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– ¿Cuándo ha ocurrido todo esto?

– Nick la llevó al hospital ayer. Yo ya iba rumbo a Los Ángeles -declaró Sidney.

¿Había hablado con su hermano desde entonces? No lograba recordarlo.

– Es una suerte que Nick regresara antes y Noah se quedase contigo, ¿verdad? Habría sido terrible que hubiera estado tan lejos cuando Laurant empezó a tener problemas.

– Pobre Laurant. ¿Qué dice el médico?

– No lo sé -contestó Sidney-. Mamá me ha dicho que le han puesto un goteo intravenoso. Le han reducido las contracciones, pero no le han cesado del todo. Oye, ¿cuándo volverás a casa? A mamá le iría bien contar con tu apoyo en este momento. Siempre te mantienes tan fría y serena. Nada te pone nerviosa.

«Ya no», pensó Jordan. Por culpa de Noah, todo la ponía nerviosa.

Con el rabillo del ojo vio que Noah se acercaba a ella, y enseguida perdió el hilo. Llevaba unos vaqueros y una camiseta limpia. Dejó el arma y la pistolera en la mesita de noche y se tumbó a su lado en la cama.

– ¿Jordan? ¿No me has oído? Te preguntaba cuándo volverías.

– ¿Qué? Oh… Pues… -No, era evidente que jamás se ponía nerviosa-. Mañana -tartamudeó. Noah había alargado la mano y tiraba de ella para situarla a su lado-. Temprano. Nos iremos temprano. Tenemos un buen trecho hasta el aeropuerto de Austin.

Apartó la mano de Noah y se volvió hacia él. Lo miró con el ceño fruncido y lo señaló con un dedo.

– Para -susurró.

– ¿Que pare qué? -se sorprendió Sidney.

– Nada. Tengo que colgar.

– Espera. ¿Crees que debería volver a casa? -preguntó Sidney-. Quizá podría ayudar…

– No, no. Deberías quedarte donde estás. No hay nada que puedas hacer en casa. Te llamaré en cuanto llegue.

– No cuelgues, Jordan. No te he preguntado cómo estás.

Noah le estaba acariciando el cuello, lo que le hacía estremecerse.

– Bien. Estoy bien -soltó.

– ¿Han encontrado al degenerado que te metía cadáveres en el coche?

– Sí. Te llamo mañana. Besos. Adiós.

Colgó antes de que Sidney pudiera impedírselo. Y se volvió para enfrentarse con Noah.

– Intentar distraerme… -Fue lo lejos que llegó antes de perder otra vez el hilo. Noah se estaba quitando la camiseta. Tenía un cuerpo increíble: unos antebrazos tan musculosos, y los abdominales…

Jordan salió mentalmente de su estupor.

– ¿Qué estás haciendo? -exclamó.

– Poniéndome cómodo.

– Por el amor de… -pidió mientras le sujetaba las manos al ver que iba a desabrocharse los vaqueros-. Sugiero que te quedes con los pantalones puestos a no ser que vayas a taparte con la sábana.

– ¿Te da vergüenza? -La posibilidad parecía desconcertarle-. Has visto y tocado todo lo…

– Recuerdo muy bien lo que hice -lo interrumpió y se rio de repente-. No tienes ninguna inhibición, ¿verdad? Me apuesto algo a que podrías pasearte desnudo por Newbury Street, en Boston, sin el menor problema.

– Depende -sonrió Noah.

– ¿De qué?

– De si fuese verano o invierno.

– Es un atrevimiento por tu parte creer que puedes entrar aquí tan tranquilo y dormir conmigo -indicó Jordan con los ojos entornados.

– Yo no entro tan tranquilo en ninguna parte -la corrigió Noah mientras se ponía las almohadas debajo de la cabeza-. Y no tengo pensado dormir, por lo menos en un buen rato. ¿Quieres que me vaya?

Era una pregunta tonta.

– No.

Se inclinó hacia él, apoyó las manos en su cálido pecho y lo besó. Luego, le pellizcó el hombro y se incorporó.

– Sé que has hablado con Nick -dijo en tono acusador-. ¿Por qué no me habías dicho lo que estaba pasando?

– ¿Sidney te lo ha dicho? -Parecía sorprendido-. No creía que lo supiera. Tu madre la alejó enseguida de Boston para que tú no te enterases.

– Nick debería haberme llamado.

– Nick no quería preocuparte, y sabía que te ibas a enterar cuando volvieses a Boston.

