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La familia se sigue besando y pedorreando. Ha terminado la feliz espera, palabras satisfechas cruzan la sala. La voz brota del Señor de la casa, se convierte en una batalla que él gana. Le arrastra consigo, el cielo casi hubiera olvidado a sus trabajadores y empleados, engrasados por su jefe supremo y su sagrada Iglesia, y que tienen que permanecer, garbosos y estabulados, en sus establos, donde agitan sus cencerros y raspan sus correas. ¿Cómo? ¿Ni siquiera ese espacio les deja a salvo de sus pisadas?

La mujer sabe dónde le aprieta a su marido el zapato con el que va a pisotear su cerca. A veces apenas aguanta hasta la noche, y la llama a su sala de reuniones de la fábrica, donde esta ave de rapiña no se contiene más y desea percibir, iracundo, su propiedad. Echa mano al nublado del sexo, y éste crece como un incendio. Pronto el pequeño ganador será sacado de su habitación sobre las perneras de los pantalones, donde ha estado atisbando el panorama hasta que alguien le ha mostrado el abono de su viaje de ensueño, para caer en forma de lluvia de oro sobre el regazo. Alegría para su propietario, desde lejos sus perros ya sienten su olor, y se precipitan hacia él. Todos los días son una fiesta. ¿Nos hallará al menos el sueño hoy? Nos lo hemos merecido, manteniéndonos quietos sobre las cumbres, bajo nuestras capas de calor, para que no se nos caiga un esquí. ¡Piense usted en los muchos pliegues de las camisas de los hombres, de las que podrían sacar sus sagrados arroyuelos!

Y también en la elegante vestimenta de Gerti, por enésima vez en este día, se abren brechas. Los hombres y sus fuelles, con cuya ayuda quieren resonar fuerte; en cambio, en verano sopla una amable brisa, y en invierno tenemos que coger aliento. El niño apenas se da cuenta de que entre nosotros se pisa y se es pisado. ¿No se va haciendo ya la hora de cenar? ¿Tendrá el director que volver a soltar de sus garras un rato a su mujer? ¿Es que quiere que se serene por completo? Mudos, el animal y su ronzal se miran mutuamente. El director aún quiere más: mezclar el cuerpo de su mujer, en toda su deformidad, sobre la mesa de la cocina, para que se adapte a la pasta que, bien tapada, suba. Así consigue la familia su alimento, y la Tierra sus seres, así se despiden los invitados en los umbrales, aunque se les ha dado bien de comer. ¡Señores! También ustedes me son extraños, pero alardean de tal modo que las redes crujen. Los manteles caen sobre la mesa, la familia se sienta, los pesados trozos de pan, de grano claramente destacado, tosco y caro sobre los platos de borde dorado, todos se han sentado aquí para lo que el padre quiera. Primero untará bien a la mujer, y después, sonriendo todavía por el día transcurrido al fin y al cabo, se ha ganado el pan y lo da ahora a su familia, los pesados mazos caerán sobre la pelvis de sordo sonido de la mujer. ¡Me creo, pero no creo en mí! ¡Mantengamos a toda costa los días festivos, y hagamos que el coro de la fábrica nos afine los instrumentos! El niño debe vivir, así son las cosas. De golpe y sin previo aviso, como el sol que a veces clava sus rayos como un relámpago. Ahora, en lo alto de las cumbres, ya se está encendiendo para mañana, pero nosotros, nominados en la nómina de los tigres de papel, ya hemos tenido nuestro fuego chisporroteante, y mantuvimos nuestros cuerpos en él hasta que casi se hicieron luz y nada. Sólo le aconsejo una cosa: ¡Encárguese de tener bebidas, y ya no tendrá que preocuparse por nada!

