– Pero ¿por qué las tríadas? -preguntaba ella a su padre-. Ahora veo que no te conocía, pero siempre he creído que los despreciabas.
– Cuando te oigo hablar así -repuso Liu con tono pensativo-, me digo, mi hija no es tan estúpida. Es lenta, quizá, pero no estúpida. Tienes razón. Aborrezco las tríadas.
– Pero creaste algún tipo de conexión con el Ave Fénix durante las investigaciones del Ministerio -conjeturó ella-. Por eso no permitiste nunca que el jefe de sección Zai presentara sus pruebas ante los tribunales.
– Me ofrecieron dinero -dijo Liu, alzando el mentón-. Yo lo acepté. Luego, cuando se presentó la oportunidad, pensé, aquí hay gente que puede transportar nuestros envíos y distribuir el producto en Estados Unidos. Teníamos una relación muy buena…
– Hasta que…
– Los otros querían ganar más dinero. Esos chicos y padre hicieron un trato a mis espaldas. Así que maté a los chicos. Pero también quería enviar un mensaje. Y lo hice. Pero creo que eso lo habíais descubierto el fiscal Stark y tú.
– David lo averiguó, sí.
Liu volvió su virulenta mirada hacia el amante de su hija.
– Dígame, David -el sonido de su nombre pronunciado en un tono condescendiente le provocó escalofríos-, ¿cómo lo hice?
– Primero necesitaba información. Sabía que sus socios habían llegado a algún tipo de acuerdo con el Ave Fénix. Quería saber si pensaban prescindir de usted por completo.
– Siga -dijo el hombre.
– Henglai era de complexión menos fuerte, así que seguramente le atacó a él primero. Los debió de pillar por sorpresa. Al fin y al cabo eran socios.
– Creían que no soy más que un débil anciano. Estaban en un error.
– Billy era un chico duro, así que se concentró en Henglai. Con qué lo torturó, ¿cigarrillos? -Liu no contestó-. No necesitaba matar a Billy. El mismo podía haber transmitido su mensaje, pero usted se dejó llevar por la ira.
– Pero ¿y mi método? -dijo Liu con tono irritado.
– La cantárida -se apresuró a contestar David.
– Correcto. Fue muy fácil poner un poco de polvo en un trapo y aplicárselo a la boca y la nariz. Pero el… -Meneó la cabeza con repugnancia-. Fue desagradable ver cómo se formaban ampollas y oír sus aullidos. -Revivió la escena en silencio y luego preguntó con voz interesada-: ¿Y dónde los maté?
David y Hulan no lo sabían. Liu soltó un bufido.
– En un almacén, pero ¿qué importa?
– Después llevó a Billy Watson al parque -continuó David-Quería que lo encontraran, y donde su padre pudiera verlo.
– Si las vigas superiores no están rectas, también las inferiores están torcidas -dijo Liu-. ¿'Tienen algún proverbio parecido en América?
– No.
– Pero entiende lo que significa.
– Creo que sí. ¿De tal palo tal astilla?
– Exacto. Y el hijo tenía que ser destruido para hacer que el padre viera sus errores. Aquella traición… -Apretó la mandíbula. Lentamente recobró el dominio de mismo-. La traición fue cosa de Watson. Creía que era el pez gordo, que sólo porque tenía el rancho era quien corría más riesgos. Pensaba, tengo a los dos chicos, tengo al Ave Fénix, ¿para qué necesito al viejo Liu? Pero todo lo había ideado yo. Yo era el jefe. Fue una dura lección, pero Bill Watson tuvo que aprenderla. -Liu miró a David con sus fríos ojos negros-. Ahora hábleme de Henglai.
– Lo transportó por el canal, verdad?
Cuando Liu asintió, la luz de la lámpara se reflejó en las lentes de sus gafas de concha. Aquellos dos habían sabido valorar su trabajo.
– Envió así su segundo mensaje -continuó David-. Envolvió a Henglai y lo metió en el tanque del agua en lugar de la bilis de oso que habían acordado los otros.
– Le diré una cosa -observó Liu-: meter allí al chico no fue tarea fácil. No estoy tan fuerte como en mis mejores tiempos, y el chico era un peso muerto. -Soltó una risotada y luego dijo-: Quería que el Ave Fénix supiera con quién estaban tratando. No podía dejar que me engañaran.
– De modo que arruinó su envío de inmigrantes.
