Sentía incluso más aversión si cabe por el hombre al que había apodado Dos. Sus oscuros ojos la repasaron con descarada malicia y con una connotación intencionadamente denigrante y sexual que la hizo sentirse aún más necesitada de una ducha de lo que lo estaba.
Terminada su tarea, dijo:
– Pasa tú primero, Doc -e hizo un gesto en dirección a la puerta-. ¿Te parece bien, Ronnie?
– Sí, sí. Lleve a Sabra enseguida con alguien que pueda ayudarla, Doc.
Tiel avanzó hacia la puerta y se la abrió. Sabra parecía en sus brazos una muñeca de trapo rota. Parecía muerta. Ronnie le acarició el cabello cariñosamente, la mejilla. Viendo que no respondía, empezó a gemir.
– Tranquilo, Ronnie, está viva -le garantizó Doc-. Se pondrá bien.
– Ése es el doctor Giles -le dijo Tiel a Doc cuando pasó por su lado con la chica.
– Entendido.
En un abrir y cerrar de ojos había salido y corría por el aparcamiento llevando en brazos a la chica inconsciente.
– La siguiente es usted -le dijo Ronnie a Tiel.
Ella negó con la cabeza.
– Me quedo contigo. Saldremos juntos.
– ¿No confía en ellos? -preguntó con un tono de voz agudo provocado por el miedo-. ¿Piensa que Calloway intentará alguna cosa?
– No confío en ellos. -Movió la cabeza en dirección a los tres rehenes restantes-. Que salgan ellos primero.
Ronnie lo reflexionó, sólo por un instante.
– De acuerdo. Usted. Cain. Salga.
El derrotado agente del FBI se escabulló entre los dos. Seguía con las manos atadas, por lo que Tiel sujetó una vez más la puerta. Más dañino que los dos porrazos en la cabeza era el golpe que había sufrido su orgullo. Sin duda alguna, temía enfrentarse a sus colegas, sobre todo a Calloway.
Antes de empujar a Juan y a Dos hacia la puerta, Ronnie esperó a que Cain fuera engullido por la multitud de personal sanitario y agentes.
– Ahora vosotros.
Después de haber intentado escapar por dos veces, ahora parecía que no querían marcharse. Avanzaron arrastrando los pies, murmurando entre ellos en español.
– Vamos -dijo Tiel, indicándoles impaciente que cruzaran la puerta. Se moría de ganas de saber cómo estaba Sabra.
Juan pasó primero, cojeando ostensiblemente. Una vez en el umbral, dudó, sus ojos clavados en diversos puntos del aparcamiento. Tiel se dio cuenta de que Dos iba prácticamente pegado a Juan, su cuerpo enganchado al trasero del otro como si pretendiese utilizarlo a modo de escudo. Cruzaron la puerta.
Tiel se había vuelto para hablar con Ronnie cuando, de pronto, la parte delantera del establecimiento se vio bañada por una luz cegadora. Como escarabajos negros, los miembros del equipo de fuerzas especiales salieron corriendo de cualquier escondite concebible. Su cantidad la llenó de asombro. Cuando había salido para negociar con Calloway no había visto ni la tercera parte de los que en realidad eran.
Ronnie maldijo entre dientes y se escondió detrás del mostrador. Tiel gritó, pero de rabia, no de miedo. Estaba demasiado furiosa como para tener miedo.
Curiosamente, sin embargo, los agentes tácticos rodearon a Juan y a Dos, ordenándoles que se tendieran en el suelo bocabajo. A Juan, herido, no le quedó otra alternativa que obedecer. Se derrumbó, prácticamente.
Ignorando las advertencias que le lanzaban a gritos, Dos emprendió una huida mortal, pero fue casi de inmediato reducido y aplacado contra el suelo. Todo había acabado antes de que a Tiel le diera tiempo de asimilar lo sucedido. Los dos hombres estaban esposados y eran retirados del lugar por los agentes de las fuerzas especiales.
Las luces desaparecieron tan repentinamente como habían aparecido.
– ¿Ronnie? -Gritaban su nombre por un megáfono. ¿Ronnie? ¿Señorita McCoy? -Era Calloway-. No se asusten. Han estado en compañía de hombres muy peligrosos. Los vimos en la grabación y los reconocimos. Están buscados por las autoridades aquí y en México. Por eso estaban tan impacientes por poder huir. Pero los tenemos ya bajo nuestra custodia. Pueden salir sin peligro.
