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Había conquistado así su lugar en la literatura italiana de los años cincuenta, en una atmósfera muy diferente de la de los últimos años cuarenta a los que, sin embargo, seguía sintiéndose idealmente vinculado. En los años cincuenta, Roma era la capital literaria de Italia, y Calvino, aunque siguiera siendo declaradamnente «turinés», pasaba en Roma gran parte de su tiempo.

En aquellos años Giulio Einaudi le encargó el volumen de los cuentos populares italianos, que Calvino seleccionó y tradujo a partir de los repertorios folclóricos del siglo XIX, publicados e inéditos. Trabajo erudito también (en la búsqueda, la introducción y las notas) que volvió a despertar en él la pasión por la novelística comparada, territorio de confín entre las mitologías primitivas, la épica popular medieval, la filología decimonónica.

Otro de sus constantes polos de interés: el siglo XVIII. La cultura iluminista y jacobina era ya el caballo de batalla de los historiadores con quienes convivía Calvino en sus tareas editoriales diarias: desde Franco Venturi hasta los más jóvenes y el maestro de todos ellos, Cantimori; además, dados sus antecedentes personales como descendiente de francmasones, encontraba en el mundo ideológico del siglo XVIII un aire de familia. Es natural pues que la novela (o parodia de novela) más vasta que Calvino haya escrito sea una transfiguración de mitos personales y contemporáneos en alegorías dieciochescas (El barón rampante, 1957), donde el autor parece proponer también (en caricatura pero sin dejar de creer en él) un modelo de comportamiento intelectual en relación con el compromiso político.

Entretanto, maduraban los tiempos de las grandes discusiones políticas que sacudirían el aparente monolitismo del mundo comunista. En 1954-1955, en un clima casi de tregua en las luchas entre tendencias de los intelectuales comunistas italianos, Calvino había colaborado asiduamente en el semanario romano Il contemporaneo de Salinari y Trombadori. En el mismo periodo contaron mucho para él las discusiones con los hegeliano-marxistas milaneses, Cesare Cases y sobre todo Renato Solmi, y, detrás de ellos, Franco Fortini, que había sido y sería el implacable interlocutor antitético de Calvino. Empeñado en 1956 en las batallas internas del Partido Comunista, Calvino (que colaboraba, entre otras, en la pequeña revista romana Città Aperta) presentó su renuncia al Partido en 1957. Durante un tiempo (1958?59) participó en el debate a favor de una nueva izquierda socialista y colaboró en la revista de Antonio Giolitti Passato e Presente y en el semanario Italia Domani.

En 1959 Vittorini inició la publicación de una serie de cuadernos de textos y de crítica (ll Menabò) para renovar el clima literario italiano, y quiso que el nombre de Calvino apareciese junto al suyo como codirector. En Il Menabò publicó algunos ensayos donde trató de hacer un balance de la situación internacional de la literatura: «Il mare dell'oggettivitá», (Il Menabò 2, 1959), «La sfida al laberinto» (Il Menabò 5, 1962) y también de trazar un mapa ideológico general: «L'antitesi operaia» (Il Menabò 7, 1964). Pero se diría que la preocupación por tener en cuenta todos los componentes históricos e ideológicos de cada fenómeno llevó a Calvino a un callejón sin salida: y tal vez por eso van disminuyendo cada vez más sus incursiones en el ensayo, sus tomas de posición críticas y en general sus colaboraciones en diarios y revistas.

En los últimos años pasa largas ternporadas en el extranjero (ya en 1959-60 había vivido seis meses en Nueva York y en Estados Unidos). En 1964 se casa; su mujer es argentina, de origen ruso, traductora del inglés, y vive en París. En 1965 tiene una hija.

Sus libros más recientes atestiguan un retorno a una de sus pasiones juveniles: las teorías astronómicas y cosmológicas que utiliza para elaborar un repertorio de modernos «mitos de origen», como los de las tribus primitivas. Es significativo en este sentido el homenaje que rinde a un escritor paradójicamente enciclopédico como Raymond Queneau, traduciendo su novela Les fleurs bleues. Animado por el mismo espíritu y apoyándose en los recientes estudios rusos y franceses sobre «semiología del cuento», proyecta, mediante una baraja de tarots, un sistema combinatorio de las historias y de los destinos humanos. En el centro de todos estos intereses (y como prolongación ideal del siglo XVIII de El barón rampante) está la obra del utopista Fourier, de quien Calvino prepara una amplia selección de textos.

