– Sí -confirmó Noah.
– De acuerdo -dijo Jordan a la vez que se recostaba en su silla.
– ¿De acuerdo? -repitió Noah.
– Es lo único que quería -asintió-. Que reconocieses que había pasado.
En lo que a ella respectaba, el asunto estaba zanjado. Dobló la servilleta y la dejó en la mesa, miró la hora y comentó:
– Será mejor que nos demos prisa. Casi son las diez.
El cocinero la estaba mirando a través de la ventanita de la cocina, y también las dos camareras, juntas detrás de la barra. Jordan salió del local con la cabeza alta.
Sabía que Noah no entendía por qué necesitaba que reconociera lo que había pasado, pero no le importaba. A partir de entonces, las cosas volverían a ser como antes. Él sería el amigo y compañero de su hermano, y ella sería una mujer aburrida, pero feliz, que vivía metida en una burbuja.
Noah acababa de sentarse al volante cuando se percató de que tenía el ceño fruncido.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó a Jordan.
– Acabo de tener una revelación.
– ¿Sí? ¿Cuál?
– Estaba pensando en burbujas… en mi burbuja. Ese sitio que dijiste que era tan aburrido y tan seguro, ¿recuerdas?
– Y lo es. Recuerdo lo que dije.
– Y me estaba preguntando qué no había en mi monótona y aburrida vida.
– Sexo.
Interiormente, Jordan admitió que eso también.
– Además del sexo -soltó, contrariada.
– ¿Diversión? ¿Risa? ¿Sexo apasionado?
– Ya habías mencionado el sexo -replicó Jordan, que lo encontró exasperante.
– Perdona.
– Te diré qué no había -prosiguió Jordan sin prestar atención a su sarcasmo-. Cadáveres, Noah. En mi burbuja, no había ningún cadáver.
Capítulo 25
J.D. solía alardear ante su hermano de que si no quería que nadie lo encontrara, nadie lo encontraría. Conocía los mejores escondrijos de Serenity y sus alrededores.
Randy sabía de algunos sitios donde J.D. podía esconderse, pero no de todos. Por ejemplo, J.D. jamás había le hablado a Randy sobre la mina abandonada que el año anterior había encontrado por casualidad al tomar un atajo por las tierras de Eli Whitaker. Sabía que había entrado ilegalmente en la propiedad de Eli, pero como éste todavía no había puesto ninguna valla, supuso que no pasaba nada, especialmente si no se lo contaba a nadie.
La mina se había convertido en su refugio particular. Cuando estaba en ella, se la estaba jugando a Eli, y eso le hacía sentirse bien. No estaba bien que Eli se apoderase de todas las tierras de primera y que tuviera tanto dinero.
La segunda casa de J.D. no era nada del otro mundo, pero a él le gustaba. Le había puesto un par de sacos de dormir viejos y una nevera que llenaba periódicamente de hielo y cerveza. Sus únicos accesorios eran dos linternas y unas cuantas pilas de repuesto. No quería quedarse de noche sin luz, cuando leía las revistas sólo para hombres. Le enorgullecía admitir que no leía los artículos; lo único que quería o necesitaba era ver las chicas desnudas.
Hasta se había planteado llevar a un par de chicas del Excel para pasar un buen rato. Pero no lo hizo. Le gustaba tener un sitio secreto que sólo él conociera.
La ubicación era perfecta. La mina se encontraba lo bastante lejos de Serenity para que nadie la recordara, pero lo bastante cerca para que el móvil tuviera cobertura. El último par de días había necesitado estar localizable las veinticuatro horas del día por si su jefe necesitaba algo.
Había pensado varias veces en llamar a Randy para averiguar si había una orden de detención a su nombre, pero cambiaba de opinión en cuanto empezaba a marcar el número. No quería oír otro largo sermón. Además, su jefe se enteraría de si había una orden de detención o no a su nombre. Tenía contactos en todo el pueblo, y sólo tendría que hacer un par de llamadas telefónicas para averiguar si esa puta de Jordan Buchanan había decidido denunciarlo.
Por suerte, el teléfono desechable que había robado de la casa del profesor MacKenna llevaba el número pegado en el dorso. Su jefe era la única persona que lo tenía.
J.D. esperaba, nervioso, recibir noticias suyas. No sólo sabría si la policía lo buscaba sino que, además, era día de pago, y le vendría bien el dinero.
