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Pero aun cuando parece hacer incursión en la novela decimonónica, lo que cuenta para Calvino es el diseño geométrico, el juego combinatorio, una estructura de simetrías y oposiciones, un tablero de ajedrez en el que las casillas blancas y negras intercambian sus lugares según un mecanismo sencillísimo: como ponerse o quitarse las gafas en «La aventura de un miope».2

¿Hemos de concluir que, si el cuento era para el escritor decimonónico una «tajada de vida», para el escritor de hoy es ante todo un página escrita, un mundo en el que actúan fuerzas de un orden autónomo? (¿Un mundo que el héroe de «La aventura de un lector» puede considerar más verdadero que aquel que se le ofrece en la experiencia empírica de un encuentro amoroso a orillas del mar?) Digamos más bien que al construir un cuento (es decir, al establecer un modelo de relaciones entre funciones narrativas), el escritor pone de manifiesto el procedimiento lógico que sirve a los hombres para establecer también relaciones entre hechos de la experiencia.3

Cierran el volumen dos textos más largos, que en / racconti figuraban en la última parte, titulada «La vida difícil». Son dos relatos muy distintos y pertenecen a momentos distintos de la producción del autor: el primero, «La hormiga argentina» (publicado por primera vez en 1952 en una refinada revista de literatura internacional, Botteghe Oscure, n.° X), se desarrolla en la Riviera di Ponente, un paisaje que sirve de fondo a muchas de las primeras (y no sólo de las primeras) narraciones del autor y se puede vincular con esa «icasticidad figurativa de puro gusto gótico» en la representación del «espanto zoológico o botánico» de que habla Emilio Cecchi a propósito del joven Calvino; el segundo, «La nube de smog» (que apareció por primera vez en 1958 en la revista de Moravia Nuovi Argomenti), se desarrolla en una ciudad industrial indeterminada pero que por algunos detalles parece Turín, y se sitúa en esa especie de reconocimiento sociológico que muchos escritores italianos realizaban en aquellos años de transición a una nueva fase de desarrollo económico del país.

La afinidad que vincula dos cuentos tan diferentes reside en que ambos son meditaciones sobre el «mal de vivir» y sobre la actitud que se ha de adoptar para hacerle frente, trátese de una calamidad natural como en el primero: las minúsculas hormigas que infestan la Riviera, o una consecuencia de la civilización como en el segundo: el smog, la niebla brumosa y cargada de detritos químicos de las ciudades industriales.

En los dos cuentos, un protagonista que habla en primera persona pero no tiene voz ni rostro se mueve entre una multitud de personajes menores, cada uno de los cuales tiene su manera de oponerse a las hormigas y al smog. La condición de los dos protagonistas es diferente: uno es un proletario inmigrante, padre de familia; el otro es un intelectual desarraigado y soltero, pero los dos parecen poner su honor en rechazar cualquier evasión ilusoria o cualquier transposición ideal. En los modelos de comportamiento que los demás proponen, advierten continuamente la nota falsa, la negativa a mirar al enemigo a la cara.

El héroe de «La nube de smog», al parecer desde el fondo de una crisis depresiva cuyos orígenes desconocemos, se obstina en mirar, sin desviar nunca la vista, y si todavía espera algo, sólo espera de lo que ve: una imagen que pueda oponerse a otra, pero no está dicho que la encuentre. La lección de modesto estoicismo del héroe de «La hormiga argentina» no es diferente, aunque sí más dura y sin complacencias intelectuales; y similar es la catarsis provisional a través de las imágenes con que termina el cuento.

