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Fue precisamente en un taller de poesía en donde conocimos a Ulises Lima y a Rafael Barrios y a Piel Divina. Era la primera o la segunda vez que nosotros asistíamos y era la primera vez que Ulises aparecía por allí, y cuando el taller terminó nos hicimos amigos y nos fuimos caminando juntos y luego tomamos un camión juntos y mientras Piel Divina intentaba seducir a Xóchitl yo escuchaba a Ulises Lima y él me escuchaba a mí y Rafael asentía a lo que decía Ulises y a lo que decía yo y era, verdaderamente, como si hubiera encontrado un alma gemela, un poeta de verdad, un poeta de pies a cabeza, que podía explicar con claridad lo que yo sólo intuía y deseaba y soñaba, y ésa fue una de las mejores noches de mi vida y cuando llegamos a casa no podíamos dormir, Xóchitl y yo, y estuvimos hablando hasta las cuatro de la mañana. Más tarde conocí a Arturo Belano, a Felipe Müller, a María Font, a Ernesto San Epifanio y a los demás, pero ninguno me impresionó tanto como Ulises. Por supuesto, no sólo Piel Divina intentó llevarse a la cama a mi compañera, también hicieron lo que pudieron Pancho y Moctezuma Rodríguez, e incluso Rafael Barrios. Yo a veces le decía a Xóchitl: por qué no les dices que estás embarazada, igual se desalientan y te dejan tranquila, pero ella se reía y decía que no le molestaba que la cortejaran. Bueno, allá tú, le decía yo. No soy celoso. Pero una noche, lo recuerdo con claridad, fue Arturo Belano el que intentó ligarse a Xóchitl, y eso sí que me entristeció de verdad. Yo sabía que ella no se iba a ir a la cama con ninguno, pero la actitud de ellos me molestaba. Era básicamente como si me menospreciaran por mi aspecto físico. Era como si pensaran: a esta chava no le puede gustar este pobre desgraciado sin dientes. Como si los dientes tuvieran algo que ver con el amor. Pero con Arturo Belano fue distinto. A Xóchitl le divertía que la cortejaran, pero aquella vez fue distinto, fue mucho más que una diversión para ella. Todavía no conocíamos a Arturo Belano, aquélla fue la primera vez, antes habíamos oído hablar mucho de él, pero por una causa o por otra todavía no nos lo habían presentado. Y esa noche apareció y todo el grupo tomó un camión vacío a altas horas de la noche (¡un camión en donde sólo iban real visceralistas!) rumbo a un guateque o a una obra de teatro o a un recital de alguien, ya no lo recuerdo, y Belano se sentó junto a Xóchitl en el camión y se la pasaron hablando durante todo lo que duró el trayecto, y yo me di cuenta, yo que iba unos cuantos asientos más atrás, tembloroso, junto a Ulises Lima y al chavo Bustamante, me di cuenta que la cara de Xóchitl era distinta, ahora sí que se sentía bien, qué digo, estaba encantada de que Belano estuviera sentado junto a ella, dedicándole el cien por cien de su tiempo, mientras los demás, pero sobre todo los que ya antes habían intentado llevársela a la cama, miraban la escena de refilón, igual que yo, sin dejar de conversar, sin dejar de mirar las calles semivacías y la puerta del camión cerrada a cal y canto, como si fuera la puerta de un horno crematorio, sin dejar de hacer, digo, las cosas que estuvieran haciendo, pero con todos los sentidos puestos en lo que ocurría en los asientos de mi Xóchitl y de Arturo Belano. Y la atmósfera en un momento determinado se volvió tan frágil, tan sostenida por agujas, que yo pensé estos pendejos deben saber algo que yo no sé, aquí pasa algo raro, no es normal que el pinche camión circule como una sombra por las calles del DF, no es normal que no se suba nadie, no es normal que sin venir a cuento me ponga a alucinar. Pero me aguanté, como siempre hago, y finalmente no ocurrió nada. Después Rafael Barrios, qué cara tiene, me dijo que Belano no sabía que Xóchitl era mi compañera. Yo le contesté que no había pasado nada y que si hubiera pasado algo era asunto de ella, Xóchitl vive conmigo, no es mi esclava, le dije. Pero ahora viene la parte curiosa del asunto: a partir de esa noche, la noche en que Belano tuvo tantas atenciones para con mi compañera (sólo le faltó besarla en la boca) en aquel trayecto nocturno y solitario, nadie más intentó ligar con ella. Absolutamente nadie. Como si los cabrones se hubieran visto retratados en la figura de su pinche líder y lo que vieron no les gustara. Y otra cosa que he de añadir: el flirteo de Belano sólo duró lo que duró el interminable trayecto del camión, es decir fue algo inocente, puede que entonces ni siquiera supiera que el chimuelo que iba unos asientos más atrás fuera el compañero de la chava con la que estaba ligando, pero Xóchitl sí que lo sabía y su actitud al recibir, digamos, los requiebros del chileno, fue diferente a como, por ejemplo, soportaba los requiebros de Piel Divina o Pancho Rodríguez, es decir, con éstos uno notaba que Xóchitl se divertía, se lo pasaba bien, se reía, pero con Belano su perfil, el sesgo de su rostro que me fue dado observar aquella noche, traslucía unas emociones bien distintas. Y esa noche, en el hotel, me pareció observar en Xóchitl una expresión más pensativa y ausente que de costumbre. Pero no le dije nada. Creí comprender el motivo. Así que me puse a hablar de otras cosas: de nuestro hijo, de los poemas que íbamos a escribir ella y yo, del futuro, en una palabra. Y no hablé de Arturo Belano ni de los problemas verdaderos que nos aguardaban, como por ejemplo que yo encontrara trabajo, que tuviéramos dinero para alquilar una casa, que pudiéramos mantenernos a nosotros mismos y a nuestro hijo. No, yo hablé, como todas las noches, de poesía, de creación, y del realismo visceral, un movimiento literario que a mi espíritu, a mi disposición frente a la realidad le venía como anillo al dedo.

