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– Fue a la cárcel por matar a alguien -señaló Joe.

– Fue en una pelea de bar que él no empezó. Tuvo muy mala suerte.

– Parece que la mala suerte lo persigue -observó Joe-. Los ayudantes del sheriff están peinando la zona para encontrarlo -le informó a Noah. De repente, vio a Jordan-. Qué maleducado soy. Jordan, pasa y siéntate, por favor.

– Estoy bien así -respondió la joven.

– De acuerdo -dijo Joe-. Noah, he estado pensando en la mujer que J.D. dijo que lo había llamado. Puede que fuera Maggie Haden. No me extrañaría que hiciese algo así.

– Yo también pensé en ella -coincidió Randy-. Salía con J.D. después de que yo me casara. Se puso realmente odiosa.

– Siempre fue odiosa, Randy -lo corrigió Joe-. Sólo que tú no lo veías.

– También la he estado buscando -dijo Randy tras encogerse de hombros-. Pero me salta el buzón de voz en su móvil, y no tiene contestador automático en casa.

– ¿Por qué quieres hablar con ella? -inquirió Joe.

Randy se volvió para mirar al jefe.

– ¿Tú qué crees? -contestó-. Podría saber dónde está J.D. Es la única razón por la que volvería a llamarla. -Se puso de pie-. Tengo que volver a mi oficina. Seguiré buscando a J.D., pero si usted y Joe lo encuentran, llámenme enseguida. Estoy preocupado por él.

Noah se apartó para dejar pasar a Randy.

El sheriff cruzó la puerta, dudó uno o dos segundos, se volvió y le preguntó a Noah:

– ¿Podría hablar con usted en privado?

– Claro -contestó el agente del FBI.

Siguió a Randy hasta su coche y los dos hombres se quedaron allí hablando unos minutos.

Joe atendió una llamada telefónica mientras Jordan esperaba a que Noah regresase.

– ¿Dónde está Carrie? -preguntó cuando el jefe colgó-. ¿Haciendo una pausa?

– No, ha vuelto a la cárcel -dijo Joe-. Mañana van a enviarme una sustituta, pero hasta entonces, las llamadas que no contesto se desvían a Bourbon.

Como la oficina no era lo bastante grande como para que cupiera una segunda silla, Jordan se apoyó en la puerta.

– ¿Por qué ha vuelto a la cárcel? Estaba en régimen de semilibertad, ¿no?

– Sí, exacto -confirmó el jefe. Apartó algunos papeles de la mesa y descansó los codos en el tablero-. Uno de los últimos actos de venganza de Maggie fue llamar a la cárcel y dar un informe terrible sobre Carrie. Dijo que era incompetente.

– ¿Y tú crees que lo era?

– Le costaba mucho aprender a trabajar con el ordenador -explicó tras negar con la cabeza-, pero se le daba bien el teléfono y tomar nota de los mensajes.

– ¿Y por qué no pides que vuelva?

– Maggie también la acusó de robar material, pero no me lo creo -dijo Joe.

– Tienes que hacer algo, Joe.

– Lo estoy intentando -aseguró él.

«No lo bastante», pensó Jordan.

En cuanto Noah entró en la comisaría, le contó lo de Carrie. No tuvo que pedirle que hiciera algo porque sabía que lo haría.

– Ya no tenemos nada más que hacer aquí -argumentó Noah-. Así que dejaremos el motel y nos iremos del pueblo. Quiero llevar a Jordan al aeropuerto y de vuelta a Boston. Si necesitas cualquier cosa…

– Volverás, ¿verdad?

– Los agentes Chaddick y Street intervendrán si necesitas que lo hagan. Sólo tienes que pedirlo.

– Ojalá pudieras quedarte -dijo Joe mientras estrechaba la mano de Noah-, pero comprendo que quieras irte y volver a tu vida y a tu trabajo. -Se volvió hacia Jordan-. Al final, habrá un juicio. Tendrás que volver entonces.

– Lo haré -prometió.

Jordan sintió una enorme sensación de alivio al salir de la comisaría. Por fin iba a marcharse de Serenity.

No tardaron demasiado en recoger sus cosas. Noah había planeado meter las bolsas en el coche y pagar la cuenta a Amelia Ann. Una llamada de teléfono trastocó los planes.

– Noah, soy Joe. La casa de MacKenna está ardiendo.

