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También tú vas por mal camino, David Bartra.

¡Te digo la verdad!

Seguro. Pero es demasiado lo de ciega y coja. No hacía falta.

No te entiendo.

Te daré un consejo de hombre maldiciente, experimentado y cabrón. Si has de desacreditar a alguien, no acumules datos veraces. Siempre acaban por levantar sospechas. Es mejor inventarlo todo. Si es verdad que tienes alma de artista, muchacho, como soñaba tu madre antes ya de echarte al mundo, si es verdad que la tienes, algún día entenderás lo que te digo.

Yo no soy el que tiene alma de artista, dice David con la voz afligida, acariciando el lomo de Chispa. Siempre te confundes, padre. El que ha de nacer es quien tiene alma de artista. Eso dice madre. También lo decía del pobre Juan, ¿ya no te acuerdas? De mí nunca lo dijo.

Bueno, qué más da. No debes entristecerte por eso. Hoy no sirven de gran cosa los artistas, diga lo que diga tu madre… Ahora me tengo que ir. Si vuelves por aquí me traes cerillas. Y un pañuelo limpio. ¿Es tuyo ese perro que te sigue a todos lados arrastrando la barriga por el suelo?

Es el Chispa. Era del señor Auge. ¿No lo has reconocido? Ahora es mío.

El pobre está más acabado que yo. Deberías sacrificarlo… No me mires así, hijo. Ahora los matan sin tener que reventarlos con estricnina. He leído en alguna parte que los alemanes han inventado una inyección letal. Les inyectan bencina o qué sé yo directamente en el corazón y la diñan sin sufrir. Mira de enterarte. Ahora vuelve a casa y no te preocupes por mí. Sueño verdaderos horrores, pero me despierto muerto de risa.

La pelirroja está ordenando los cajones de la consola. David entra en el dormitorio pelando un plátano más que maduro, de piel negra y pulpa gelatinosa y dulce como mermelada. Lo mordisquea con una mueca de asco y se queda mirando aviesamente la barriga de mamá:

Te he oído, renacuajo asquerosillo.

¿No andas siempre diciendo que te mueres de hambre, hermano? Pues come y calla.

Te he oído.

Sólo he dicho que no le hagas ascos. Mamá los compra porque son más baratos, pero has de saber que el plátano, cuánto más maduro, mejor.

¡Y tú qué sabes! ¡Tú lo único que has de saber es que da lo mismo que te escondas o hables bajito porque te oigo y te veo cuando me da la gana!, masculla David. ¡Te veo con mi poderosa mirada de megarratones radiactivos!

Otra vez hablando solo con la pelirroja al lado. ¡Pelma eres, amado primogénito!

Está delicada de salud por tu culpa. Le chupas la sangre, mamón.

Y tú la asustas parloteando como si estuvieras chiflado.

¿Cuándo vas a salir de tu escondrijo, piojo de mierda?

Cuando ella se sienta bien fuerte y animosa y alegre, y papá esté de nuevo en casa y ningún guripa de la político-social nos vigile y todos seamos felices otra vez y nunca más nos acordemos de la pobreza ni del hambre ni del frío ni de nada…

No dices más que chorradas.

Bueno. Gracias por darme un poco de conversación.

Me divierte bastante tomarle el pelo a un embrión tan gilipollas.

De todos modos te agradezco mucho la compañía. A veces aquí me siento angustiado pensando en la mala salud de mamá y en sus problemas…

Culpa tuya, ¿sabes? Has conseguido que ella no piense más que en ti. Mírala.

Está sacando sábanas limpias del cajón inferior. Luego, abierto el cajón superior, sus manos se demoran amorosamente en la lana azul. David engulle el plátano casi deshecho y sigue farfullando: Mírala, ya está otra vez acariciando tu ropita de bebé, tu gorrito de lana y tus peuquitos, ya sólo piensa en eso, ya te está viendo crecidito, ya está echando agua de colonia en tu pelo y te peina bien peinadito, con la raya muy recta a un lado, ya está poniendo la bufanda alrededor de tu cuello y la merienda en tu cartera del colegio…

– ¿Qué estás murmurando, David? -dice mamá-. ¿Hablas con el perro?

– Nada, estaba pensando en voz alta.

– Pues algo le pasa a tu garganta.

– Estoy afónico. ¡Agggggssss…! Y me duele.

– A ver si me vas a coger unas anginas. Haz gárgaras con agua templada y bicarbonato… ¿Adonde vas ahora? Aún no has hecho los deberes.

