– ¿Que de qué me quejo? ¿Es que me has oído quejarme?
– Parecía como si estuvieras quejándote.
– Simplemente siento curiosidad por saber por qué mi reportera aventajada me ha fallado.
– No ha sido así.
– ¡Has fallado! Y mucho. Quiero saber por qué.
Ella se volvió y se enfrentó a él.
– Porque se… -Dejó de gritar, recuperó la calma, respiró hondo y acabó con un tono mucho más suave-. Complicó.
– Se complicó.
– Se complicó. -Le rodeó para coger la chaqueta, la descolgó del perchero y se la puso, evitando su mirada incisiva-. Es algo parecido a lo de Garganta Profunda.
– No tiene nada que ver con Garganta Profunda, que era una fuente de información. Bradley Stanwick era un jugador en activo. Un protagonista. Objeto de caza legal.
– Una distinción que en algún momento deberíamos debatir. En otro momento. Cuando no esté a punto de largarme de vacaciones.
– ¿Aún piensas irte? -Salió corriendo tras ella en cuanto Tiel abandonó su cubículo y empezó a abrirse camino por la sala de redacción en dirección a la parte trasera del edificio.
– Necesito más que nunca alejarme un tiempo de aquí. Fuiste tú quien aprobó mi solicitud para tomarme unos días libres.
– Lo sé -dijo quejosamente-. Pero me lo he pensado dos veces. ¿Sabes qué estaba pensando? Estaba pensando que deberías producir un programa piloto de Nine Live. Este «médico del cáncer-vaquero» sería un primer invitado dinamita. Consigue que hable sobre la investigación en torno a la muerte de su esposa. ¿Cuál es su punto de vista sobre la eutanasia? ¿Le practicó a ella la eutanasia?
– Estaba motivado para hacerlo, pero no lo hizo.
– ¿Lo ves? Ya tenemos en marcha un diálogo provocador. Podrías seguir con su participación en aquel incidente que viviste. ¡Sería estupendo! Podríamos pasar el programa piloto a los de arriba. Tal vez emitirlo como reportaje especial una noche después de las noticias. Sería tu billete para el puesto de presentadora de Nine Live.
– No te hagas ilusiones, Gully. -Empujó la pesada puerta de salida que daba al aparcamiento de empleados. El pavimento estaba caliente como las brasas.
– ¿Pero qué dices? -La siguió al exterior-. Esto es lo que siempre quisiste, Tiel. Para lo que has trabajado. Mejor que lo aproveches, o podrían quitártelo. Podrían darle el programa a Linda, sobre todo si se enteran de que supiste en todo momento lo de Stanwick. Pospón el viaje hasta que todo esto esté cerrado.
– Y entonces no me podré marchar porque tendré todas las reuniones de producción. -Negó con la cabeza. No, Gully, me voy.
– No te entiendo. ¿Estás con el síndrome premenstrual o qué?
Sonrió, negándose a tomárselo a mal.
– Estoy cansada del baile, Gully. Estoy agotada de intentar conseguir constantemente un puesto y de toda la paranoia que ello conlleva. La directiva sabe perfectamente lo que soy capaz de hacer. Son conscientes de mi popularidad entre el público, y saben que ahora es más alta que nunca. Conocen mi trabajo desde hace años, mis índices de audiencia, y tienen mis premios para recordarles que soy la mejor elección para ese puesto.
Abrió la puerta del coche y echó dentro el bolso.
– Diles que mientras no estoy seguiré en contacto con mi agente. Voy a convertir Nine Live en una condición de mi contrato. Si no tengo el programa, no renuevo. Y durante esta semana he recibido al menos un centenar de ofertas que respaldan mi decisión.
Se inclinó y le dio un beso en la mejilla a Gully, que seguía asombrado.
– Te quiero, Gully. Adoro mi trabajo. Pero es trabajo; ha dejado de ser mi vida.
De camino a la ciudad hizo una parada, en un contenedor de basura situado detrás de un supermercado. Tiró dos cosas. Una era una cinta de voz grabada. La otra una cinta de vídeo de dos horas de duración filmada con la videocámara de Gladys y Vern.
Tiel maldijo al ver el sedal de la caña completamente enredado.
