La mujer asciende, con una imagen totalmente nueva para su pretendiente bajo su peinado, hasta el borde de la ciudad. Sólo lleva consigo su bolso de mano. Ha dejado en el colegio al hijo de su destino. Falta poco para que unos policías, que se ruborizan instantáneamente al verla, la ayuden a cruzar la calle. Ella vacila. Pero no se hunde, ligera nadadora bajo la que susurra la fuente de todo mal. Con sus garras, las del abrigo de nutria, la mujer rema en torno al trabajo de los otros tigres de papel, sobre los que se yerguen amenazantes cumbres de dos mil metros. Son personas las que han arrebatado la celulosa y el papel a este paisaje duro y desdentado. La vestimenta de esta mujer: En una versión más sencilla, la modista debería poderla copiar en todo momento. ¡Oh sí, lo tiene todo! cortada en trozos pequeños, la madera se apila en torno a las fábricas y las serrerías. ¿Por qué la señora directora se ha puesto zapatos de tacón cuando el agua helada por todas partes nos frena trabajosamente a nosotros y al suelo? No nos atrevemos a cruzar si el semáforo no quiere. ¡La mujer se ha puesto el absurdo por vestimenta! Se pone al volante y bebe un trago. Se rocía los dientes con un remedio contra sí misma. Su amante prestado no caerá en la nieve, es una obra de arte. La juventud es suficiente recompensa, aunque uno se rompa una pierna. Se ríe de sus propias fuerzas, en las que se envuelve con frescura, abrigo de moda que los años aún no han podido dejar atrasado. Concedamos a los pobres y a los ricos pasar un día alegre en las olas del deporte, a menudo ambos han tenido que viajar muy lejos para ver nieve virgen y vivir un poco de excitación. En todo caso, los ricos quieren acercarse más al origen de los elementos (donde tocan el elemento puro con sus posaderas). El polvo cae deslumbrante sobre sus cabezas, son como parte de la tierra misma. Los otros, sin embargo, dependen de sus cadenas en la fábrica y de sus seres queridos en casa, y también les da su alegría la nieve.
La señora directora se sienta al volante, tras haberse superado valientemente a sí misma. Las bocas de la ciudad se comprimen ante ella en una sonrisa en los escaparates de las pastelerías. ¡Está borracha de sí misma, ha sacado una botella de su piel! Su boca sonríe en medio del frío. Los importantes y los don nadie se inclinan tras las ventanas, como si quisieran precipitarse directamente sobre su corazón. Mujeres jóvenes, de las que cuelgan como. extraños sus hijos y sus ropas, tienen que salir a comprar precisamente ahora. Quieren ver algo. ¡Quieren ser algo, como esta mujer, qué no harían en su lugar! Vivir a la luz del día una debacle en la peluquería, como nuestros esquiadores en los Juegos Olímpicos, arrancarse ellas mismas del pelo los aparatos con que han de envolvernos a las mujeres. ¡Nunca se atrevieron! A mirar sin miedo a la propia imagen, porque por lo menos el peinado se cambia de verdad fácilmente cuando ya no nos gustamos, señoras.
Y somos una persona nueva, amansada y conmovida por nuestra belleza. ¡Entonces nos presentamos con otro empaque! Toda mujer madura paga su precio por lavar cortar y peinar y apurar la vida. Para que nuestro cabello aparente más de lo que nos queda en la cuenta. Todos los hechos, todas las tartas en las que nos hemos tomado tanto esfuerzo, oh sí, después del trabajo íbamos hacia la noche con nuestros inútiles tenedores, comíamos, fregábamos y nos hundíamos en un pecho cariñoso, que nos empujaba sobre cuatro ruedecillas a la sala de reparaciones, a frotar las sartenes con los restos de la vida. Y si esto aún no ha pasado, pronto nos decepcionarán, una vez que alguien mueva la cabeza en gesto de lamento y la ira se extienda sobre el rostro de los que disputan. Entonces tendremos que estar tranquilas, en las habitaciones recogidas, como si nosotras mismas ya estuviéramos vacías. Nunca perdonamos, pero no nos perdonamos tampoco a nosotras. Cuando con violencia queremos lanzarnos a los sentidos resonantes de otra persona, sencillamente no tiene sentido. Alguien más joven nos sustituirá pronto íntegramente, ¡al fin y al cabo, ha sido alimentado con la nueva dieta integral! ¿Y por qué yo? ¿Por qué yo con más de cuarenta tengo que tenerlo más difícil y ser más difícil de acunar que un niño, en las cadenas de los brazos de la báscula, que se apartan de mí? Cuando intentaba transformarme para cualquier alegría inesperada y me había comprado un vestido nuevo.