A partir de esa noche en cierto sentido funesta comenzamos a vernos con ellos casi a diario. Allí adonde ellos iban, íbamos nosotros. Pronto, creo que una semana después, me invitaron a participar en un recital de poesía del grupo. No había reuniones a las que faltáramos. Y la relación entre Belano y Xóchitl quedó congelada en un gesto cortés, no carente de cierto misterio (misterio que paradójicamente no enturbiaba el progresivo aumento de la barriga de mi compañera), pero que no pasó a más. En realidad, Arturo nunca vio a Xóchitl. ¿Qué fue lo que pasó aquella noche, en el camión que nos transportaba únicamente a nosotros por las calles vacías, por las calles ululantes del DF? No lo sé. Probablemente una joven cuyo embarazo aún no se notaba se enamoró por unas horas de un sonámbulo. Y eso fue todo.

El resto de la historia es más bien vulgar. Ulises y Belano a veces desaparecían del DF. A algunos eso les parecía mal. A otros les daba igual. A mí me parecía bien. En alguna oportunidad Ulises me prestó dinero, el dinero, a rachas, les sobraba y a mí me faltaba. Yo no sé de dónde lo sacaban ni me importa. Belano nunca me prestó dinero. Cuando se marcharon a Sonora intuí que el grupo estaba en vías de desaparecer. Vaya, como si la broma estuviera agotada. No me pareció una mala idea. Mi hijo estaba a punto de nacer y yo había conseguido, por fin, una chamba. Una noche me llamó Rafael a casa y me dijo que habían vuelto, pero que se iban otra vez. De acuerdo, dije, el dinero es suyo, que hagan con él lo que quieran. Esta vez se van a Europa, me dijo Rafael. Perfecto, dije, es lo que deberíamos hacer todos. ¿Y el movimiento?, dijo Rafael. ¿Qué movimiento?, dije yo mirando a Xóchitl dormir. La habitación estaba a oscuras y por la ventana parpadeaba el letrero del hotel como en una pinche película de gángsters, las penumbras en donde el abuelo de mi hijo hacía sus cochinadas. El realismo visceral, cuál otro, dijo Rafael. ¿Qué pasa con el realismo visceral?, dije yo. Eso es lo que digo, dijo Rafael, qué va a pasar con el realismo visceral. ¿Qué va a pasar con la revista que íbamos a sacar, qué va a pasar con todos nuestros proyectos?, dijo Rafael en un tono tan lastimero que si Xóchitl no hubiera estado dormida me hubiera reído a carcajadas. La revista la sacaremos nosotros, le dije, los proyectos seguirán adelante con ellos o sin ellos, le dije. Rafael estuvo un rato sin decir nada. No podemos perder el rumbo, murmuró. Luego volvió a enmudecer. Reflexionaba, supuse. Yo también me quedé en silencio. Pero yo no reflexionaba, yo sabía perfectamente en dónde estaba y qué quería hacer. Y así como yo sabía lo que quería hacer, lo que iba a hacer a partir de entonces, sabía también que Rafael terminaría por encontrar el rumbo. No hay que ponerse histéricos, le dije cuando me cansé de estar allí, en la penumbra, con el teléfono colgando de la oreja. No estoy histérico, dijo Rafael, creo que deberíamos irnos nosotros también. Yo no me muevo de México, dije.

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