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Y entonces yo pensé en el pintor y en sus cuadros abstractos y no sé por qué se me ocurrió decirle a Norman (con quien seguramente ya lo había comentado mientras estábamos en Puerto Ángel) que el ojete de Abraham Manzur estaba peleando en rings de segunda fila, tal vez para cambiar de tema, tal vez porque eso era lo único que tenía que decir en aquel momento, en donde dijera lo que dijera poco importaba, pues era Norman el que llevaba la batuta y nada de lo que yo añadiera iba a cambiar esa verdad incontrovertible, el Renault lanzado a más de ciento veinte por la carretera desierta. ¿Viste sus cuadros?, dijo Norman. Algunos, dije. ¿Y qué te parecieron?, dijo Norman como si todo lo que habíamos hablado en Puerto Ángel estuviera olvidado. Estaban bien, dije. ¿Y a Claudia qué le parecieron? No me dio su opinión, dije yo. Durante un rato seguimos así. Norman se puso a hablar de pintura mexicana, del estado de las carreteras, de la política universitaria, de la interpretación de los sueños, de los niños de Puerto Ángel, de Nietzsche, y yo intervenía muy de tanto en tanto con algún monosílabo, alguna pregunta que servía sólo para aclarar conceptos aunque la verdad es que a esas alturas los conceptos me valían madre y lo único que quería era llegar cuanto antes al DF y no volver a poner los pies en el estado de Oaxaca nunca más en mi vida.

Y entonces Norman dijo: Ulises Lima. ¿Te acuerdas de Ulises Lima? Claro que me acordaba, cómo iba a haberlo olvidado. Y Norman dijo: últimamente he estado pensando en él, como si Ulises Lima fuera parte de su cotidianidad o hubiera sido parte de su vida, cuando yo sabía fehacientemente que apenas había sido un episodio, un episodio más bien molesto, además. Y luego Norman me miró, como si esperara un guiño o una palabra de complicidad, pero yo sólo le dije cuidado con la carretera, fíjate cómo conduces, pues el Renault se había escorado hacia la derecha y ya estábamos tocando el bordillo, aunque eso a Norman no parecía preocuparle pues con un solo golpe de volante volvió a ponerlo en el medio, en la justa senda, y de nuevo me miró y yo dije ¿qué? Ulises Lima, sí, los días que pasó con nosotros en Tel-Aviv, y Norman: ¿no notaste nada raro, nada que se saliera de lo corriente?, normalísimo Norman. Y entonces yo le dije: ¡todo!, porque así era Ulises y así, secretamente, queríamos que fuera, no él, no Norman, que no era su amigo y que lo conocía mayormente de oídas, las historias que los adolescentes nos contábamos de Ulises, pero sí Claudia y yo que por aquellas fechas aún creíamos que íbamos a ser escritores y que hubiéramos dado todo por pertenecer a ese grupo más bien patético, los real visceralistas, la juventud es una estafa.

Y entonces Norman dijo: no se trata de los real visceralistas, no has entendido nada, buey. Y yo le dije: ¿de qué se trata, pues? Y Norman, para mi alivio, dejó de mirarme y se concentró durante algunos minutos en la carretera, y después dijo: de la vida, de lo que perdemos sin darnos cuenta y de lo que podemos recobrar. ¿Y qué es lo que podemos recobrar?, dije. Lo que perdimos, podemos recobrarlo intacto, dijo Norman. Hubiera sido fácil rebatirlo, en lugar de eso yo también bajé la ventanilla y dejé que el aire tibio me despeinara, los árboles pasaban a una velocidad pasmosa. ¿Qué podemos recobrar?, pensé sin importarme que la velocidad fuera cada vez mayor y que la carretera ya no presentara tantos tramos en línea recta, tal vez porque Norman siempre había conducido con seguridad y era capaz de hablar, de observarme, de buscar cigarrillos en la guantera, de encenderlos e incluso de mirar de vez en cuando hacia adelante y todo sin quitar el pie del acelerador. Podemos volver a entrar en juego en el momento en que queramos, oí que decía. ¿Te acuerdas de los días que pasó Ulises con nosotros en Tel-Aviv? Claro que me acuerdo, dije. ¿Sabes qué fue a hacer a Tel-Aviv? Claro que lo sé, pinche Ulises, estaba enamorado de Claudia, dije. Estaba locamente enamorado de Claudia, me corrigió Norman, tan locamente que no se daba cuenta de lo que tenía al alcance de la mano. No se daba cuenta de un carajo, dije, la verdad es que no sé cómo no la palmó. Te equivocas, dijo Norman (en realidad, eso lo dijo Norman a gritos), te equivocas, te equivocas, aunque hubiera querido no hubiera podido morirse. Bueno, él fue por Claudia, él fue a buscar a Claudia, dije yo, y nada le salió bien.