Obras principales: El sendero de los nidos de araña (1947); El último es el cuervo (1949); El vizconde demediado (1951); L’entrata in guerra (1954); El barón rampante (1957); La especulación inmobiliaria (1957); I racconti (1958); El caballero inexistente (1959); La jornada de un interventor electoral (1963); Marcovaldo (1963); Las Cosmicómicas (1965); Tiempo cero (1967). [1]

2. La obra

Los amores difíciles es el título bajo el cual el autor ha reunido (por primera vez en 1958 en el volumen titulado I raconti) esta serie de cuentos. Definición sin duda irónica, porque, cuando de amor -o de amores- se trata, las dificultades son muy relativas. O por lo menos en la base de muchas de estas historias lo que hay es una dificultad de comunicación, una sola de silencio en el fondo de las relaciones humanas; en la muda maniobra que un soldado emprende en un tren con una impasible matrona, las sucesivas e inesperadas etapas de una seducción parecen por momentos victorias gigantescas e irreversibles, por momentos ilusiones no confirmadas; a la mañana siguiente de una imprevista aventura amorosa, un hombre regresa con su secreto a la grisalla de su vida de empleado y mientras trata de poner su felicidad en las palabras y los gestos cotidianos siente que toda experiencia indecible se pierde en seguida.

En 1964 estos cuentos aparecieron traducidos al francés en un volumen titulado Aventures. También esta definición de «aventura» recurrente en los títulos de cada texto es irónica: si bien se ajusta a los primeros de la serie (incluida la desventura de la señora que pierde el traje de baño mientras nada frente a una playa populosa, en uno de los cuentos de factura más elaborada, que fue definido como un «estudio de desnudo pequeño burgués»), en la mayor parte de los casos alude solamente a un movimiento interno, a la historia de un estado de ánimo, a un itinerario hacia el silencio.

Es preciso decir que para Calvino este núcleo de silencio no es solamente un pasivo imposible de eliminar en toda relación humana: encierra también un valor precioso, absoluto. «Y en el corazón de ese sol había silencio», se dice en «La aventura de un poeta», un relato en el que la escritura es enrarecida, lacónica, pausada cuando evoca imágenes de belleza y felicidad, pero apenas tiene que expresar la dureza de la vida se vuelve minuciosa, copiosa, apretada.

Si en su mayoría estos relatos cuentan cómo no se encuentra una pareja, parece que en ese desencuentro el autor ve no sólo un motivo de desesperación, sino también un elemento fundamental -cuando no directamente la esencia misma- de la relación amorosa: al término de un viaje para reunirse con su amante, un hombre comprende que la verdadera noche de amor es la que ha pasado corriendo hacia ella en un incómodo compartimiento de segunda clase. Y no por azar uno de los pocos relatos matrimoniales habla de una pareja de obreros en la que él trabaja en el turno de noche, y ella en el de día. Quizás el título que mejor podría definir lo que estos cuentos tienen en común sería Amor y ausencia.

Todos estos cuentos -o casi todos- son de los «años cincuenta», no sólo por la fecha en que fueron escritos, sino también porque corresponden al clima dominante en la literatura italiana entre 1950 y 1960, años en los que muchos novelistas y poetas intentan recuperar formas de expresión decimonónicas1. Calvino pertenece todavía a las generaciones que han tenido tiempo de incluir en sus lecturas juveniles todo Maupassant y todo Chejov: en este ideal de perfección de la composición narrativa «menor», unido a un ideal de humour como ironía hacia sí mismo (en lo cual Svevo tal vez tiene también algo que ver) reside la poética de Los amores difíciles.

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[1] Las obras de Italo Calvino publicadas después de 1970 -fecha de redacción de esta nota introductoria- son las siguientes: Las ciudades invisibles (1972); El castillo de los destinos cruzados (1973); Si una noche de invierno un viajero (1979); Punto y aparte (1980); Palomar (1983); Colección de arena (1984); Bajo el sol jaguar (1986); Seis propuestas para el próximo milenio (1988).

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