– ¿Qué te pasa? -preguntó Noah.
– ¿Por qué crees que me pasa algo?
– Me estás fulminando con la mirada, cariño -soltó con una carcajada.
Dio una mala excusa y se pasó el resto del trayecto hasta el motel mirando por la ventanilla del coche.
Entró en su habitación con el maletín en la mano y se detuvo en seco. A través de la puerta interior que comunicaba las dos habitaciones pudo ver que la cama de Noah estaba abierta y que tenía unos bombones en la almohada. Su cama, en cambio, estaba intacta.
– Me sorprende que Amelia Ann no te esté esperando en la cama -rio tras sacudir la cabeza.
– No es mi tipo -replicó Noah mientras entraba en su habitación.
Quiso preguntarle cuál era su tipo pero se contuvo; en lugar de hacerlo, tomó el pijama y se dirigió al cuarto de baño.
Cuando terminó de ducharse y de lavarse el pelo, se sentía mejor y tenía las ideas más claras. Hasta se entretuvo utilizando el secador.
Mientras quitaba la colcha, vio que Noah hablaba por teléfono. Oyó que reía de vez en cuando y pensó que estaría hablando con Nick. Cuando acababa de instalarse en la cama con el montón de fotocopias, Noah entró en su habitación.
– Nick quiere que lo llames al móvil. Pero espera un par de minutos. Tenía a Morganstern por la otra línea. -Le pasó su teléfono-. Voy a ducharme. Pase lo que pase, no le abras la puerta a nadie. ¿Entendido?
– Sí.
Se metió en el cuarto de baño antes de que recordara preguntarle si le había contado a Nick lo de Lloyd. Claro que se lo habría contado. Pero podría haber dejado que lo hiciera ella. No quería que Nick volviese a Serenity. Si todo salía bien, al día siguiente regresaría a Boston.
Después de haber organizado el resto de las fotocopias de la investigación, marcó el número de su hermano. Nick contestó al segundo timbre.
– Has encontrado otro, ¿eh? -soltó sin perder el tiempo en saludarla.
Capítulo 23
Jordan estaba sentada en mitad de la cama, leyendo otro relato escalofriante sobre una terrible batalla entre los Buchanan y los MacKenna. Cada uno de los dos clanes había llamado a sus aliados y había ido a la guerra con la esperanza de aniquilar al otro. Estaba tan absorta en la historia que no se dio cuenta de que Noah la estaba observando desde la puerta.
Noah se dijo que debería volver a su habitación, pero no conseguía moverse. Se acercó a ella procurando que no lo notara. Le encantaba estar cerca de Jordan, hablarle, escuchar sus historias y teorías descabelladas, y a él también le fascinaba verla sonreír. Pero lo más maravilloso de todo era su espontánea alegría y capacidad de hacerle reír. Ninguna otra mujer le hacía sentir como ella.
Decidió que era preciosa. Incluso cuando, como entonces, llevaba gafas. No sabía por qué le excitaban tanto, pero lo hacían. Si las llevaba puestas cuando se encontraba con ella en Nathan's Bay, fijaba la mirada en algún punto detrás de ella para no distraerse. Una vez el doctor Morganstern observó lo que estaba haciendo y se lo comentó. Noah se preguntó si el doctor había sabido antes que él lo mucho que Jordan le atraía.
¿Cuándo había dejado de ser la hermana menor de su compañero para convertirse en la mujer increíblemente sexy que quería llevarse a la cama?
Sabía qué iba a hacer antes de entrar en su habitación. Le importaban un comino las consecuencias. Apenas había hecho ruido al acercarse a su cama, dejar el arma con su pistolera en la mesita de noche y sentarse a su lado.
Jordan alzó los ojos y sonrió. Noah se veía relajado con sus Levi's gastados y su camiseta gris claro. Se lo quedó mirando mientras se ponía cómodo. Observó cómo tomaba las dos almohadas y les daba un par de golpes para disponerlas a su gusto antes de recostar el cuello en ellas. Después, soltó un sonoro bostezo, juntó las manos sobre el pecho y cerró los ojos.
– ¿Estás cómodo? -le preguntó.
– Léeme una historia para dormir -pidió él sin abrir los ojos.
– Ésta es muy cruda.
– Me gustan las historias crudas.
