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Calloway gruñó para sus adentros. Estaba muy seguro de no querer escuchar detalles sobre la única vez que Ronnie Davison había errado.

– Tal vez no sea relevante, seguramente no lo es, pero sería mejor que me lo contara.

Después de un prolongado e incómodo silencio, Davison empezó.

– Ronnie estaba pasando sus vacaciones de verano conmigo. Hacía poco tiempo que su madre y yo nos habíamos divorciado. Ronnie tenía problemas para adaptarse a la situación de separación. Bueno, al caso -dijo, cambiando inconscientemente el peso del cuerpo de un pie al otro-, se encaprichó de una perra que vivía unas manzanas más allá. Me explicó que su propietario era muy malo con ella, que no siempre le daba de comer, que nunca la bañaba. Cosas de ese tipo.

»Yo conocía al propietario. Era un cabrón, estaba casi siempre borracho, de modo que sabía que Ronnie me contaba la verdad. Pero no era asunto nuestro. Le dije a Ronnie que se alejara de la perra. Pero, como he dicho, había establecido un verdadero vínculo con la pobre criatura. Supongo que necesitaba compañía. O a lo mejor le gustaba el animal porque era tan miserable como él se sentía aquel verano. No lo sé. No soy psicólogo infantil.

Dendy le interrumpió.

– ¿Vamos a alguna parte con esta triste historia?

Calloway le lanzó una mirada y a punto estuvo de decirle que se callase antes de volverse hacia el otro hombre.

– ¿Qué pasó, Cole?

– Un día, Ronnie desató a la perra y la trajo a casa. Le dije que la devolviera de inmediato al patio del vecino. Se puso a llorar y se negó a hacerlo. Dijo que antes prefería verla muerta que viviendo de aquella manera. Le regañé y fui a buscar mis llaves con la intención de ir a devolver a la perra con la furgoneta.

»Pero cuando volví a la cocina, Ronnie se había ido, y también la perra. Para abreviar el relato, los busqué toda la noche. Vecinos y amigos anduvieron también buscándolo. A primera hora de la mañana siguiente, un ranchero los vio a él y a la perra escondidos detrás de su granero y llamó al sheriff.

»Cuando llegamos al granero, llamé a Ronnie y le dije que era hora de devolver la perra a su propietario y volver a casa. Él me dijo que no pensaba abandonar a la perra, que no pensaba dejar que la maltrataran de aquella manera.

Se interrumpió y se quedó con la mirada fija en el borde de su sombrero mientras lo acariciaba lentamente con los dedos.

– Cuando dimos la vuelta al granero, él estaba llorando con todas sus fuerzas. Estaba acariciando a la perra que estaba allí tendida, a su lado. Muerta. La había golpeado en la cabeza con una piedra y la había matado.

Cuando levantó los ojos para mirar a Calloway, los tenía rojos e inundados de lágrimas.

– Señor Calloway, le pregunté a mi hijo cómo podía haber hecho una cosa tan terrible. Me dijo que lo había hecho porque quería mucho a la perra. -Su potente pecho se estremeció mientras respiraba hondo-. Siento haberme enrollado tanto. Pero me ha preguntado si pensaba que podría hacer lo que dice que hará. Es la mejor forma que sé de responderle.

Calloway reprimió el poco profesional impulso de presionarle el hombro a aquel hombre en señal de comprensión. Dijo, muy tenso:

– Gracias por su aportación.

– De modo que es un caso mental -murmuró Dendy-. Tal y como venía yo siempre diciendo.

Pese a que el comentario de Dendy era innecesariamente cruel, Calloway no estaba en completo desacuerdo con la observación. Aquel incidente durante la infancia de Ronnie corría peligrosamente en paralelo con las circunstancias actuales. La historia de Cole Davison añadía un factor más a la situación, y no era un factor precisamente positivo. De hecho, ninguno de los factores había sido positivo desde el inicio de aquel incidente. Ninguno.

Se volvió hacia Gully.

– ¿Y la señorita McCoy? ¿Ha visto alguna cosa que sugiera que se encuentre coaccionada? ¿Que esté intentando transmitir más de lo que dice? ¿Algún doble significado en sus palabras?

– No, que yo pueda decir. Y he interrogado a Kip en profundidad.

