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– Llegas tarde, chaval -dice David.

– Mi tío no me dejaba salir.

– ¿Otra vez afeitando al ex legionario?

– Sí, ahora también cada jueves.

– ¿Y siempre para lo mismo, para que hagas de criadita de la casa y le limpies el correaje y el salacot y el uniforme?

– ¡Qué remedio! -lloriquea Paulino.

– Toma del frasco, carrasco. Y luego le tienes que enjabonar la jeta de gorila y afeitarle… Y encima estarle agradecido. ¡Vas bien, nano! ¿Dices que se deja para que aprendas a manejar la navaja? ¡Y un huevo! Yo que tú le endilgaba un buen tajo en la yugular, y hala, a sangrar como un cerdo. Eso haría yo.

– También me deja desmontar y limpiar su pistola y tenerla un rato. Es una Star auténtica… Bueno, podrían encender las luces, por lo menos

– añade Paulino removiéndose en la sombra, y en este momento se reanuda la proyección y David le dice cállate, déjame ver la peli, y le clava el codo en el costado-. Ahí no, por favor, creo que tengo una costilla rota. ¡Ay ay cómo duele!

– Tienes mucho cuento, Pauli.

Pero al rato percibe a su lado la ansiedad de las aletas de la nariz, la resonancia gangosa de la respiración y el fluido rencoroso de los pómulos machacados y del labio tumefacto, y presiente, más que verlo, porque no se atreve a mirarle todavía, la ceja partida y el párpado hinchado tapándole el ojo casi por entero. Ahora la pantalla repele un resplandor plateado casi cegador, que proviene de la vasta llanura entre las colinas de Balaklava, y el galope de los lanceros del Vigesimoséptimo se expande por la platea casi vacía. Los seiscientos cabalgan por el Valle de la Muerte. Paulino se encoge en la butaca y se anticipa a la mirada escrutadora de David y a sus reproches, musitando:

– Ya no me duele. No te burles más.

David busca en la sombra la mano del amigo, la que antes había esquivado, y permanece un rato en silencio. El capitán Vickers cabalga al frente de sus lanceros hacia las colinas de Balaklava. Media legua…

– Vamos ahora mismo a tu casa a hablar con tu padre.

– ¡Ni se te ocurra! -dice Paulino-. El tío Ramón me mataría.

– Entonces mátalo tú, al hijoputa. Clávale la navaja en el pecho y escapa a la Montaña Pelada. ¡Traspásalo con una lanza, como a ese canalla de Surat Khan!

Media legua, media legua, media legua. Por el Valle de la Muerte cabalgan los seiscientos.

– Qué peli más buena, ¿verdad, David?

– ¡Mátalo! ¡Mátalo!

EL SPITFIRE EN LLAMAS

Sin descomponer la mueca ligeramente burlona de sus labios, el teniente Bryan O'Flynn descuelga las manos de la cintura, salta ágilmente la alambrada de espinos y se sienta al pie del camastro de David cruzando las piernas con lentitud y elegancia. El cinturón amarillo del paracaídas aún le ciñe el muslo izquierdo.

Si no me hubiese arrancado los guantes tan deprisa y de manera tan atolondrada, se lamenta mirándose ios dedos renegridos, no me habría despellejado las manos.

No parece afectarle el calor de esta noche de agosto, no se quita la cazadora ni las gafas de la frente ni la boquilla de los labios. Sus pantalones lucen un desgarrón y desprenden un agradable olor a aceite. Visto de cerca, su aspecto es distinguido. Tras él, entre los restos de la carlinga, algo en el panel de instrumentos del Spitfire todavía ronronea.

Yo también tengo las uñas de color marrón, dice David solidariamente.

No es lo mismo. Tú no sabes cómo las gasta la Luftwaffe, muchacho.

Y mi padre también tiene un roto en el pantalón.

Que no es lo mismo, chico. Que no.

También él tuvo que escapar, insiste David. Como usted. ¿Escapó usted de los alemanes así, como acaba de hacer ahora, saltando la alambrada y echando a caminar tranquilamente por los campos arrasados de Francia?

Well, lo mío fue algo más complicado. Tu padre te contará. Él me puso en el camino de regreso a Biggin Hill, mi base de operaciones. Pero no creas que hizo gran cosa más, aparte de provocar en tu pobre madre cierta mala conciencia… Pregúntale.

