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No pueden sentarse desnudos y abrazados, el niño les molesta. Este niño vive en el delirio. No tiene secretos para sus padres, mientras gorgotea con la leche tras los dientes de leche que le quedan. Esta arquitectura con la que está sujeto a los padres es una fuerte vinculación. En realidad, el niño no sólo molesta cuando agarra el arco del violín. Molesta siempre. Tal exceso (los niños) lo provocan sólo las relaciones poco pensadas, que traen a casa su propia perturbación, para que empiece a brillar clara y estúpida como una lamparilla desde su lenguaje inhábil, en lugar de que todos puedan cohabitar juntos en todos los posibles agujeros de sus viviendas. El padre querría por fin arrancar las telas a su mujer y descender impetuoso por su colina, pero no, el niño atraviesa la habitación como un día festivo, su cuerno resuena por la casa, en la que todo invita al amor, sobre todo la expresa construcción del padre que, como el gran sofá del salón, es magníficamente adecuada para el amor. Cuan hermosos florecen en los caminos estos viajantes del sexo, estas cuidadas plantitas, ¡por favor no las arranque, ya arrancan ellas solas! ¡Escóndete en el bosque, pero no les pises los pies, pueden ser locamente venenosas en medio de todo ese verdor!

En la cocina, el padre echa un par de pastillas en el zumo de su hijo, para hacer callar de una vez a esa máquina siempre en servicio. Al hijo el zumo no le hará mucho, pero el padre, oh, cuando se haga el silencio saltará desde su traje dentro de la madre, dando zancadas por el camino largamente allanado. Dios envía a sus caminantes por montañas y valles hasta que al fin se aniquilan mutuamente y pueden seguir viaje con los niños con tarifa para grupos. Al entrar en escena cantan y se arremangan, presumiendo lo que van a hacer, al abandonar el órgano dejan tras de sí su montón de estiércol. Así rezan las normas de las áreas de descanso de nuestra vida, con ellas el paisaje queda libre en el valle. El padre descenderá por el sendero que por amor a nosotros baja de la montaña, y enseguida irá a refrescarse a la lechería de la madre, donde puede beber directamente del chorro. Una versión especial a medida no la hay ni para un director. Estos pezones están bien cubiertos por el tiempo, pero pegan de maravilla con su vida cotidiana. Por fin el niño va a hundirse en el sueño en esta casa, después de que pretendía tocar un poquito el violín. Ahora, ¡fuera este personaje! Nos vamos a la cama. Una pena nocturna más para la madre, que ya no percibe con claridad a su hijo, al que tiene ante sus ojos. ¡Cuántas fotos como ésta han sido destruidas! El niño ríe y grita y arma un poco de jaleo, hasta que la última pastilla pasa a su sangre. Sí, este hijo parlotea como si quisiera revolcarse en la luz de proscenio del atardecer, en la salsa de su riqueza. Tampoco los mayores ni los más fuertes se atreven, testarudos, a mostrar sus cosas ante él. En sus casas hay jaulas, muy pegadas, en las que también comen las personas. La madre busca evitar el comercio con el sexo del padre, esa devastación con la que él hizo su obra en ella con los recursos de la Santa Alianza. Sí, quiere vivir, pero no ser visitada.

¿Qué no haríamos para desviar la imparable cháchara del niño a una cuenta de escape, donde también nosotros pudiéramos depositarnos por fin y, como el dinero, crecer durante el sueño? Es como si esta botella se hubiera descorchado definitivamente. Sus recuerdos son más hábiles que los caminantes, sus extractos de cuenta hablan claramente de una montaña de intereses y unos tipos heridos de interés. El hijo debe dormir y amojamarse, por mí hoy le podemos ahorrar el baño. Bueno, por fin, ¿no lo decía yo?, por fin ha dejado de hablar y se recuesta en el sillón. Antes, con cada palabra, afirmaba con descaro sus conocimientos, ahora ya lo cubren el aire y el tiempo, como si nunca hubiera existido. Todo -nada es en vano- desemboca en un hilo de bebida en sus labios, en su mandíbula infantil, donde ha florecido su sonrisa. El niño, ya que por fin hay calma, es abrazado y besado, inarticuladamente, por la madre. Hasta mañana habrá silencio. Lo principal es que el niño ha sido quitado de en medio. Nos había cercado en toda regla, este niño. Tenemos que tapar todas las aberturas, pegarnos a nuestra actual situación, el amor. El cuarto del niño está construido en paredes rústicas, pesadamente cargadas de objetos, el padre lo sube en brazos y lo deja caer sobre el colchón como a un blando almohadón. Lo que se queda quieto, muerde el polvo. El niño duerme ya, demasiado cansado como para que de su pico salten más chispas hoy. Los mayores explotan su parentesco y echan mano a sus branquias para demostrar que la edad no puede con ellos. No están inhibidos, y gustan de cosechar, ya no tienen nada que perder. Como en el cielo los insectos, el padre se lanzará en seguida en picado y libará la hierba recién cortada. En menos de cinco minutos ha ensartado a la madre por el vientre, un milagro teniendo en cuenta su tosca figura. ¡Señores míos, ya han salpicado bastante con sus mangueras! ¡Ahora saquen el gigante blanco, y de rodillas, por la noche, en el puerto de la casa, úsenlo! Los hombres: les han sacado los ojos, y ahora quieren pinchar a alguien todo el tiempo.

