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Así las cosas, bendito sea el bienamado arribo de la credibilidad electoral. Ya el futuro dirá qué tantas luces, progreso, honradez y buen juicio nos trae, por lo pronto ilumina nuestras emociones y con eso parece que nos bastará por un tiempo.

Sin embargo, hay a quienes les sucede con toda esta situación lo que a mi hijo Mateo con Venecia. Creen que es un examen copiado con errores a propósito, y desconfían del éxtasis en que están quienes desde la punta del Rialto electoral idolatran las bellezas de la alternancia con la misma entrega arrebatada que otros ponemos en contemplar los brillos del sol entibiando las aguas del Gran Canal.

Salve a la gran Venecia. Salve a nuestra señora de la democracia. Pero benditos sean también quienes siembran la duda en mitad de nuestros sueños y nos llaman a recordar que la hermosa vida no culmina ni en una ni en la otra.

LAS MIL MARAVILLAS

Amanezco a un día de sol y cielo claro en la ciudad de México. Hay pájaros haciendo escándalo en el árbol frente a mi ventana, el café huele a promesas, los adolescentes duermen como los benditos que son y a la casa la conmueve un sosiego de sueños. Entonces, el historiador que no se pierde una mañana de periódicos ni aunque le robe toda la paz del mundo, y que entre otras cosas por eso tiene mi admiración rendida, trae a nuestra mesa el informe del World Economic Forum sobre el estado de la seguridad, la violencia, la evasión fiscal y el crimen organizado, entre las cincuenta y nueve economías más grandes del mundo. ¿Y qué me dice? En seguridad, México ocupa el lugar cincuenta y ocho, está después de Rusia, Venezuela y Colombia, sólo antes de Sudáfrica. Es para erizarse. Y en crimen organizado ocupa el lugar cincuenta y cinco. Sólo hay cuatro países de esos cincuenta y nueve en los que el crimen está mejor organizado que en México.

Tiemblo, bebo el café con sus promesas. Las cumple con un sabor intenso y convoca un ánimo contradictorio: esta casa, en mitad de un país con ese riesgo, tiene una estirpe de milagro, como dice el poeta que es la estirpe de todo privilegio. Tiemblo. Yo que había amanecido en el ánimo de citar a Bioy Casares y emprender un texto sobre la necesidad de acudir al recuento de aquello que nos maravilla. Yo que no quiero contar los desfalcos del mundo, porque ya están demasiado contados, los traigo hasta ustedes porque todo miedo disminuye en buena compañía. Así las cosas, no voy a negarles el recuerdo de Bioy Casares diciendo: "Mientras recorre la vida, el hombre anhela cosas maravillosas y cuando las cree a su alcance trata de obtenerlas. Ese impulso y el de seguir viviendo se parecen mucho" Sigamos pues, con la vida.

Ya se sabe que el mundo nuestro abunda en horrores, pero también es cierto que si seguimos vivos es porque sabemos que no le faltan maravillas, y que muchas de ellas está en nosotros tratar de alcanzarlas. Me lo digo aunque suene inocente y parezca que lo único que me importa es negar el espanto. Me lo digo, porque creo de verdad que el impulso que nos mueve a vivir está en esa búsqueda con mucha más intensidad que en el miedo. Hagamos entonces, para nuestro privadísimo remanso, el recuento de algunas maravillas. Cada quien las que primero invoque, yo por ejemplo: el aire tibio de una noche en el Caribe, las estrellas indómitas de entonces. La cara de mi hijo metiendo una mesa de billar en el comedor de nuestra casa, el ruido de las bolas chocando abajo mientras yo trato de leer arriba y oigo a mi abuelo como una aparición. Mi abuelo que jugaba al billar frente a mis ojos de niña y cuyo juego aún palpita en mis oídos como si apenas ayer. Mi abuelo contándome los huesos de la espalda, apoyado en el taco de billar, sonriendo como si adivinara. Qué maravilla era mi abuelo maravillado: frente al tocadiscos de alta fidelidad, frente al box y los toreros, frente al orden implacable que rige el ir y venir de las hormigas, bajo la luz de la tierra caliente cosechando melones, abrazado a la inmensidad inaudita de un trozo de firmamento impreso en el National Geografic Magazine. "¿Te fijas mi vida, si la tierra es un puntito en mitad de estos puntos, qué seremos nosotros?"

Hay maravillas que uno recuerda y maravillas que uno anhela, hay maravillas que uno descubre como tales en el momento mismo en que le llegan: en Venecia, juro que vimos la luna salir anaranjada contra un cielo lila. Y que en ese mismo instante le agradecimos al destino la luz de este siglo y los ojos en que guardamos la virtud extravagante de tal espectáculo.

Hay maravillas que pueden conseguirse todos los días, pero que necesitan precisión: cualquier párrafo de Gabriel García Márquez, el sabor aterciopelado del café cuando no hierve, una flauta de Mozart sonando en el coche mientras afuera ruge el tránsito más fiero, una aspirina a tiempo, un beso a destiempo.

Hay maravillas que no se pueden siempre: una copa de oporto a cualquier hora, una caricia a deshoras, una buena película traída por azar del videoclub, una ola de Cancún en mitad de la tarde aburrida. Pero hay maravillas que se pueden siempre: tres inclementes frases de Jane Austen, otro párrafo cualquiera de Gabriel García Márquez, un enigma de Borges, un juego de Cortázar, una vertiginosa página de Stendhal.

Hay maravillas inolvidables: Catalina mi hija vestida de ángel con unas alas de plumas y una aureola de alambre. Y maravillas inesperadas: la voz de mi madre suave y tímida saliendo por primera vez de su contestadora.

Hay maravillas que nos estremecen: la libertad de los veinte años, la audacia de los treinta, el desafuero de los cuarenta, las ganas de sobrevivir a los ochenta. Y maravillas que añoramos: Dios y el arco iris.

Hay maravillas que nunca alcanzaremos, ilusiones, pero ésas dice Bioy que no cabe ignorarlas. El puro anhelo de alcanzarlas es ya una maravilla. Está entre ellas mi casa en el mar. Es una casa sobre la playa blanca, una casa breve y llena de luz a la que el azul del agua, impávida o alerta, le entra por todas las ventanas. Una casa que me deja salir en las noches a sentarme en la arena que la rodea y adivinar las estrellas y oír el ruido del agua yendo y viniendo. No existe, quiero decir no es mía, pero eso es lo de menos, tal vez imaginarla es aún mejor que andar pensando en cómo sacarle los insectos, barrerla cuando estoy lejos, tener quien me la cuide, amueblarla y decidir a quiénes puedo invitar y a quiénes no. Así mejor, imaginaria y prodigiosa.

Uno tiene maravillas secretas y maravillas públicas. Las secretas dejémoslas así, que quizás también en su secreto está su maravilla; entre las públicas, tengo la vocación con que vi a mi hermana y a mi madre convertir un basurero enlodado en un parque con flores y laguna. Tengo el fuego en las noches de Navidad, y los ojos de todas mis amigas.

Hay maravillas escuchadas: están las dos Camín contando un diluvio en Chetumal, el tío Aurelio evocando a su madre detenida junto a un tren, mi hijo y sus amigos describiendo a las cuatro mujeres que los besaron en una disco, mi padre silbando al volver del trabajo. Y maravillas que nunca he visto: el río Nilo, Holbox.

Hay maravillas que aún espero, y maravillas que no siempre valoro.

Volviendo a esta mañana, he de decir que el país en que vivo y la casa y las cosas que protege, a pesar de todos sus peligros, es también, con todo y su estadística en contra, una maravilla.

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