El agente del FBI se volvió hacia el cámara.

– ¿Es todo tal y como nos han dicho? ¿No hay nadie herido?

– No, señor. El agente del FBI está atado con cinta adhesiva, pero no para de hablar, por lo que me imagino que está bien. -Miró a Dendy con aprensión, como recordando lo que les sucede a los portadores de malas noticias-. Pero la chica…

– ¿Sabra? ¿Qué le pasa?

– Hay por allí muchos pañales desechables llenos de sangre. Empapados y tirados a un lado. Pero recuerdo que cuando los vi, me dije: «¡Por Dios!».

Dendy ahogó una exclamación de asco.

Calloway continuó con Kip.

– ¿Se ha dado cuenta de alguna cosa fuera de lo normal en el comportamiento de su compañera o en su forma de decir las cosas?

– Tiel era la misma de siempre. Bien, excepto por su aspecto. Pero estaba fresca como una lechuga.

Finalmente, el agente se volvió hacia Dendy, que se había evitado la salida y bebía abiertamente de una petaca de bolsillo plateada.

– Ha mencionado la posibilidad de que Sabra le enviara un mensaje secreto. ¿Ha visto o ha oído alguna cosa que lo sugiera?

– ¿Cómo quiere que se lo diga si sólo he visto la cinta una vez?

El hecho de que el tirano empresario se sintiese incómodo y que diese una respuesta indirecta era de por sí revelador. Dendy se veía por fin enfrentado a la horrible verdad: su mala gestión de los sucesos iniciales había incitado a Sabra y a Ronnie a tomar medidas desesperadas y la situación se había puesto terriblemente fea.

– Rebobina -le ordenó Calloway al agente responsable del panel de control-. Veamos de nuevo la cinta. Cualquiera que vea algo especial que lo diga. -La grabación volvió a empezar.

– Tiel eligió ese lugar para que pudiéramos ver a la gente que tenía detrás -observó Gully.

– Ésa es la nevera con el cristal roto por el disparo -dijo uno de los otros agentes, señalando un punto de la pantalla.

– Páralo aquí.

Inclinándose hacia delante, Calloway se centró no en la reportera, sino en el grupo de gente que había detrás.

– La mujer que se apoya en el mostrador debe de ser la cajera.

Dijo el sheriff Montez:

– Ésa es Donna, sí. Ese peinado no se presta a confusiones.

– Y ése es el agente Cain, ¿no es eso, Kip? -Calloway señaló un par de piernas, que se veían sólo de rodillas abajo.

– Sí. Está sentado con la espalda apoyada contra el mostrador.

– La cinta adhesiva plateada resalta bien sobre los pantalones negros, ¿verdad?

El pequeño comentario jocoso de Gully pasó desapercibido. Calloway estaba estudiando a la pareja de ancianos sentada en el suelo cerca de Cain.

– ¿Y esos ancianos? ¿Están bien?

– Por lo que puedo decir, no se pierden detalle.

– ¿Y los otros dos hombres?

– Mexicanos. Oí que uno le decía al otro algo en español, pero hablaba muy bajo y, de todos modos, no lo habría entendido.

– ¡Oh!, Dios. -Calloway saltó de su asiento de una manera tan precipitada, que la silla salió corriendo hacia atrás.

– ¿Qué?

Los otros agentes, respondiendo a la alarma aparente de su superior, empujaron a los demás hacia un lado y se apiñaron junto a él.

– Éste. -Calloway dio golpecitos en la pantalla-. Miradlo bien y decidme si os suena. ¿Podríamos acercarlo más?

Con la ayuda de la tecnología disponible, el agente que gobernaba los controles pudo aislar la cara del mexicano. Podía agrandar la imagen, pero con ello sacrificaba la calidad y el enfoque. Los agentes miraron fijamente la imagen granulada y entonces uno de ellos volvió la cabeza y exclamó:

– ¡Ah, mierda).

– ¿Qué? -preguntó Dendy.

Davison inquirió también:

– ¿Qué sucede?

Calloway los apartó a un lado y empezó a dar órdenes a sus subordinados.

– Llama a la oficina. Que todo el mundo se movilice. Informad por todas partes… Montez, sus hombres podrán ayudarnos.

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