La señora directora da una patada a su coche y sale penosamente a recoger a Michael, al que entretanto se oye en la pista. Riendo y gritando como un policía, adelanta a sus amigos, se sacude en broma encima de ellos. Su memoria contiene, incluso de noche, todos los lugares a los que va. A eso y no a otra cosa se hace referencia cuando uno pretende encontrarse con personas de la misma longitud de onda, a las que el espantoso peluquero de moda ha dado un buen golpe. Pero atención: No por eso hay que perderse la próxima moda, que primero nos hará menear dudosos la cabeza y después, dándonos poco a poco la vuelta como a un guante, nos acompañará un buen trecho. ¡Levante la vista a mi cabeza y no tema pagar el precio! No cuesta nada. Sí, vamos dentro de una bolsita impresa por una marca deportiva, en la que hay bocadillos, sueltos, como nosotros. No nos sirve de nada. No tenemos que tener cuidado con el camino, el camino debe tener cuidado con nosotros, antes de que arruinemos su vegetación para los próximos quinientos años. Si este Michael se cae, no henderá el suelo como nosotros, más torpes. ¡No somos flores, pero queremos atravesar con la cabeza el muro de la Naturaleza! ¡Michael sin embargo sólo quiere abrirse paso por entre sus adeptos! Les cuenta todo el tiempo, entre risas, su aventura con esta mujer, a la que ayer arrastró hasta su orilla y volvió a echar al agua. Sobre muchos otros hombros descansa la carga del fracaso, para que la tengamos caliente. Sólo tenemos que prenderla, y en el amor una boca se encuentra con un aliento en el que algo está recién cogido. La mujer ya no tiene una hermosa y clara conciencia. Se tira de los pelos y destruye el trabajo de personas bajo cuya caliente cofia ha temblado. Quizá ahora haya niños esperando delante de su casa, que forman parte de un grupo de caricias rítmicas y han sido forzados con mano dura por sus allegados a estar allí. Da igual. No es más que un hobby. Estos hijos e hijas de aquellos que gimen bajo la pobreza. Que tienen que escupirse en las manos sólo para ser atrapados por el destino del despido. La mujer ya se ha olvidado de sí misma y de ellos. Conduce hasta donde termina la pista, después de que se ha ejercido el derecho de los más rápidos. Donde, atrapados y pacientes, los turistas se sueltan el cinturón o, unidos en un yugo de pacientes animales, vuelven a poner en el telesilla sus pesadas posaderas, marcadas por la vida y por sus equivocaciones nunca reparadas.
