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– Nadie va a sustituirme -dijo al salir de la oficina. Frunció el ceño hacia Jordan-. Sabía que tenía razón sobre usted. Acabo de mantener una charla interesante con Lloyd. ¿Lo recuerda?

¿Cómo podría olvidarlo?

– Por supuesto que lo recuerdo -dijo Jordan-. Me arregló el coche.

– Dice que lo amenazó.

– ¿Cómo? -se sorprendió.

– Ya me ha oído. Dice que lo asustó -afirmó Haden.

– Yo no le amenacé.

– Él dice que sí. Dice que le dijo que iba a pegarle.

Oh, no. Jordan recordó la conversación.

– Puede que…

– Basta -dijo Noah-. Jordan, no quiero que digas ni una palabra más. -Se volvió hacia Haden y añadió-: Haga venir a Lloyd. Ahora mismo.

– Usted no va a decirme qué tengo que hacer. -La jefa Haden empezó a caminar hacia Jordan con la mano sobre la pistola que llevaba sujeta a la cintura.

Cuando Noah le obstruyó el paso, levantó el brazo y le clavó un codazo en el pecho.

– Se acabó -soltó Noah. Le sujetó el brazo y la giró de cara a la puerta que daba al pasillo que conducía a la celda-. Jefa Haden, tiene derecho a guardar silencio…

– No me lea mis derechos -se quejó Haden con los ojos cerrados de rabia.

– Tengo que hacerlo -replicó el agente-. La estoy deteniendo.

Haden intentó soltarse. Tomó las esposas que estaban sobre su mesa.

– ¡Cómo se atreve! -Su voz se convirtió en un siseo-. No tiene motivos.

Balanceó las esposas y golpeó con ellas el hombro de Noah. Éste se las quitó de la mano, le arrebató el arma de la pistolera y la empujó delante de él.

– Obstrucción de una investigación criminal y agresión a un agente federal… Creo que son motivos suficientes.

– ¡Conozco a gente! -gritó Haden cuando Noah la metió en la celda.

– No lo dudo -concedió Noah.

– Gente poderosa.

– Felicidades. -Le cerró la puerta en las narices-. Se quedará aquí hasta que organicemos su traslado a un centro federal para su procesamiento.

– No me engañará con esa patraña.

– Necesitará un abogado. Yo, que usted, conseguiría uno bueno.

La jefa comprendió por fin que no se trataba de ningún farol.

– Espere un momento. Un momento. Muy bien, colaboraré.

Carrie observaba la escena con los ojos desorbitados. Quería levantarse y aplaudir, pero sabía que eso podría volverse en su contra. Su agente de la condicional le había advertido que su escaso control de los impulsos era lo que la había llevado a la cárcel y que, si quería cambiar de vida, tendría que aprender a pensar antes de actuar. Además, tarde o temprano la jefa saldría de la cárcel, ¿no?

– No hay nada que deteste más que un policía corrupto -comentó Noah al pasar junto a Nick. Entonces, miró por la ventana y vio cómo un sedán último modelo se detenía delante de la comisaría. Un hombre bajaba del asiento del conductor con un maletín en una mano y un teléfono móvil pegado a la oreja en la otra.

– Tu abogado está aquí -le anunció a Jordan.

Capítulo 12

Louis Maxwell García era el paradigma de la exquisitez. Rezumaba confianza y encanto. Su sonrisa era cálida y bastante sincera, y sus modales, inmejorables. Ni su traje de diseño ni su camisa almidonada tenían una sola arruga.

Después de las presentaciones, insistió en que lo llamaran Max.

– El doctor Morganstern habla muy bien de ti -dijo Nick-. ¿Verdad, Noah?

Noah no dijo nada. Se limitó a acercarse más a Jordan y cruzar los brazos. Tenía una expresión impasible. Seco de entrada, siempre se mostraba escéptico, y Max, con referencias o no, todavía tenía que demostrarle lo que valía.

– Te agradecemos que te encargues de este asunto y que hayas venido tan deprisa -comentó Nick.

– No podría negarle nada al doctor Morganstern -dijo Max sin apartar los ojos de Jordan.

– ¿Por qué no? -preguntó Noah.

– Me ha hecho muchos favores a lo largo de los años -explicó y, acto seguido, se dirigió a Jordan-. ¿Hay algún sitio donde podamos hablar en privado?