– Luego. Voy a buscar espárragos al otro lado del torrente, con Pauli.

¡Serás trolero, hermano! No hay espárragos en esta época del año.

Quería decir moras, feto asqueroso, gruñe David (de pronto le llega la voz de pito de Paulino hundido en su butaca del cine: ¡Cáspita! ¡Se te ha puesto dura como una pastilla de chocolate del bueno!). Voy a coger moras en el barranco, eso quería decir. Moras.

Mentira. Te vas al Delicias con Paulino Bardolet y sus maracas.

Cállate ya, monicaco, o juro que te romperé los morros el día que te asomes a este mundo…

– ¿Qué te pasa, hijo, qué refunfuñas? No estarás haciendo gárgaras con el plátano.

– No, son payasadas para que te rías un poco… -se hurga los dientes con la uña y saca una fibra del plátano-. Es que casi nunca te vemos reír…

– Ay, gracias por la buena intención, tesoro. Ven, échame una mano.

– Con la ayuda de David, empujando a su lado, cierra el pesado cajón de la consola-. Este gordito amigo tuyo, Paulino, ¿todavía va al colegio?

– Qué va. Remoja barbas en la barbería ambulante de su padre. En Asturias cuidaba vacas con los abuelos, pero sabe muchas cosas, hizo dos cursos de bachillerato. Tiene un tío que es guardia urbano y le deja limpiar la pistola… Quiere meterlo en la Guardia Civil, pero a Paulino lo que le gustaría es tocar las maracas en una orquesta tropical. Toca las maracas la mar de bien. ¿Te gustaría oírle un día?

– ¿Por qué no?

– Oye, madre, ¿dónde vamos a poner la cunita del pequeño Víctor?

– No tenemos cuna todavía.

– ¿ Y la mía?

– La tuya dónde estará. Se la di a una vecina hace años. Anda, ayúdame a hacer la cama antes de irte.

Los sábados en el cine Delicias, si la platea está a tope y toca sentarse detrás de la columna, puedes acabar con tortícolis o con la cabeza apoyada en el hombro del vecino de butaca. No hay mal que por bien no venga, pensaría Paulino Bardolet, que alguna vez se había excusado en el estorbo de esa columna para arrimarse al acompañante. Pero con David no le vale el truco, pues David prefiere sentarse en las primeras filas y cerca de los urinarios.

Sabu es un embusterillo listísimo de piel cobriza, el technicolor es de ensueño y los labios rojos de la princesa, para comérselos. A su debido tiempo habría yo de enterarme de todo eso.

¿Quién sois vos?, dice la princesa en su jardín, y Paulino mueve los labios uniendo puntualmente su voz a la suya, calcando sus mismas palabras en la pantalla con la vocecita estrangulada:

Vuestro esclavo, dice el príncipe escapado de su reflejo en el lago.

¿De dónde habéis venido?

Del otro lado del tiempo, para encontraros.

¿Desde cuándo me buscáis?, susurran la princesa y Paulino al unísono.

Desde el principio de los tiempos.

Y ahora que me habéis encontrado, ¿hasta cuándo pensáis quedaros?

Hasta el fin del tiempo. Para mí ya no puede haber en el mundo más belleza que la vuestra.

– Qué emocionante, ¿verdad, David?

– Chorradas.

– ¿Te aburre la peli? ¿Qué te juegas que adivino lo que llevas en los bolsillos tocando sólo por encima del pantalón? -susurra Paulino mientras desliza la mano en la sombra.

– Ahora no, Pauli. Me silban los oídos.

– Venga, hombre.

Un débil gemido escapa de sus labios inflados. No es la primera vez que se presenta en el Delicias en ese estado, con la mirada bizca trabada en un espanto y un hilo de sangre saliendo de su nariz, deslizándose sobre el labio superior hasta alcanzar la comisura y meterse en la boca. Más adelante, mediada la película, el arrogante Conrad Veidt también sabe apreciar la belleza de la princesa con su mirada de hielo azul y con palabras emocionadas que, ahora sí, paralizan a David.

…sus ojos son ojos babilónicos, sus cejas rivalizan con la luna brillante del Ramadán, su cuerpo es recto y erguido como la letra A… Se pierde el resto porque Paulino tose tres veces y escupe en el pañuelo. Su respiración suena como un fuelle. David se sacude la cabeza febril y pelona apoyada en su hombro y le suelta un codazo en las costillas.

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