– ¡Maldita sea!
– ¿Pican?
Pensando que estaba sola, dio un brinco y se volvió rápidamente. Le flaquearon las rodillas al verlo. Estaba apoyado en el tronco de un árbol, su alta y esbelta figura vestida de vaquero en armonía con el accidentado paisaje.
– No tenía idea de que sabías pescar -observó.
¿Había hecho todo aquel camino para hablar de pesca?
– Es evidente que no sé. -Sostenía en la mano la caña con el sedal enredado y ponía mala cara-. Pero ya que se supone que esto es lo que se hace cuando al lado de la casita de vacaciones corre un riachuelo transparente… Doc, ¿qué haces aquí?
– Hay buenas noticias de Ronnie.
Ronnie Davison había pasado de estado crítico a estable. Si seguía mejorando, en pocos días volvería a casa.
– Muy buenas noticias. Y también sobre Sabra. Ya está de regreso en Fort Worth. Anoche hablé con ella por teléfono. Ella y su madre van a ir a recoger a Katherine. Ronnie tendrá derecho a visitarla sin limitación de tiempo, pero han decidido retrasar la boda un par de años. Independientemente de cuál sea el resultado de sus enredos legales, han acordado esperar y ver si su relación supera la prueba del tiempo.
– Unos chicos muy inteligentes. Si todo va bien, acabará sucediendo.
– Eso es lo que piensan.
– Y Dendy estará contento de no tener sobre él un cargo por asesinato.
– No, pero docenas de testigos presenciaron su intento. Espero que le caiga encima una gorda.
– Secundo la idea. Casi se lleva por delante varias vidas.
La conversación decayó después de eso. El silencio se vio llenado por el gorjeo de los pájaros y el incesante y simpático borboteo del riachuelo. Cuando Tiel creyó que la presión que sentía en su interior acabaría reventándola, volvió a preguntar:
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Recibí un pastel de queso de Vern y Gladys.
– Yo también.
– Enorme.
– Descomunal.
Sintiéndose como una tonta con aquella caña en las manos, la dejó en el suelo, aunque al instante deseó no haberlo hecho. Ahora no tenía nada que hacer con las manos, que de repente le parecían demasiado grandes y prominentes. Las deslizó en los bolsillos traseros de sus pantalones vaqueros.
– Bonito lugar, ¿no?
– Pues sí.
– ¿Cuándo has llegado?
– Hará una hora.
– ¡Oh!
Entonces, desesperada:
– ¿Qué haces aquí, Doc?
– He venido a darte las gracias.
Ella bajó la cabeza y dejó la vista clavada en los pies. Sus zapatillas deportivas estaban llenas del barro de la orilla.
– No. No me des las gracias. No podía utilizar la grabación. Tenía también un vídeo. De la videocámara de Gladys. La calidad de la cinta no era muy buena, pero ningún otro reportero del mundo la tenía.
Respiró hondo, lo miró y volvió a bajar la vista.
– Pero salías en la cinta. Estabas reconocible. Y no quería explotarte después… después de lo que sucedió en el motel. Aquello fue personal. No podía explotarte sin explotar también con ello parte de mí. De modo que las tiré. Nadie las ha visto ni las ha oído.
– Bueno, pero no venía a darte las gracias por eso.
Levantó de pronto la cabeza.
– ¿Qué?
– Vi tus reportajes sobre todo aquello, y fueron estupendos. Lo digo en serio. Periodismo excelente. Te mereces todos los elogios que has recibido. Y agradezco que mantuvieras al margen nuestra conversación privada. Tenías razón en cuanto a lo de la exposición al público. Tenía que suceder, con o sin tu ayuda. Ahora lo entiendo.
Por una vez en su vida, Tiel no tenía nada que decir.
– El motivo por el que he venido a darte las gracias es por haberme obligado a verme a mí mismo desde otra perspectiva. A mi vida. Cómo la he desperdiciado. Después de la muerte de Shari y de todo lo que siguió, necesitaba soledad, tiempo y espacio para reflexionar las cosas, para reconsiderarlas. Esto consumió… unos seis meses. El resto del tiempo he estado haciendo exactamente lo que tú dijiste, esconderme. Castigarme. Tomar la salida del cobarde.