Jordan iba a sugerir la oficina de la jefa pero se lo pensó mejor. Esa habitación tan pequeña resultaría claustrofóbica con la puerta cerrada.

– Pues aquí, no -respondió-. Supongo que podríamos sentarnos fuera, en el banco. Si no te importa el calor.

– Eso no es ningún problema para mí. -Max tenía una sonrisa encantadora-. Estoy acostumbrado al calor. ¿Dónde está el jefe de policía? -preguntó entonces-. Debería hablar antes con él para saber de qué se te acusa. Nos iría bien que estuviera de acuerdo en facilitarnos información.

– Sí, bueno, eso no va a ser posible -replicó Noah.

– Es jefa, no jefe. La jefa Haden -comentó Nick-. Y Noah tiene razón. No va a colaborar.

– ¿Por qué no? -quiso saber el abogado.

– Está encerrada en una celda, aquí al lado -explicó Nick.

Max hizo la pregunta evidente.

– ¿Y eso por qué?

– La he detenido -respondió Noah.

Jordan pensó que Max no parecía nada sorprendido, pero, claro, como abogado, seguro que sabía ocultar sus reacciones.

– Comprendo -dijo Max-. ¿Y cuál ha sido la causa de su detención?

Nick se lo explicó y, cuando hubo terminado, Max se rascó la mandíbula y soltó:

– ¿Hay alguna otra sorpresa que queráis mencionarme?

– ¿Te ha contado el doctor Morganstern por qué necesitaba un abogado? -inquirió Jordan.

– Sí. Me ha explicado que encontraste algo en el maletero de tu coche.

Carrie hizo un gesto a Jordan para captar su atención.

– Tengo en espera al ayudante Davis -anunció-. ¿Quién quiere hablar con él?

– Ya lo hago yo -dijo Noah, que se acercó a la mesa de Carrie y tomó el auricular de su mano.

Max echó un vistazo al pasillo que conducía a la celda.

– Voy a intentar hablar con la jefa -dijo.

– ¿Por qué? -preguntó Nick.

– Quiero saber qué información tiene.

– Vas a perder el tiempo.

La conversación de Noah con el ayudante duró menos de un minuto. Después de que se identificara, Noah le dijo que su jefa estaba detenida y que tenía que presentarse en la comisaría lo antes posible.

La conversación de Max con Haden duró mucho más, aunque no empezó con buen pie. Jordan hizo una mueca al oír el vocabulario grosero de la mujer, pero al cabo de dos minutos Haden había dejado de gritar, y sospechó que Max la había persuadido de algún modo.

– ¿Qué opinas? -preguntó Nick-. No se oye nada.

– A lo mejor Max la ha convencido de que sea razonable -sugirió Jordan.

– No importa -dijo Noah-. Está perdiendo el tiempo.

– No la dejará salir, ¿verdad? -preguntó Carrie, preocupada, a Jordan.

En aquel momento, Max salió a la sala principal de la comisaría.

– La jefa de policía no quiere los servicios de ningún abogado y está de acuerdo en que sería prudente colaborar con el FBI. También ha accedido a permitirnos salir y mantener nuestra entrevista para que, cuando terminemos, nos reunamos con ella.

– Ni hablar -se negó Noah.

– ¿Y qué te parece lo de soltar a la jefa? -preguntó Max a Nick sin hacer caso del comentario de Noah.

Antes de responder, Nick dirigió una mirada a Noah. A Jordan le dio la impresión de que a su hermano le había hecho algo de gracia la pregunta. ¿Esperaba Max que actuara en contra de la opinión de Noah?

– Mi compañero acaba de decirte que ni hablar, y eso significa que ni hablar -comentó Nick, y antes de que Max pudiera replicar, añadió-: El ayudante viene de camino. Jordan y tú podéis hablar con él.

Max se volvió hacia Noah.

– El doctor Morganstern me advirtió sobre vosotros dos -aseguró-. Dijo que me daríais problemas.

– No causamos problemas -lo contradijo Noah a la vez que se encogía de hombros-, pero cuando hay que pasar de las palabras a los empujones, empujamos. Logramos resultados.

Max asintió y puso una mano en el hombro de Jordan.

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