Sí, él fue por Claudia, dijo Norman riéndose. Pinche Claudia, qué hermosa era, ¿te acuerdas? Claro que me acuerdo, dije. ¿Y te acuerdas de dónde durmió Ulises mientras estuvo en nuestra casa? En el sofá, dije. ¡En el puto sofá!, dijo Norman. Hipóstasis del amor romántico. Umbral. Tierra de nadie. Y luego murmuró, pero tan bajito que entre el ruido del Renault que avanzaba como una flecha por la carretera y el ruido del viento que subía por mi brazo hasta mi perfil derecho tuve que hacer un esfuerzo enorme para desentrañar sus palabras: algunas noches, dijo, se ponía a llorar. ¿Qué?, dije yo. Algunas noches, cuando me levantaba para ir al baño, lo escuchaba sollozar. ¿A Ulises? Sí, ¿tú nunca lo escuchaste? No, dije, yo duermo de un tirón. Qué suerte tienes, dijo Norman, aunque por la forma en que lo dijo sonó más bien a qué mala suerte tienes, mano. ¿Y por qué lloraba?, dije yo. No lo sé, dijo Norman, nunca se lo pregunté, yo sólo iba al baño y al pasar por la sala lo escuchaba, nada más, puede que ni siquiera estuviera llorando, puede que se estuviera haciendo una paja y esos gemidos que yo escuchaba fueran de placer, ¿me entiendes? Sí, más o menos, dije. Pero también puede que no se estuviera haciendo una paja, dijo Norman. Ni que estuviera llorando. ¿Entonces, qué? Puede que estuviera durmiendo, dijo Norman, puede que los gemidos los produjera el sueño de Ulises. ¿Lloraba en sueños? ¿A ti nunca te ha pasado?, dijo Norman. Pues la verdad es que no, dije. Yo las primeras noches tenía miedo, dijo Norman, miedo a quedarme allí, de pie en la sala, en la penumbra, escuchándolo. Pero una vez me quedé y lo comprendí todo, de un solo golpe. ¿Qué era lo que tenías que entender?, dije. Todo, lo más importante de todo, dijo Norman, y luego se rió. ¿Lo que soñaba Ulises Lima? No, no, dijo Norman, y el Renault dio un salto hacia adelante.

Lo que son las cosas: el salto me hizo recordar al gigantón austríaco con el que apareció Ulises al cabo de un mes, y le dije a Norman: ¿te acuerdas de aquel chavo austríaco amigo de Ulises? Y Norman se rió y me dijo claro, cómo no, pero no se trata de eso, cuando Ulises volvió a Tel-Aviv ya no era el mismo, era el mismo pero no era el mismo, ya no sollozaba por las noches, ya no lloraba, yo lo tenía bien vigilado y me di cuenta, o tal vez el pinche Ulises ya ni siquiera se daba ese lujo, o yo qué sé. Y después dijo Norman: fue en los primeros días, cuando estaba solo y dormía en el sillón. Fue allí y no después. Claro, claro, dije yo. Mucho antes de que apareciera con el austríaco. ¿Y nunca dijo nada? ¿Nada de qué?, dijo Norman. Coño, nada de nada, dije yo. Entonces Norman se rió otra vez y dijo: Ulises lloraba porque sabía que nada se había acabado, porque sabía que tendría que volver a Israel otra vez. ¿El eterno retorno? ¡Una mierda para el eterno retorno! ¡Aquí y ahora! Pero Claudia ya no vive en Israel, dije yo. El lugar donde vive Claudia es Israel, dijo Norman, cualquier pinche lugar, ponle el nombre que quieras. México, Israel, Francia, Estados Unidos, el planeta Tierra. A ver si te entiendo, dije, ¿Ulises sabía que la relación entre Claudia y tú se iba a romper? ¿Y que él, entonces, podría intentarlo de nuevo? ¡No has entendido nada!, dijo Norman. En este asunto yo no tengo nada que ver. Claudia no tiene nada que ver. Incluso, en ocasiones, el cabrón de Ulises no tiene nada que ver. Sólo los sollozos tienen algo que ver. Pues no, dije, no te entiendo.

Y entonces Norman me miró y vi en su rostro, lo juro, la misma cara que tenía a los dieciséis o a los quince, la cara que tenía cuando nos conocimos en la prepa, mucho más delgado, una cara de pájaro, con el pelo mucho más largo y los ojos más brillantes y una sonrisa que te hacía quererlo de inmediato, una sonrisa que te decía ahora estamos aquí, ahora ya no estamos aquí. Y fue en ese momento cuando se nos echó encima el camión y Norman maniobró para evitarlo y salimos volando. Norman salió volando, yo salí volando, los cristales salieron volando. Y todos entramos en donde entramos.

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