Prácticamente se abalanzó sobre el teléfono cuando sonó.
– Diga, señor.
– Voy de camino -dijo su jefe.
– ¿A la casa? -preguntó J.D.
– Sí -contestó su jefe tras una larga pausa-. Es donde acordamos encontrarnos.
– Sí, señor. Ahora mismo salgo.
– No te olvides de estacionar a tres manzanas de distancia como mínimo y de hacer el resto del trayecto a pie.
– Así lo haré -prometió J.D.-. ¿Recuerda que hoy es día de paga?
– Por supuesto. Tenemos muchos cabos que atar antes del anochecer.
– Lo sé -aseguró J.D. -. ¿Ha averiguado algo sobre la orden de detención?
– Todavía no.
– El nuevo jefe de policía no permitirá que se queden dos asesinatos sin resolver. Se me ocurre que deberíamos pensar en un par de nombres. Si hubiese alguna forma de cargarle esos asesinatos a…
– Ya tengo pensado a quién inculpar, pero, para lograrlo, necesitaré tu ayuda. Deberíamos poder solucionarlo todo en una semana.
– Sabía que se le ocurriría algo. Es muy listo para estas cosas.
– Tengo práctica. Venga, date prisa. Tenemos mucho trabajo.
Capítulo 26
Cuando Jordan y Noah llegaron a la comisaría de policía, el sheriff Randy estaba delante de la mesa de la oficina del jefe Davis intentando caminar arriba y abajo. Como la oficina era tan pequeña, sólo podía dar dos pasos hacia un lado y dos hacia el contrario.
Al entrar, Noah se situó delante de Jordan para impedir que J.D. pudiera volver a pegarle.
Pero no había ni rastro de J.D.
– Entrad -pidió Joe al verlos.
Noah no perdió el tiempo en presentaciones.
– ¿Dónde está su hermano? -soltó.
– No lo sé -aseguró Randy-. Le juro que lo he buscado por todas partes, y le he dejado por lo menos cinco mensajes en el teléfono de su casa y dos veces más en el móvil pidiéndole que viniera, y que todo iba a ir bien porque la señorita Buchanan había accedido a no denunciarlo… -Intentó ver a Jordan, que seguía detrás de Noah-. Es así, ¿verdad, señorita Buchanan? Joe me dijo que no iba a presentar cargos.
Aunque Noah ocupaba la mayor parte del umbral, Jordan logró situarse a su lado.
– Sí, es verdad.
– Gracias -dijo-. Hago todo lo que puedo para ayudar a J.D. a tomar buenas decisiones, pero le puedo asegurar que es muy difícil.
Sonaba sincero y arrepentido, y Jordan sintió de repente lástima por él. Tenía que ser horrible tener a raya a ese hermano con el puño tan ligero.
– Sé que metió la pata -comentó Randy, que se dirigía de nuevo a Noah-, pero es mi hermano, y la única familia que tengo. De verdad que intento ayudarle a seguir adelante sin que se meta en líos. Creía que iba por el buen camino. Estaba cerrando el Excel, y ése es un paso muy positivo.
A Noah eso no le importaba.
– ¿Cómo supo que había un cadáver en el maletero de Jordan? -preguntó.
– Me dijo que había recibido un soplo por el móvil.
– Quiero saber qué le dijo J.D. exactamente, sheriff.
– Teníamos que ir a pescar, y me pasé por su casa para recogerlo. Salió corriendo y me contó lo del soplo.
– ¿Quién le llamó? -preguntó Noah-. ¿Le dijo quién le había dado el soplo?
– Una mujer -respondió Randy-. Me costó un buen rato sonsacárselo. Pero no quiso darme su nombre. Dijo que tenía que protegerla, que se lo había prometido. Para ser sincero, no sé si me estaba diciendo la verdad -comentó, y añadió vehementemente-: Ruego a Dios que lo hiciera. -Con aspecto derrotado, Randy se apoyó en la mesa-. J.D. siempre aspira a lo mejor. Tiene el sueño imposible de comprar un rancho. No tiene ni idea de llevar un rancho, pero eso no le importa. Cree que es inteligente, pero no lo es, y por eso se mete en problemas. Ha hecho auténticas estupideces, y tiene mal carácter, de eso no cabe duda, pero sería incapaz de matar a nadie.