Capítulo 27

– ¿Qué diablos está pasando? -preguntó Joe con voz temblorosa. Estaba de pie con Jordan y Noah en la acera, frente a la casita de alquiler del profesor MacKenna, observando cómo la consumían las llamas. Se metió las manos en los bolsillos-. Ayer por la noche llovió mucho. Debería haber empapado el tejado y haberlo dejado húmedo, pero no fue así. Mirad cómo arde. -Sacudió la cabeza-. No había visto nunca que un incendio devastara una casa así de rápido.

Jordan pensó que les iría bien otra tormenta en ese momento. Se protegió los ojos con las manos y los alzó hacia el cielo. Ni una nube a la vista. El sol brillaba y caía sobre ellos sin piedad. Como era habitual, el sol del desierto era implacable.

– No, señor -murmuró Joe-. No había visto nunca nada igual. -Aunque no tenía ninguna duda de que el incendio había sido provocado, quería y necesitaba confirmarlo-. Mirad cómo arde, las cuatro esquinas de la casa ardiendo de esa forma. Es como si la hubiesen bombardeado con napalm. -Joe dejó de prestar atención a las llamas y miró a Noah-. Sé que es competencia del jefe de bomberos, pero me apuesto lo que quieras a que dirá que ha sido provocado. ¿No estás de acuerdo?

– Eso parece -confirmó Noah sin vacilar-. Y diría que se ha utilizado un acelerador muy fuerte para iniciarlo y mantenerlo vivo.

– No había visto nunca arder una casa tan deprisa -repitió Joe, claramente impresionado-. Pero no lo entiendo. ¿Por qué incendiarla? Los inspectores y la policía científica de Bourbon ya la habían procesado de arriba abajo, y todas las pruebas que encontraron estaban guardadas en bolsas en el laboratorio. Vosotros también vinisteis. Visteis lo que quedaba. Sólo periódicos viejos y muebles destartalados. ¿Visteis algo que valiera la pena quemar? Porque yo no.

Joe se movió para poder ver a Jordan, que estaba al otro lado de Noah.

– Siento lo de esas cajas de documentos. Sé que esperabas poder tenerlos.

– Bueno…

No lo sacó de su error. Era evidente que Joe olvidaba que había hecho fotocopias. O eso, o creía que todavía le quedaban por hacer, pero ya no importaba. Los originales de la investigación del profesor habrían formado parte de su patrimonio, y ya no los necesitaba.

– No creo que nadie se tomara tantas molestias para incendiar una casa sólo para librarse de unos papeles que contenían viejos relatos históricos -concluyó Joe.

Jordan observó a los bomberos voluntarios. Habían renunciado a intentar salvar la casa del profesor y trabajaban frenéticamente para impedir que el fuego se propagase a la casa contigua. Si se levantaba viento, podría arder toda la manzana.

– ¿Os habéis asegurado de evacuar a todos los vecinos? -preguntó.

– La vieja señora Scott es la única que me ha causado problemas -asintió Joe-. No me dejaba acercarme para ayudarla a bajar los peldaños de la entrada. Uno de los bomberos se la ha llevado pataleando y gritando. ¿Sabéis qué le he oído decir? Que no quería perderse las telenovelas.

– ¿Por qué no quería que te acercaras?

– No cree que nadie haga nada por ella. Es una mujer realmente insoportable. Un día llama al sheriff Randy y al siguiente a mí para quejarse de algo. No le importa de quién sea jurisdicción. Si cualquiera cruza el jardín, tanto si es el delantero como si es el trasero, le da un ataque. Dice que es allanamiento de morada. El otro día me llamó porque unos niños le pisaban las flores del porche delantero. -Señaló hacia la derecha-. Su casa es ésa, la segunda después de la de MacKenna. Decidme algo: ¿vosotros llamaríais «flores» a esas malas hierbas?

Noah quiso volver al tema que le preocupaba.

– ¿Has hablado con los vecinos? ¿Les has preguntado si han visto a alguien rondado la casa del profesor MacKenna?

– Todavía no he hablado con todos -admitió Joe-. He llegado apenas unos minutos antes que vosotros, y estaba ocupado evacuando las casas. Ahora empezaré a hacer preguntas. ¿Os importaría ayudarme? -Se acercó al grupo de gente apiñada en la esquina, pero se detuvo-. Estoy desbordado -confesó-. No tengo experiencia, y no puedo estar en todas partes a la vez. Creo que me iría bien que me ayudaran un poco tus amigos del FBI. ¿Por qué no los llamas?

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