Литмир - Электронная Библиотека

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Jordan, sorprendida por su cambio de humor-. Yo no guardo secretos.

– ¿Me quieres hablar sobre esa pequeña cicatriz junto a tu seno derecho?

Fingir que no sabía de qué hablaba no serviría de nada. Conociendo a Noah, le quitaría la camiseta para señalársela.

– ¿Qué pasa con esa cicatriz?

– Creo recordar que he oído hablar de tu intervención quirúrgica.

– Eso ocurrió… hace tiempo -comentó Jordan mientras intentaba pensar en una forma de salir del rincón en el que ella misma se había acorralado-. No fue nada.

– Sólo te haré una pregunta: ¿no te encontraste un bulto en el pecho…?

– Era un bultito de nada -reconoció ella.

Noah prosiguió sin tener en cuenta su interrupción.

– ¿Y fuiste al hospital para practicarte una intervención quirúrgica sin decírselo a nadie de tu familia?

Jordan inspiró hondo.

– Sí, pero era un procedimiento sencillo… una biopsia…

– Eso no importa. No querías que nadie se preocupara, ¿no es cierto? ¿Y si algo hubiese salido mal? ¿Y si el procedimiento sencillo hubiese terminado siendo una intervención quirúrgica importante?

– Kate me llevó al hospital. Habría avisado a todo el mundo.

– ¿Y tú crees que eso está bien?

– No -admitió Jordan-. Estuvo mal. Pero estaba asustada. Y contárselo a todo el mundo lo volvía más real.

Por extraño que pudiera parecer, Noah lo entendió. Le sujetó la mano y se la oprimió.

– Te diré algo. Si alguna vez me haces algo así, te aseguro que me las pagarás.

La idea de que Jordan pudiera ocultarle algo así de grave le encrespaba.

– Se acabaron los secretos -le prometió Jordan.

– Ya lo creo.

Jordan intentó levantarse.

– ¿Qué haces? -preguntó Noah.

– Iba a leer, pero no estoy de humor para pensar en viejas enemistades.

– Léeme algo -pidió Noah después de tirar de Jordan hacia él-. Tal vez una batalla -sugirió-. Eso te relajará.

– Sólo a un hombre podría ocurrírsele que la narración de una batalla sangrienta pueda resultar relajante.

Decidió complacerlo. Se acercó más a Noah, se recostó en su pecho y se puso el montón de papeles en el regazo.

Noah echó un vistazo a las hojas por encima del hombro de Jordan.

– ¿Has avanzado mucho? -quiso saber.

– No estoy segura. He elegido al azar una o dos historias de cada siglo. Cuando llegue a casa, me obligaré a leerlo todo.

– ¿Qué quieres decir con eso de que te obligarás a leerlo todo? Si no crees que nada de lo que hay sea exacto…

– Muy bien, quiero leerlo todo. Y, después, voy a investigar por mi cuenta. Quiero descubrir la verdad -afirmó-. Estoy segura de que algunas de las historias son, en parte, ciertas. La mayoría se ha transmitido de padres a hijos. -Le pasó el montón-. Elige una.

Jordan observó cómo Noah hojeaba las páginas.

– Espera -pidió a la vez que le arrebataba una hoja-. Acabo de ver… Aquí está de nuevo.

Levantó la página para mostrársela.

– ¿Lo ves? En el margen. El profesor volvió a escribir el año 1284. Lo he visto en el margen de otras dos páginas. ¿Y qué es eso? ¿Una corona? ¿Un castillo? El 1284 tiene que ser el año en que él creía que surgió la enemistad. ¿No te parece?

– Puede -concedió Noah-. Los números están muy marcados, como si los hubiera repasado una y otra vez para no olvidarse.

– No. No necesitaría escribir la fecha más de una vez. Si lo que me contó sobre su memoria era cierto, no tenía que anotar nada. Lo recordaría. Creo que debió de garabatearlo distraídamente mientras pensaba en otra cosa.

– Espera. ¿Qué te contó sobre su memoria?

– Alardeó de ella -explicó Jordan-. Dijo que tenía una memoria extraordinaria. Jamás olvidaba una cara o un nombre por más tiempo que hubiera transcurrido. Escribía estos relatos para organizarlos para que algún día otras personas pudieran leerlos, pero recordaba todos los detalles de memoria. Afirmaba que era un lector insaciable. Que leía en Internet los periódicos que no conseguía en papel. -Noah recordó todos los periódicos esparcidos por el suelo del salón del profesor-. Repasa el resto de las páginas -sugirió Jordan-. Mira si hizo algún otro bosquejo o anotó cualquier otra fecha.