Mi padre se fue de casa hace tiempo.

¿Ah sí? El teniente O'Flynn se sube un poco las gafas sobre la frente y añade: Un culo de mal asiento, tu querido papá. Well, entonces tendrás que decidir tú solito quién es aquí the hero y quién the villain, muchacho.

La policía lo anda buscando, masculla David, y su mirada soñolienta se prende de la cazadora que ciñe el torso esbelto. Percibe o sueña otro olor más dulzón, a cuero quemado o a bellotas asadas. La mano izquierda de O'Flynn aprieta los guantes que todavía exhalan un ligero vaho.

¿Por qué lleva usted pintada a babor esa inscripción, The invisible worm?, quiere saber David. ¿La llevan todos los Spitfire de su escuadrilla? El teniente O'Flynn se mira las manos abrasadas y no responde. David apoya el codo en la almohada y la mejilla en la palma de la mano, escrutando el silencio y la felina gestualidad del piloto con los ojos entrecerrados. ¿Por qué no saltó en paracaídas, teniente?

Creí que podría aterrizar. Y casi lo consigo.

¿Qué pasó?

En realidad no me derribaron. Siento decepcionarte, pero no hubo ninguna caída en barrena, ninguna espiral de la muerte. Tomé tierra en condiciones muy precarias, y el avión capotó.

El otro día, recuerda David al cabo de un rato, mi madre se sentó en mi cama, donde ahora se sienta usted, y se quedó mirándolo mucho rato. Me di cuenta.

Estaba mirándole a usted así como muy recogida, como si rezara…

Well, digamos que hacía algo más que eso, muchacho. ¿Qué quiere decir?

Ejem, well. El piloto recela y le dedica a David su famosa sonrisa ladeada. Right or wrong, it is my life. Ya debes saber que yo soy un héroe de la RAF.

Y qué. Mi padre también. David piensa un momento y opta por bajar el tono: Claro que si alguien le viera ahora…

Oh, yes, arrastrándose por ahí con esa herida tan fea en el culo, sin afeitar y descalzo y empinando el codo, vaya, la verdad, no da el tipo. Saldrá de ésta.

Oh, sure, es un hombre de recursos. Pero no comparemos, ¿eh? Yo soy un as de la aviación. Al menos eso es lo que dicen… ¿No me crees? En la Batalla de Inglaterra llegué a enfrentarme al mismísimo Werner Mólders, el as de la Luftwaffe. ¿No me crees?

A David, lo que más le llama la atención del piloto es que habla como si le importara muy poco estar o no estar en posesión de la verdad. Chispa también, se ha despertado o sueña que se ha despertado, echado junto a la pared, debajo de la oreja del doctor P. J. Rosón-Ansio, y ahora se acerca renqueante a husmear los pantalones del piloto chamuscados y sucios de grasa. O'Flynn le acaricia la cabeza.

Es mi perro, dice David. ¿Le gusta?

Oh, no, por favor, no preguntes si me gusta este dog. Lo que más deseo en la vida, fíjate, no es reunirme otra vez con mi escuadrilla y pilotar, sino volver a mi casa de Chelsea y encontrarme un perrito como éste que me espera.

¿Le gustaría llevarse a Chispa?

Oh, please, no hablemos más de eso. Mira, tengo el cuerpo molido por el batacazo, las manos desolladas y muy pocas ganas de hablar, no estoy in the mood, ¿entiendes?, así que me vas a permitir ahora que me ocupe un poco de mi avión, o de lo que queda de él.

Es un Spitfire MK IX, ensaliva David las palabras dormidas en su paladar y las escupe suavemente por un lado de la boca. Spitfire significa escupefuego. Motor Rolls Royce Marlin 61 de 12 cilindros, cuatro ametralladoras Browning 7,7 milímetros, 350 disparos cada una, dos cañones Hispano 20 milímetros, hélice cuatripala Rotol, parabrisas blindado y cubierta deslizante.

Ahora no es más que un montón de chatarra, ya ves, dice el teniente. Y con una sonrisa desmesurada, que se le sale de la cara, añade: Well, it is my life. Supongo que eso fue lo que impresionó a tu madre…

No era solamente eso. Tiene que contármelo usted.

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