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– ¿Vamos afuera?

– Jordan -dijo Nick mientras abría la puerta-, ahora que tu abogado está aquí, iré a Bourbon a echar un vistazo al cadáver. -Y le comentó a Noah-: ¿Te puedes encargar de todo?

– Sí -le aseguró su compañero.

Max tomó el maletín y salió con Nick y Jordan. Noah los siguió y cerró la puerta tras él.

El aire sofocante dejó a Jordan sin aliento. No creía que pudiera acostumbrarse nunca a un calor así.

Después de que Nick se hubo marchado, Max se sentó a su lado en el banco. Abrió el maletín, sacó un bloc de notas y un bolígrafo, y cuando cerraba de golpe la cartera, Noah empezó su interrogatorio.

– ¿Dónde estudiaste derecho?

– En Stanford. Cuando terminé, me incorporé a un bufete de la Costa Oeste, donde trabajé hasta hace cuatro años.

– ¿Por qué lo dejaste?

– Me apetecía un cambio.

– ¿Por qué?

– Me cansé de defender a los chicos de Silicon Valley que estaban desvalijando a sus empresas punto com -sonrió Max-. Decidí volver a casa y empezar de cero.

Las respuestas de Max eran tan rápidas como las preguntas.

– Agradeceré cualquier ayuda que puedas prestarme -dijo Jordan, con lo que interrumpió el interrogatorio de Noah.

– Haré lo que pueda -contestó con afecto el abogado y, acto seguido, alzó los ojos hacia Noah-. Necesito hablar a solas con mi clienta.

Tras analizar la situación un segundo, Noah se volvió para regresar al interior de la comisaría.

– Si necesitas algo, llámame -le dijo a Jordan.

– De acuerdo -prometió la joven.

A diferencia de Noah, el abogado no la acribilló a preguntas. Sólo le pidió que repasara con él los hechos, empezando por la boda a la que había asistido y el momento en que había conocido al profesor.

Max escuchó atentamente y tomó notas mientras Jordan relataba lo que había hecho esa mañana. Cuando llegó a la parte de la agresión de J.D. Dickey, el abogado arqueó una ceja.

– Le dije a la jefa Haden que quería denunciarlo -explicó Jordan-. Pero se negó.

– ¿Te dio alguna razón para no detenerlo?

Jordan sacudió la cabeza y le explicó lo que había oído sobre la relación entre Haden y los hermanos Dickey.

– Hablaré con el ayudante Davis cuando llegue -aseguró Max-. Te aseguro que se pueden presentar cargos en contra de J.D. Dickey. Puede que tengas que quedarte en Serenity algo más de tiempo de lo que pensabas…

– No lo sé -vaciló Jordan-. Creo que debería dejarlo correr, irme del pueblo y olvidarme de toda esta pesadilla.

– Te comprendo -dijo Max. Le dirigió una mirada comprensiva y le tocó la mano-. Sólo tienes que decírmelo, y el señor Dickey pagará por lo que te hizo.

Noah observaba la conversación entre Jordan y Max por la ventana. Jordan tenía la cabeza gacha, con los ojos puestos en sus rodillas, e imaginó que estaría recordando los detalles del día. Max García tomaba notas en el bloc y de vez en cuando le dirigía una mirada afectuosa.

– Abogados -murmuró Noah con cierta repugnancia.

De repente, llegó un automóvil, y un hombre vestido con vaqueros azules y una camisa escocesa bajó de él, se acercó a Max y a Jordan, y les estrechó la mano.

Carrie miraba por otra ventana.

– Es Joe -anunció.

Joe Davis era un hombre joven, pero ya tenía unas marcadas arrugas de preocupación en la frente. Vio de inmediato que Noah iba armado cuando salió para reunirse con ellos.

– ¿Es usted el agente con quien he hablado por teléfono? -preguntó Joe-. Clayborne, ¿verdad?