Lejos de tranquilizarse con aquella información, Tiel estaba furiosa. ¡Cómo se atrevían a no avisarla de aquel peligro potencial! Pero no era el momento de descargar su rabia. Ya lo haría más tarde con Calloway y compañía.
Con toda la compostura que fue capaz de reunir, le dijo a Ronnie:
– Ya lo has oído. Todo está bien. Las luces, las fuerzas especiales, no tenían nada que ver contigo. Salgamos de aquí.
El chico seguía asustado y dudoso. En cualquier caso, no se movió de detrás del mostrador.
«Dios, por favor, no permitas que ahora cometa yo un error imperdonable», suplicó Tiel. No podía forzarle en exceso, pero sí lo suficiente para que reaccionara.
– Creo que lo mejor es que dejes aquí las armas, ¿no crees? Déjalas sobre el mostrador. Luego puedes salir con las manos en alto y así sabrán que de verdad quieres solucionar las cosas. -No se movía-. ¿De acuerdo?
Ronnie parecía cansado, agotado, derrotado. «No, no, derrotado no», se corrigió ella. Si consideraba todo aquello como una derrota no saldría de allí. Tomaría la que le pareciese la salida más fácil.
– Has hecho algo terriblemente valiente, Ronnie -dijo, tratando de conversar con él-. Plantarle cara a Russell Dendy. Al FBI. Has ganado. Lo que siempre quisisteis tú y Sabra era un público, alguien que os escuchara y se portase con justicia con vosotros. Y acabas de conseguir que accedan a ello. Es un buen logro.
La observaba con la mirada perdida. Ella sonrió, esperando no parecer tan falsa e inexpresiva como se sentía.
– Deja aquí las armas y salgamos. Te daré la mano, si quieres.
– No. No. Saldré por mis propios medios. -Dejó las dos pistolas sobre el mostrador y Tiel exhaló el suspiro de alivio que había estado reteniendo cuando lo vio secarse las manos húmedas en la pernera del pantalón.
– Adelante. La sigo.
Ella dudó, preocupada por las pistolas que seguían al alcance del chico. ¿Sería un truco su aparente sumisión?
– Muy bien. Voy. ¿Vienes?
Él se pasó la lengua por los labios cortados.
– Sí.
Nerviosa, se volvió hacia la puerta, la abrió y la cruzó. Vio que el cielo ya no era negro, sino que había adoptado un matiz gris oscuro contra el que se recortaban las siluetas de los vehículos y la gente. El aire era ya caliente y seco. Corría una ligera brisa, cargada de arena que le raspaba la piel al chocar contra ella.
Dio unos cuantos pasos antes de mirar atrás. Ronnie tenía la mano en la puerta, listo para empujarla y abrirla. No había señales de armas en sus manos. «No hagas nada malo ahora, Ronnie. Eres libre para irte a casa.»
Delante, esperándola, vio a Calloway. Al señor Davison. A Gully. Al sheriff Montez.
Y a Doc. Estaba allí. Un poco apartado de los demás. Alto. Ancho de hombros. El cabello despeinado por el viento.
Vio de reojo cómo los hombres del equipo de las fuerzas especiales empujaban a Dos hacia el interior de una furgoneta fuertemente custodiada. La puerta se cerró de un portazo y la camioneta salió a toda velocidad del aparcamiento con un rechinar de neumáticos. Juan estaba tendido en una camilla y lo asistía el personal sanitario.
Lo había ya pasado de largo cuando volvió a fijar su atención en él. Había empezado a pelear contra el enfermero que intentaba insertarle una aguja intravenosa en la parte superior de la mano esposada. Como un loco en una camisa de fuerza, agitaba el cuerpo, la cabeza, los brazos. Movía la boca, formando palabras, y se preguntó por qué aquello le resultaba tan sorprendente.
Entonces se dio cuenta de que estaba gritando en inglés.
Pero él no hablaba inglés, pensó estúpidamente. Sólo español.
Más aún, aquellas palabras no tenían sentido porque gritaba con toda la fuerza que sus pulmones le permitían:
– ¡Tiene un rifle! ¡Allí! ¡Alguien! ¡Oh, Dios, no!
Tiel registró aquellas palabras una décima de segundo antes de que Juan saltase de la camilla, aterrizase horizontalmente sobre el asfalto y se levantara volando. Se abalanzó sobre el hombre, atizándole en el pecho un golpe con el hombro y mandándolo al suelo.