– No estaba previsto -repuso Liu con tono de disculpa-. Todo lo que tenían que hacer era arrojar el cadáver por la borda.
– Pero no lo hicieron -dijo David.
– ¿Quién puede explicar la estulticia de los demás?
– No eran tan estúpidos. Sabían que estábamos a punto de llegar nosotros.
– Los sobreestima -dijo Liu con una mueca-. No, creo que sencillamente la tempestad hizo que les entrara el pánico. El Peonía iba a la deriva, adentrándose en aguas jurisdiccionales de Estados Unidos. ¿Qué otra cosa podían hacer si no abandonar el barco?
David prefirió no seguir con el tema.
– También se ocupó de Spencer Lee.
– Ese fue un asunto desafortunado -dijo Liu, y se explicó-: Yo estaba dispuesto a seguir haciendo negocios con el Ave Fénix. Incluso la cabeza del dragón se mostró de acuerdo en que debíamos continuar haciendo envíos. Pero después de los arrestos en Los Angeles, las cosas se pusieron difíciles. Alguien tenía que caer y entre todos decidimos que se podía prescindir del chico. Yo firmé el documento. Usé el sello de Zai. No hubo ningún arte.
– ¿Por qué la bilis de oso, ba? ¿Por mamá?
– Cuando tu madre volvió de Rusia probé infinidad de remedios para curarla. Por fin oí hablar del doctor Du.
– ¿Está también él implicado en todo esto?
– Por supuesto que no. -Carraspeó y escupió con repugnancia-. Es un viejo estúpido, pero sus conocimientos son grandes y le gusta hablar. Es muy generoso con la información, como estoy seguro de que habréis descubierto.
– El gobierno lo enviaba a dar charlas sobre medicinas derivadas de animales en peligro -recordó ella de sus entrevistas con Du-. Incluso lo enviaron aquí cuando se hicieron redadas en Sichuan.
– ¿Ves? Habla demasiado. También alardeaba de esas cosas cuando yo le llevaba a tu madre para que la viera. Cuando llegó el momento de encontrar una granja de osos, sabía dónde buscarla.
– Y en Henglai encontraste a alguien que podía serte muy útil -dijo Hulan-. ¿Fuiste tú quien lo buscó?
Liu movió la pistola de un lado a otro.
– Para serte sincero, Henglai vino después. Primero me asocie con el Ave Fénix e hicimos unos cuantos negocios insignificantes para coger confianza.
Liu calló esperando a que David y Hulan le preguntaran por
aquellos otros «negocios», pero al ver que no lo hacían, preguntó:
– ¿No se ha preguntado, fiscal Stark, cómo pudo tanta gente
abandonar China en un carguero que zarpó de uno de los puertos principales sin atraer la atención de las autoridades? -David no
respondió-. Digamos -explicó Liu con tono despreciativo-, que
utilicé mi influencia para garantizar que todos mirarían hacia otro lado. -Hizo una pausa y luego añadió-: Oh, son tantas las cosas que me gustaría contarle…
David comprendió que los demás detalles llegarían más tarde, si es que había un después.
– No -prosiguió Liu-. Todo lo que ha ocurrido ha sido culpa de Billy Watson. Ya sabrá que era un delincuente. Un día lo llevaron a mi despacho por un delito menor. Se sentó allí y empezó a hablarme de su padre. Yo conocía al embajador, por supuesto. Pensé: traigamos a Big Bill Watson y veamos qué ocurre.
Liu volvió a centrar su atención en Hulan.
– Ya sabes cómo son los americanos. Son tan insolentes que se creen los dueños del mundo. Va y me dice: «Quizá podamos resolver esto entre nosotros.»
– Te ofreció un soborno -dedujo Hulan.
Liu asintió.
– Pero yo no quería su dinero. Le dije: «Quedemos para comer en la Posada de la Tierra Negra.»
– Cuando Nixon Chen dijo «tu jefe viene por aquí» se refería a ti -dijo ella.
– ¡No me interrumpas! ¡Estoy hablando! -reprendió Liu a su hija. Hizo una pausa para reordenar sus ideas y dijo-: Aquel primer día pensaba, ¿quién sabe cómo acabará todo esto? Pronto comíamos todas las semanas en un reservado. Luego vino Billy y trajo a su amigo Henglai. La primera vez que nos reunimos todos lo vi claro. ¡Henglai! ¡El hijo de Guang Mingyun!