Eso es lo que ahora importa. Dígale a Sabra que puede quedarse con el bebé, que no interferiré en eso. Esa cinta de mi hija… -Se pasó la mano por unos ojos llorosos-. Me ha calado muy hondo. Ya no me importa nada, sólo quiero ver a mi hija sana y salva y fuera de ahí.

– Ése también es mi objetivo, señor Dendy -le garantizó Calloway.

– Acceda a lo que pida el chico. -Negociaré para él el mejor trato que pueda. Pero primero tengo que conseguir que hable conmigo. El teléfono seguía sonando.

– ¿Ronnie?

El joven no se dio cuenta de que Doc estaba en posesión de la pistola. Era evidente que con toda la confusión Ronnie se había olvidado del arma que le habían quitado a Cain. Doc levantó la mano y, al ver el arma, el joven se encogió. Donna soltó un grito de miedo antes de llevarse las dos manos a la boca.

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