Jordan se sentó sobre sus talones y dijo:

– ¿De qué me iba a enterar?

– Espera -dijo Noah con el ceño fruncido-. ¿Qué te ha dicho exactamente Sidney?

– No. Quiero oír tu versión.

– Alguien entró en casa de tus padres y dejó una nota para tu padre en su biblioteca. Estaba clavada con un cuchillo en una pared.

– ¿Cuándo la encontró?

– No fue él. -Noah detestaba tener que explicárselo-. Fue tu madre -suspiró y añadió-: Quien lo hizo, se coló en la casa por la noche. Tu madre encontró la nota la mañana siguiente, antes de que tu padre bajara.

Jordan se imaginó a algún perturbado recorriendo sigilosamente la casa y empezando a subir las escaleras con un cuchillo en la mano.

– ¿Estaban durmiendo? -soltó con un escalofrío-. ¿Dónde estaban los guardaespaldas?

– Buena pregunta -respondió Noah-. Había dos. Uno fuera y otro dentro. Ninguno de los dos vio ni oyó nada.

Jordan tuvo ganas de vomitar.

– Podría haberse metido en su habitación. Y Sidney…

– No estaba allí -dijo Noah-. Estaba en casa de una amiga.

Jordan asintió.

– Pueden acceder a mi padre cuando quieran, ¿verdad? -insinuó.

– No. Tus hermanos han tomado cartas en el asunto y han reforzado la seguridad. Nadie volverá a acercarse tanto.

– ¿Qué decía la nota? -preguntó Jordan, incrédula.

– No lo recuerdo bien.

– Dímelo -insistió.

– Jordan, era sólo una táctica para asustarlo.

– Quiero saber qué decía esa nota, Noah. Dímelo.

– Muy bien -contestó Noah a regañadientes-. La nota decía: «Estamos vigilando.»

Capítulo 32

Jordan no podía evitar angustiarse por su familia. No dejaba de pensar en sus padres durmiendo en la cama mientras un asesino desalmado deambulaba por su casa. Lo que hacía que la situación fuera aún más escalofriante era que había dos guardaespaldas profesionales de guardia y el intruso había podido esquivarlos.

Noah la estrechaba entre sus brazos. Y Jordan escuchaba cómo describía todas las posibilidades: lo que podría haber ocurrido, lo que no ocurrió y lo que podría ocurrir en el futuro. Ya lo había oído todo de labios de Nick, que se había puesto furioso al enterarse del allanamiento de morada en casa de sus padres.

– También sabías lo de Laurant, ¿verdad? -preguntó Jordan. Noah no respondió lo bastante rápido para su gusto-. ¿Verdad?

– ¡Ay! Deja de pellizcarme. Y sí, sabía lo de Laurant.

– ¿Y por qué no me lo has dicho?

Le sujetó la mano antes de que pudiera volver a pellizcarle.

– Nick me pidió que no lo hiciera, Jordan.

– No me lo digas; no quería preocuparme.

– Correcto.

Apartó la mano, se alejó de él y se sentó en la cama.

– Mi padre, Laurant… ¿Hay algún secreto más?

– No, que yo sepa -aseguró Noah-. Y no te servirá de nada enojarte.

Que Noah estuviera tan tranquilo no le sentó nada bien.

– Bueno, ya estoy enfadada.

– No seas tan dura con tu hermano. Nick sólo intentaba protegerte.

– No le defiendas, Noah.

– Sólo digo que Nick creía que ya tenías muchas cosas por las que preocuparte. Iba a ponerte al corriente de todo cuando regresaras a Boston. Y Laurant está bien.

– Está en el hospital -apuntó ella-. Eso no es estar bien.

– Está recibiendo los cuidados que necesita.

– Si tú fueses mi hermano y te ocultase algo así -indicó Jordan a la vez que sacudía la cabeza-. ¿Cómo te sentirías?

Noah la miró de reojo.

– Si yo fuese tu hermano, tendríamos que preocuparnos por un problema mucho más importante, cariño.

Para indicar a qué se refería, deslizó una mano por debajo de la camiseta de Jordan y le tiró de la cinturilla del pantalón corto.

– De acuerdo, no he puesto un buen ejemplo. -Recogió los papeles-. Es que no soporto los secretos -murmuró.

– ¿De veras? Pues se te da muy bien guardarlos -dijo él, y ahora parecía enfadado.

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