Del exterior viene un eco que se va apagando, al fin y al cabo es tarde, y lo privado se protege para entretenerse a solas. Aquellas que tienen que encargarse de la comida y el entretenimiento, allá en las casitas sobre el susurrante arroyo, donde hacen ruido con los cacharros, aquellas a medio hacer, a medio educar: ¡Sí, nosotras, las mujeres!, también estamos entre nosotras (vaya un consuelo). Para hacer más de nuestros maridos, solamente podemos atiborrarlos. Ahora la familia deja sueltos a los animales, que en las tinieblas ya no pueden recelar de nosotros. ¡También en el pueblo todo el mundo se tapa los ojos, y usted puede echar un vistazo a sus papeles, si lo tiene a bien! Mañana todos vendrán a hacer papel con los árboles del entorno, como si fuera fiesta para ellos. Entretanto, el director les presiona incluso desde la alianza que ha sellado con ellos y con el sindicato. Sólo a quien cante bien le caerán bien las sumas en la bolsa. Las deformes salas de los mesones de la ciudad rugen en aplausos cuando aparecen en ellas, largamente puestos en el menú y mirando cordialmente los sonidos de su propia cosecha, como si quisieran devorarse los unos a los otros. Una y otra vez, una ración de hombre trepa sobre la mujer que le corresponde para agotarse seriamente. Así, cuelgan como los riscos de su estirpe y de los pechos de su esposa. Están acostumbrados. Son rozados por una mano acariciante que sale a veces de la oscuridad, fugaz como una rama cargada de fruta. ¡Si pudieran tumbarse vacíos sólo un instante más (entonces sentirían a veces esta corriente de aire)! ¡Nadie debe retirar enseguida las botellas vacías! Ahora las mujeres adulan con sus armas para que se les regale algo, un nuevo vestido para su insignificancia. Gustan por su capacidad para soportar, pero no gustan a muchos. Enseguida vendrá al mundo un gulasch quemado.

Estaremos en contacto.

Cuando la puerta ha girado sobre sus goznes, Gerti empieza a amansarse tras el castillo de sus cortinas. Pero ¿tiene por eso el director que hacerse manifiesto? El niño va corriendo del uno al otro, se da importancia. El padre quisiera olvidarse del niño, lo levanta por la tirilla de los pantalones y lo vuelve a dejar caer al suelo. Por fin de la garganta de la madre va a salir un vómito social. ¡Rápido, a meterse los dedos! Sólo el niño, representado por un muchacho, molesta aún, porque vierte verdades desde su laringe también presionada: Quiere que le regalen algo. ¿Siguiendo qué criterios se ha escogido a este niño? Los padres son extorsionados, y se sientan, mudos, en su hermoso salón. Las existencias de lenguaje infantil parecen inagotables, pero les falta variedad, sólo tratan de dinero y bienes. Este niño desea de forma creíble torbellinos enteros de aparatos, tátara tata. Su lenguaje tropieza en todos los huecos en los que mamá ha puesto figuritas de animales. Este niño ama a su madre, porque ambos obedecen a la Ley común de que no es la Tierra la que los ha engendrado, sino el padre. Del niño brotan catálogos enteros de productos. También se le podría comprar un caballo. Sí, el niño desea concordar total y enteramente con una cosa, y no es la voz del violín, sino el deporte. Las mercancías se convierten en palabras, dímelo, dinero. El padre tiene que volver a soltar el bolsillo del pantalón, en el que retiene su cosa; sencillamente, de esta mujer no se puede pasar de largo sin actuar. Va a poner firme al niño, quizá lo lleve a la mesa por los pelos. El televisor emite una fuente de imágenes y sonidos, una medusa que extiende sus tentáculos hacia la habitación y permite a la juventud reconocerse en distintas celebridades. Está muy alto. El presidente de esta asociación grita iracundo su decisión: ¡Sin duda los tres han sido hechos por un mismo Padre, pero han sido ideados por mí!