– Menuda sorpresa -se burló Jordan-. Se desconoce la fecha exacta, pero se supone que esta guerra tuvo lugar entre los años 1300 y 1400. El terrateniente MacKenna afirmaba que los Buchanan les habían robado otro tesoro. Este tesoro consistía en unas tierras cercanas a las propiedades de los MacKenna que el terrateniente creía que deberían haberles sido concedidas.
– ¿Quién les entregó las tierras a los Buchanan?
– No lo dice -respondió Jordan a la vez que negaba con la cabeza-. El terrateniente MacKenna había sufrido meses y meses debido a esa atrocidad y, entonces, una tarde de principios de otoño, un joven del clan Buchanan fue capturado en sus tierras.
»El terrateniente MacKenna decidió retener al chico para pedir un rescate. Si los Buchanan renunciaban a esas tierras, les devolvería al muchacho. Por lo menos, ése era el plan hasta que algunos de los guerreros MacKenna, en pleno entusiasmo, mataron sin querer al joven. Escucha cómo lo explican -dijo-: "Querían torturarlo, pero sin quitarle la vida."
– ¿Habían aceptado los Buchanan devolver las tierras antes de que mataran al chico?
– No tuvieron tiempo de aceptarlo o de negarse. Cuando se enteraron de que el muchacho había sido asesinado, reunieron a sus hombres y fueron a la guerra. Siempre estaban combatiendo con los MacKenna, pero esto era distinto. El terrateniente MacKenna sabía que iban a por él, y llamó a todos sus aliados. No indica la cantidad de clanes, pero se nombran tres.
– ¿Y los Buchanan?
Jordan examinó rápidamente la hoja que tenía delante.
– Llamaron a un aliado. No estoy segura de si fue porque sólo tenían uno o porque sólo necesitaban uno. Los MacHugh. Su solo nombre sembró el terror entre el clan MacKenna. Se creía que los MacHugh eran inhumanos e indestructibles. Eran mucho más despiadados que los Buchanan, o eso dice aquí.
»La batalla se libró en un campo cercano a Hunter Point. Los Buchanan y los MacHugh contaban en total con muchísimos menos hombres que los MacKenna, y éstos creyeron que aniquilarían rápidamente a los dos clanes. -A Jordan le dolía la espalda. Se tumbó y se recostó en el hombro de Noah. Sostuvo el papel en alto para seguir leyendo-. Los MacKenna y sus aliados se equivocaron al creer que la victoria sería suya. Y el clan MacHugh no mostró ninguna piedad. Después de todo, los MacKenna habían matado a un chico. Y los Buchanan tampoco tuvieron misericordia.
»Cuando finalmente terminó todo, había cuerpos descuartizados esparcidos por el campo de batalla, y la tierra estaba recubierta de sangre. Desde entonces, el lugar recibe el nombre de Campo Sangriento.
– ¿Qué pasó con los MacKenna? -quiso saber Noah.
– Los miembros que quedaban del clan huyeron -respondió Jordan-. Al día siguiente, volvieron al campo de batalla a recoger a sus muertos para darles una sepultura digna de un guerrero, pero no encontraron ningún cadáver. Todos habían desaparecido. Y, por tanto, no pudo celebrarse ninguna ceremonia sagrada.
– ¿Los llegaron a encontrar?
– No -contestó. Se apoyó en un codo para mirarlo a los ojos-. Y entonces, si un guerrero no recibía sepultura como era debido, no podía acceder al más allá. Estaba condenado a vagar eternamente en el «otro mundo», solo y olvidado para siempre.
– ¿Cuántos murieron? ¿Lo pone?
– No -dijo Jordan-. Pero si hay algo de cierto en esta historia, ¿te imaginas cómo sería recorrer el campo de batalla… un campo empapado de sangre, para recoger restos humanos? Un brazo por aquí, una pierna por allá…
– Una cabeza…
– Me alegro de no haber vivido en esa época -aseguró Jordan con una mueca.
– No sé -replicó Noah-. Podía tener alguna ventaja. No había que leerles los derechos a individuos indeseables ni que ver cómo un juez los dejaba en libertad en virtud de un tecnicismo jurídico. Entonces, si sabías que alguien era culpable, te deshacías de él. Así de sencillo. ¿Y sabes qué más? Si la historia tiene algo de cierto, me da igual cuántos guerreros murieran en ese campo de batalla. No hay ninguna cantidad que justifique el asesinato de un chico.