Adelante, siempre adelante, no queremos mirar hacia atrás, porque detrás no tenemos ojos. La mujer se asienta en el suelo, sobre sus nobles y altos tacones. Asombrados, los turistas invernales oscilan como botes ante este paisaje de cartel en el que todo concuerda, pero uno no puede unirse a su jovialidad. La corriente humana se precipita pendiente abajo de forma ininterrumpida. ¡Tanto más degustables y digeribles queremos ser! Estos turistas. Bajo los techos de Eternit, en el cenit de su vestuario, marchando en verano de la montaña a la playa y, apenas llegados a la arena, vuelta al invierno y a querer estar en lo más alto, donde esperan encontrar su dulce partícula. ¡Lo importante es participar! Y derramarse, más alto, más visible, más agradable, en el caldero del valle. Pero delante de sus superiores preferirían ser invisibles, cuando el jefe se inflama y truena delante de ellos como un hornillo de gas propano. ¡Precioso ese chubasquero celeste, con la capucha forrada de piel y un jersey rojo como un tirón de orejas asomando por él! Podemos intentar olvidar que nada cuadra en nosotros; no cuadran nuestras partes superiores con las inferiores, nuestras cabezas con nuestros pies, como si cada uno perteneciéramos a distintas personas (así estamos construidas las mujeres de edad madura. De algún modo perdemos la forma por el camino, ¡ya no estamos para enamorar a nadie!), que a su vez tienen sus horribles diferencias, como sólo el martirizado estrato bajo sabe. Todos llevamos nuestra cruz, pero con nuestras mejores galas. ¡Un espectáculo único!
Están reunidos en grupos, hablan, fuman y beben hasta hartarse, estos siervos del deporte. Porque tienen poco que contarse, mientras echan el ancla, sonrientes, en la estación del valle. La mayor parte de lo que experimentan es: ¡Comer para vivir! Hablan de ello. Con las chispas de sus encendedores, se iluminan a sí mismos y al país con más luz que aquellos que tienen que cultivarlo. ¡Oh, el turismo nos da más! Ahora reúnen sus cosas y sus prendas, mientras las ramas se inclinan pesadamente bajo la nieve y una luz osada, apenas sentida sobre la vestimenta de nylon, se abre paso por entre la hermosa nevada que yace sobre lo que antaño fue pradera y embebió agua. Ahora el agua ya no puede llegar al suelo, lo hemos aplanado y barnizado con nuestras pistas. Cada uno de ellos sospecha de sí mismo que es el mejor en la pista, así que su estancia aquí ha tenido un buen fin. En invierno, cuando el paisaje debería dormir, es cuando se le despierta de verdad. Los rostros hacen ruido. En segundos, la gente recorre extensiones hechas a su medida, se extiende por pequeñas áreas en las que no siente un techo sobre sí y un suelo bajo los pies. Niños inocentes caen. ¡No nos dejemos meter en nuestra cajetilla original y abrir innecesariamente las piernas, entretanto hemos aprendido un impecable salto en paralelo! Podríamos superar a campeones del mundo, y eso también vale para nuestros vehículos en su clase, donde nuestra capacidad compite con nuestra estatura. Vaya día. Los jóvenes se descubren la cabeza. La nieve cae sobre ellos, pero no tienen nada que temer, no se les quedará pegada. La federación austriaca no tiembla ante nuestros espíritus, agarra fuerte nuestros miembros heridos en su orgullo y nos arrastra de cabeza hacia abajo. Pone aún más vendas en nuestros muslos, ¡y el año que viene volveremos y llegaremos más lejos! ¡Ojalá que no nos espanten como a insectos, por falta de nieve!
Como arena en el reloj del mundo, nos deslizamos hacia el valle. Nuestros bordes, que a menudo han intentado limarnos, cortan agudamente la ventisca, la nieve, donde se reúnen los signos: todos contra todos, sobre esta blanca vestimenta ceremonial sobre la que nos esparcimos como basura. La mayor parte del terreno pertenece a los Bosques Federales Austriacos, el resto, un néctar de miles y miles de hectáreas, a la nobleza y otros terratenientes, que, como propietarios de serrerías, mantienen un contrato permanente, firmado con sangre, con la fábrica de papel. ¡Sillones, en los que lo dicho adquiere su sentido! Maravilloso. Todos queremos el cambio, sólo trae cosas buenas, y sobre todo la moda de esquí cambia cada año para mejor. Apresurada, la tierra recibe a las y los deportistas, ningún padre los toma en sus brazos cuando están cansados, pero ahora está aquí esta señora directora de la fábrica de papel: ¡Acérquese más, si puede moverse lo bastante rápido sobre sus soportes, de su boca no tardará en salir un poco de luz!