– Exacto -respondió Noah, y dio un paso adelante para estrecharle la mano-. Espero que no sea como la jefa, porque si lo es, tenemos un problema.

– No, no me parezco en nada a ella -le aseguró Davis-. Menudo lío. Estaba en el rancho de un amigo y mi mujer no ha podido ponerse en contacto conmigo hasta que he vuelto. He recibido una llamada de cada uno de los tres concejales. El alcalde llegará de un momento a otro.

– ¿Por qué? -quiso saber Max.

– Quiere despedir personalmente a la jefa Haden. Estaban buscando un motivo para deshacerse de ella, y ahora, con la detención falsa y la imposibilidad de presentar cargos, diría que los tienen de sobra. Este último año han recibido quejas constantes sobre ella. Y los últimos dos meses, las quejas han aumentado muchísimo.

– Está usted al mando, entonces -concluyó Noah.

– Le he dicho a los concejales que me encargaría de todo hasta que encontrasen un sustituto -asintió y, acto seguido, se dirigió a Max-: ¿Está su clienta preparada para hablar conmigo?

Jordan asintió. Y las preguntas volvieron a empezar.

Capítulo 13

J.D. estaba histérico. Sabía que necesitaba estar un rato solo para dominar su furia antes de hacer algo que después lamentaría. Iba a toda velocidad por un camino de tierra en una zona aislada de las afueras de Serenity con las manos aferradas al volante mientras derrapaba en una curva tras otra a punto de perder el control de la furgoneta. El vehículo levantaba una nube de tierra a su paso, y apenas podía ver por dónde iba debido a la suciedad que cubría el parabrisas. Casi se precipitó por un barranco, pero giró a la derecha sobre dos ruedas y volvió a incorporarse al camino. Entonces, frenó, bajó de la furgoneta y empezó a dar puntapiés a la puerta mientras maldecía su propia estupidez.

Estaba tan asustado que le costaba pensar con claridad. Sabía que había metido la pata, pero no podía hacer nada al respecto. Era demasiado tarde. Randy estaba muy enojado con él, pero le había prometido que trataría de suavizar las cosas.

Controlar los daños. Era lo único que podía hacerse ya.

Sabía que eso era lo que le diría Cal si conociera la terrible situación en la que se encontraba. Su compañero de celda en la cárcel le aconsejaría que asumiera la responsabilidad de su error y que intentara averiguar qué había ido mal. «Aprende de tus errores. Cuando algo sale mal, es imprescindible averiguar qué se ha torcido antes de emprender otra cosa.» Eso lo sabía cualquiera. Sí, eso es lo que Cal le diría. Era un hombre muy inteligente.

¿Y qué había aprendido J.D.? Había aprendido que había sido demasiado codicioso. Estaba muy contento con su nueva fuente de ingresos hasta que había llegado el profesor y había despertado su ambición.

No había querido que esa vida tan bonita se acabara y, desde luego, no quería volver a la cárcel y acabar tal vez condenado a la pena capital por asesinato premeditado.

No había tenido suerte, eso era todo. Había vuelto dos veces a la habitación de Jordan Buchanan pero no había podido entrar. La primera vez, Amelia Ann estaba fuera pasando la aspiradora. La segunda, había una pareja de electricistas instalando unos focos delante de su puerta.

Dejó de dar patadas a su furgoneta nueva y se dejó caer sobre el guardabarros. Se secó el sudor de la frente y procuró concentrarse. Esa puta lo había estropeado todo. No, eso no era verdad. Le había complicado la vida, pero no se la había arruinado. Todavía podía arreglar las cosas. Decidió que, además, le ajustaría las cuentas. Sí, eso haría.

Pero primero, lo más importante. Tenía que terminar el trabajo, y eso significaba que Jordan Buchanan siguiera en el pueblo hasta que pudiera averiguar qué sabía. ¿Qué posibilidades había de que supiera por qué había sido necesario hacer callar al profesor? Imaginaba que entre cero y ninguna.

Aun así, tenía que asegurarse.

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