Este niño es tan pequeño, y ya brilla por entero (está entero). Delicadamente, la madre se tiende como un aditamento en su cama, ¿va a garantizar una noche de amor? No, pronto se extinguirá bajo los firmes músculos de su marido, que quiere desnatarse. El niño duerme ya profundamente. La madre se agota en insensatos besos, que extiende sobre la colcha. Frota la fláccida masa de su hijo. ¿Cómo es que ha dejado de crecer por hoy? No es natural que su espíritu se haya evadido tan rápido. Conoce bien al niño. ¿Qué grifo ha cerrado el padre? Pero hace mucho que éste se encuentra ya en su cuarto de hobbys, y se bombea jugo dentro del émbolo, hasta poder llenarse por entero. Ha envenenado de sueño el zumo del niño para que pueda habitar la tranquilizadora noche, a salvo de sus héroes del deporte y de la química. Despertará para deslizarse sobre las colinas, pero de momento ha sido apartado del lado de la madre. Y la madre tiene que quedarse a su lado, porque no se sabe lo que vendrá después.

Gerti se mete bajo la colcha, deposita sus besos en la almohada, junto al niño. Hurga en las tripas de la colcha, ¿es que va comprendiendo poco a poco que está sin salvación unida al hombre por el talón? ¡Y ahora, en silencio, a la pista y a arrancar! Sólo esta vinculación la retiene en las montañas, hasta que se hunda en el desconsuelo. Ahora el padre está ya en su taller, cargando las baterías, no hay que despreciar nunca una buena botella. ¿Es éste un derecho que la Naturaleza, que nos lo ha dado, nos vuelve a quitar? Un poco después, estará en el baño y lo meará todo. De momento, la mujer ya sale corriendo de la casa, acurrucada dentro de su abrigo. Corre por el jardín, como el campesino que persigue viles roedores, hace quiebros sin ser consciente de ello, da rodeos. Mientras corre, ha sacado del bolso la llave del coche. ¿Cuándo empezará por fin el futuro? Ya está en el coche, cuya pesada trasera patinará si arranca de ese modo, para sacarlo tambaleándose a la carretera general. El vehículo en medio de la oscuridad asusta a las últimas almas perdidas que caminan vacilantes hacia su casa para responder a la ternura con brutalidad. Los faros no son encendidos, Gerti conduce como en sueños, porque los lugares soleados aún están lejos y todas las colinas son conocidas y quedan muy atrás. Sería mejor tratar a este personaje con un poco de delicadeza. Entretanto, el niño florece en su cama, y se deja ir en sus sueños. El director se exprime en su retrete. Oye el ruido del coche y corre a la terraza, todavía con el rabo en la mano, sujeto con tres dedos como mandan los cánones. ¿Adonde va la mujer, quiere ir en la realidad más allá que en sus pensamientos? y ustedes, señores, que se aferran a sus cabezas taladradas, ¿cómo pueden expresar su ansiedad? El director se sienta en su Mercedes. Los dos pesados vehículos se lanzan al paisaje, se persiguen por sus desfiladeros. Entretanto, los míseros propietarios colindantes a esta errática carretera de tres kilómetros se lanzan los unos sobre los otros en brazos del amor, los aparatos de los toscos empleados retumban un poco, y ya han terminado con los gestos del amor. ¡Sí, huéspedes del amor! No se sienten a gusto en casa ajena. Los dos coches se persiguen a toda velocidad. Trepan sobre pequeños taludes y vuelven a deslizarse por el otro lado. Estamos contentos de que los motores sean tan potentes bajo los capós y puedan perseguir como trineos a los jóvenes que vuelven de la discoteca, con sus peligrosos caballos de fuerza. Antes, el hombre no ha podido palpar siquiera los pezoncitos de la mujer. Corren. Hoy ya no crece nada en la Naturaleza, pero mañana tal vez llegue un nuevo envío de jugos. Hay nieve, pero de ese árbol volverá a colgar en un momento u otro un fruto cuyo valioso nombre desconozco.

El director ha reunido para vosotros todos sus productos naturales, y corre tras el contacto social de su mujer. TIENE que alcanzarla. A todo gas, ambos se precipitan por las carreteras. En breve, la residencia de vacaciones de Michael aparecerá al borde del camino, ¡oh, amantes que no habéis salido hoy a nuestro encuentro, qué suerte habéis tenido! En las ventanas iluminadas, un funcionario de la elegancia, anunciado en gran tamaño en la oscuridad. Los muchos puntos ajados del cuerpo humano, véalo usted mismo, pueden ser transformados, con ayuda de la industria y de las empresas extranjeras, en una colonia de vacaciones de muy buen aspecto, en la que podemos pasear con una correa nuestros múltiples intereses. Por delante van nuestros pesados bozales de acero. Sí, allá donde la marea del deseo cae sobre la pradera, los hombres crecen casi veinte centímetros por encima de sí mismos. Entonces, nos llevan por su estrecho sendero, y se dice de ellos que no cejan hasta que se les ha terminado la corriente, el combustible y el tiempo. Dentro, fuera, y descansan.

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