No encontró nada en su montón, pero sí había un par en la mitad inferior del que tenía Noah.

– ¿Qué te parece esto? -Noah le señalaba algo dibujado en el margen superior de la página.

– Puede que sea un perro o un gato… Con esa melena, tiene que ser un león. Diría que es un león.

El último dibujo que encontró era más reconocible. Otra corona. Un dibujo muy malo de una corona torcida.

– ¿Sabes qué creo? -dijo Noah-. Que el profesor MacKenna estaba loco.

– Admito que era raro, y que estaba obsesionado con su trabajo.

– Creo que se lo inventó todo.

– Yo no -negó Jordan con la cabeza-. Puede que la loca sea yo, pero creo que realmente hay un tesoro escondido.

Noah siguió ojeando las páginas.

– Algunas de estas historias no tienen fecha.

– Puede que haya que deducirla. Tal vez se mencione el nombre de un rey… o una nueva arma, como una ballesta -señaló Jordan-. Eso nos proporcionaría un período de tiempo aproximado, pero lo demás son sólo suposiciones.

– Lee ésta.

Noah le pasó los papeles y se recostó en la cama. Como si fuera lo más normal del mundo, la acercó hacia él y le rodeó el cuerpo con un brazo.

Jordan empezó a leer en voz baja y clara.

Nuestro querido rey está muerto, y en este momento de terrible aflicción, los clanes se han enzarzado en una batalla tras otra para adquirir poder y control sobre los demás. Tenemos un pretendiente al trono que lucha por gobernar, y existe una constante agitación política.

La codicia ha arraigado en los corazones de nuestros líderes. Desconocemos cómo terminará todo, y tememos por nuestros hijos. No existe suelo por el que caminar que no esté cubierto de sangre, ni cueva en la que encontrar refugio para nuestros ancianos y nuestros pequeños. El camino está desolado. Hemos sido testigos del asesinato y de la infidelidad. Y ahora de la traición.

Los MacDonald combaten contra los MacDougal, y la costa occidental es su campo de batalla. En el sur, los Campbell luchan contra los Ferguson, y los MacKey y los Sinclair vierten su sangre en el este. No hay ningún lugar donde guarecerse.

Pero lo que más tememos ahora es la traición en el norte. Los MacKenna cuentan con nuevos aliados del otro extremo del mundo para ayudarles a destruir a sus enemigos, los Buchanan.

El terrateniente MacKenna no muestra el menor interés en robar las tierras de los Buchanan ni en imponerse a los guerreros bajo su dominio, aunque sabemos que jamás podría conseguirlo. No, tal vez antes fuera ésa la intención de los MacKenna, pero ya no. Quiere destruirlos a todos, a todo hombre, a toda mujer, a todo niño. Su ira es temible.

Aunque no debemos hablar nunca abiertamente de ello, ni siquiera en voz baja, creemos que el terrateniente MacKenna ha hecho un pacto diabólico con el rey de Inglaterra. El rey envió a su emisario, un joven príncipe que llegó a la corte desde unos dominios remotos que en la actualidad gobierna el rey. Un testigo presenció esa reunión secreta, uno de los nuestros, y creemos que sus palabras son ciertas, porque es un hombre de Dios.

El rey quiere hacerse fuerte en el norte, y tiene los ojos puestos en las tierras de los Buchanan debido a su situación en las Highlands. Cuando haya conquistado esas tierras, sus soldados avanzarán hacia el sur y hacia el este. Conquistará Escocia, de clan en clan, y cuando estén bajo su poder, reunirá un ejército numeroso para dirigirse al norte hacia la tierra de los gigantes.

El príncipe le dijo al terrateniente que el rey ha oído hablar de la animosidad existente entre los Buchanan y los MacKenna, y aunque cree que destruir a los Buchanan con su ayuda debería ser recompensa suficiente, hará más atractivo el pacto concediendo al terrateniente un título y un tesoro de plata. El tesoro elevaría al terrateniente por encima de los demás clanes, porque posee un poder místico. Sí, con ese tesoro, el terrateniente se volvería invencible. Tendría el poder que deseaba, y se vengaría de los Buchanan.

53
{"b":"101846","o":1}