3. La crítica

Entre las críticas aparecidas cuando se publicó el libro de Calvino titulado / racconti (1958), escogemos cuatro (dos positivas y dos negativas) que se refieren de manera más directa a los textos incluidos en esta edición,4 cada una de las cuales propone una sola definición global del escritor. Los cuatro críticos son Pietro Citati, Elémire Zoila, Renato Barilli y François Wahl.5 A partir de planteamientos diferentes llegan a conclusiones también diferentes y su confrontación tendrá el valor de debate sobre el libro.6

Pietro Citati (que desde sus comienzos como crítico ha seguido la labor de Calvino, trazando del escritor el retrato más incisivo, móvil y rico de matices) alaba sobre todo los primeros cuentos («Un pomeriggio, Adamo»; «Un bastimento carico di granchi» «Ultimo viene il corvo») por «la exactitud, la crueldad, la rapidez inventiva del signo» y explica cómo Calvino es al mismo tiempo, necesariamente, «racionalista» y «fabulista».

«No es de sorprender, pues, que Calvino se haya dedicado al mundo de la fábula: El vizconde demediado, El barón rampante, la transcripción del grueso volumen de los Cuentos populares italianos. El ambiente más propicio al espíritu de lo fabuloso es en realidad, justamente, el de la razón límpida y precisa. Lo que el racionalista detesta es sobre todo el mezquino y repetido absurdo cotidiano: el absurdo continuo de los hechos y de los movimientos del corazón. Pero el absurdo puro, explicado, de los cuentos fantásticos no puede ser dominado por una racionalidad absoluta, ¿incluso al revés? La fantasía de los cuentos fantásticos desciende mucho más del esprit de géométrie que del esprit de finesse. Y sólo un racionalista, quizá, pueda soñar (como sueñan todos los Perrault) con construir un cuento hecho de puro ritmo: signos, indicaciones, correspondencias impecables […].

»A un racionalista la realidad no le ofrece resistencias: puede estilizarla, deformarla en pocos trazos, como sabe hacerlo perfectamente Calvino. Más resistencia le opondría en cambio la psicología: aun en las grandes operaciones intelectuales de los moralistas franceses queda en realidad un residuo, una pureza del corazón ineliminable. Obediente a la ley de los contrarios, he aquí que Calvino se entrega a verdaderas orgías de psicología. Es curioso ver con qué inconsciente coherencia, en las Aventuras pero especialmente en "La hormiga argentina", en "La especulación inmobiliaria" y en "La nube de smog" (los tres cuentos más importantes del libro), Calvino se mueve en un terreno como el del corazón humano, que debe repugnarle profundamente. También es esto, desde luego, psicología. Pero es una psicología abstracta, un puro instrumento analítico que no coincide nunca verdaderamente con las vicisitudes individuales, y por lo tanto puede adoptar movimientos de pura, esquemática aventura intelectual. En este sentido Calvino tiende -a veces- a cargar las tintas. Su abundancia lo traiciona. Y no es de sorprenderse. La precisión del escritor intelectual es siempre, en realidad, levemente apriorística: nace del movimiento de la imaginación más que de las necesidades internas de la materia. Su mundo parece no tener límites: espera solamente la provocación de una nueva réplica, de un nuevo hallazgo. Puede volverse aproximativo, impreciso. Es la venganza irónica que a veces se toma la realidad contra quien ha optado totalmente por la inteligencia y la precisión.»

Después de hablar de las diversas apariencias detrás de las cuales se ha ocultado Calvino, Citati observa cómo en «La nube de smog» el autor «se presenta y contempla, con evidente pasión de autocastigo, en la modesta figura de un mediocre empleado en torno al cual la vida asume inevitablemente los aspectos más deprimentes y más grises. Con la misma complacencia que lo había impulsado a pintarse elegante, inteligente, infalible, ahora acumula sobre su persona los despojos más informes […]. Esta encarnación humilde, mediocre, ¿será la última? Lo dudo. Los diversos rostros de Calvino han sido siempre tan variados como las figuras del caleidoscopio. En realidad, la imagen más completa que haya dado de sí mismo sigue siendo la de El barón rampante, donde Cosimo Piovasco de Rondó, por rebeldía contra su padre trepa a una encina y no vuelve a bajar a tierra, pasa toda su vida entre los árboles, juzga por cierto al mundo y a los hombres y ama y proyecta reformas, pero siempre sobrevolando del modo más extraordinario, más burlesco, sin jamás abandonarse ni revelarse del todo, siempre entre los árboles».

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