Con el cuerpo reblandecido por el alcohol, la madre se tambalea y tropieza con sus electrodomésticos. Sin necesidad, esta familia se compra su entorno. ¡Fíjese, esta paz! Las mesas se doblan bajo el resplandor de la lamparilla, que brilla sobre las secretas y benditas viandas. Qué país acogedor. El rabo medio tieso del padre está, bravíos como un perro de caza, apoyado entre los muslos, al borde del sillón; no falta nada, el glande medio asoma, el parapeto se dobla bajo su peso. Los hombres se desbordan allá donde comienzan sus vísceras, allá van, no demasiado deprisa, y una y otra vez salen corriendo por entre el boscaje. No, este sexo no se tumba a dormir antes de haber llovido, excitado y capaz. Así les gustaría. El padre se afila contra su asiento: ¡Qué variado, qué amable es el aspecto del valle que hay entre sus muslos! Lleva largo tiempo aquí, e igual de largo es. La mujer mira ante sí, y a veces da un puñetazo sobre la mesa. Si se la dejara, como ella quisiera, enseguida seguiría sus recientes deseos y se arrojaría a lo importante, que se llama Michael. Ahora este camino le está cerrado, me temo. Murmura oscuras palabras, por su boca apenas abierta. La residencia de vacaciones del estudiante, ese lugar de peregrinación para la carne de Gerti, todavía podemos ir después. En las casas los niños no cantan ni palmotean con sus manitas, tampoco el sol se atreve a nada más. Se hace el silencio. ¿Cuándo, me pregunto, cuándo comprenderá la mujer la perentoriedad de su órgano local de seguridad?

El niño bromea, ahora enteramente convertido en bestia. Siempre, antes de irse a dormir, cuando no se da mucha importancia a la cena, el niño empieza a revolverse de vitalidad. También la madre deja caer con fuerza la cabeza sobre la mesa. Su herida abierta depende de Michael. Muestra que no comerá nada, pero sí beberá. El padre, para el que ya está sonando el cuerno de caza, deja el escape libre, en su ropa de viaje. El niño le carga, ya que ahora está en su propia casa, donde muere la gente cuando no se la lleva a tiempo al hospital. Los últimos obreros escapan al mal tiempo y corren a sus benditas casas. Pronto el silencio será total. El rabo del padre, esa hercúlea musculatura, es atraído por la madre. Ahora este perro arrogante duerme un poco, pero pronto el olor llegará a su nariz. Arriba, se habla con el niño sobre el colegio. Después, se agarrará a la inclinada mujer por el hueco de las axilas, será cogida por los hombros y vuelta a incorporar. Ahora, el niño se hace cada vez más el amo de la mesa. Desvelado por su apetito, el padre se hunde profundamente dentro de sí mismo, vemos que la madre ha venido sólo para irse y de nuevo volver. Esta gente no puede quedarse quieta, lo que en líneas generales afecta a los enormemente ricos desarraigados. En ningún sitio se quedan, se trasladan con las nubes y los ríos, sus coronas susurran sobre ellos y sus bolsas crujen. Mejor en cualquier otro sitio, y abren su pecho al Sol. Y siempre la misma respuesta a la pregunta: ¿Quién está al teléfono? El niño se hace más pesado, saca brillo a su lista de regalos de cumpleaños, pero no lija ni uno de sus deseos. El padre hace lo mismo por principio. Sudando, quiere refrescar a la madre con su manantial. La vida susurra en torno a sus tobillos; probablemente en el calor de sus sentidos, que ninguna goma podría aguantar, descansa su vientre, y las llamas aletean en torno a su figura. El niño exige mucho, para poder conseguir la mayoría. Los padres, que en medio de sus sensaciones han sido por fin atrapados por el cobrador del coche-cama (fuera, el paisaje pasa volando, y sus instintos crecen por encima de ellos y salen al exterior), quieren por distintas razones que el niño vuelva a cerrar la boca abierta. Los pactos se rompen. Practicar violín durante una hora no es el mundo. Ahora la mujer come unos bocados. Al niño aún le falta mucho para madurar. ¡Mejor terminemos nosotros!

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