Литмир - Электронная Библиотека
A
A

14

Las gotas de grava crujen ante la casa, los perros saltan a nuestros cuellos, y la puerta se abre. La mujer da incluso un paso más, hacia la suave luz que irradia su caliente y expectante marido. Hace mucho que los niños, sin el consuelo de la música y el ritmo, han sido enviados a casa, donde ahora medio asoman de sus escondrijos, tras ser golpeados por sus padres. Aliviados al ver secarse en los labios las fuentes del arte, contentos como en una foto de familia, los niños se han lanzado por los caminos forestales y se han hecho trizas la figura y la ropa. ¡No hay que reunir a los vecinos con demasiada frecuencia, no hacen otra cosa que enfadarlo a uno! Todo lo que el Señor Director ha querido vuelve a tenerlo ahora, sus palabras son órdenes para nosotros. De su boca restallan los besos. Mantiene bajo la luz la cuchara con sus sentidos disueltos, pero nada se calienta. Besa a la mujer como la madre al ternero, su lengua también quiere meterse bajo las axilas de ella. Se calienta automáticamente al verla, pero por el momento su húmeda figura aún está cerrada. Él tiene la construcción de una montaña, y los arroyos han corrido ya por su frente, sin comparación con lo que inunda a sus trabajadores cuando, duramente marcados por sus estancias en el balneario (después de haber inferido heridas y castigos a su existencia), reciben una carta dentro de un sobre azul. Pero ninguno de ellos comprende a su mujer como ahora este hinchado director, que quiere volver a guiarla hacia sus orillas. Qué lleva en el bolsillo, sus bragas mojadas, que él arroja al suelo de madera. Cuántas veces ha pasado ya esto, pero la mayor parte de ellas son los criados los que cumplen esta obligación cuando no hay forma de que el grifo frene el paso del agua. Mañana, la mujer de la limpieza eliminará este rastro de vida. Gerti debe venir a su no pequeño establo. El niño, que ha pasado todo el día corriendo de un lado para otro, viene ahora disparado hacia la madre, difícil de entender en su lloriqueo, bañado en sudor por la pelea con sus compañeros. La madre, venida del cielo, le llena los labios de frases celestiales y hogareñas. Es el fardo que pueblos enteros tienen que cargar y que temer. ¿Quién ha vuelto a apretar el botón de esta familia? Que comprendan de una vez: no son más que tres personas para poner barrera al invierno. La familia: la mujer ya no está serena, el padre, que lleva consigo el talonario de cheques, lo carga en su cuenta con buen humor. Su propiedad es lo que más quiere. El hombre acaricia sonriendo a la mujer, pero sólo un segundo después escarba, rabioso, como un Terrier en un terreno ajeno, debajo de su abrigo, araña el forro de su vestido, que esa mujer mal educada debe quitarse de inmediato. Cariñosamente, le acaricia las mejillas con los dedos, como si el creador hubiera roto el lápiz antes de tiempo, y la vida tuviera que corregir su obra. La mujer no se las arregla bien con el piloto automático. Se apoya pesadamente en su andador.

¿A quién no le gustaría ser olvidado en las praderas de la vida, sólo para volver a aparecer de pronto en las ruinas de su vestimenta (todo pequeño y normado como casas en serie, pero no nos cambiaríamos ni por un rey)?

¡Entregarse completamente a otro, que pasa corriendo tan deprisa que aún tiene que conocernos! ¡Destacarse de la manada, salir de los raíles que conducen al dinero! Precipitarse sobre el niño, ya que felizmente ha aparecido, es para la mujer más que una idea, sí, los divinos van a celebrar una fiesta ahora, una fiesta entre buitres y violines! ¡Vámonos a Viena, al concierto! Se revuelca con el hijo por la alfombra del vestíbulo, pretextando jugar, pero su mano (ella no suda) agarra fuerte al niño bajo la bragueta. El hombre se esfuerza en sonreír, porque quiere volver a tener a la mujer para él solo mientras pueda matar tanta vida de un golpe. Veremos. Su resuelto taco de carne ya cuelga pesadamente de él, pesa más de cintura para abajo que la cabeza con la que piensa y ve. Ya se ha establecido una relación, pero no quiere seguir colgando. A menudo la carne le fuerza a uno a aguantar largo tiempo, como en un autobús de largo recorrido que recorre la noche con las cortinas bajas, ventana tras ventana, y como todo se mueve, la gente no se reúne.

El director ya tiene la mano en el bolsillo del pantalón, y acaricia su maza a través del forro. Enseguida su chorro abundante se precipitará sobre la mujer. Y también el niño irradia. La situación no es fácil, el niño ya se hunde, como la comida de un pequeño animal, bajo la cuchilla de la madre, que taladra esforzadamente su carne. La madre ríe bajito, con el pelo rebozado en el polvo del suelo, del que no se ocupa el ama de llaves. El niño querría contar lo que sus compañeros de juegos le han hecho, pero el padre no tiene tanto tiempo como usted para amar a los niños. Se arrodilla desvalido sobre su familia, lo único pequeño entre todo lo grande que ha creado. Todos ríen a mandíbula batiente. El padre les hace cosquillas alternativamente, como si quisiera sacarles la vida. Las risas continúan, el hombre está cada vez menos conmovido. ¡El niño puede serle arrebatado! Prefiere apuntar al regazo de la madre, en el que querría sentarse él. Para el niño la felicidad no pesa, y la desgracia tampoco es pesada, así que hay que hacer algo. Debe volver al orden, sí, más aún, ¡debe poner orden en su pequeña habitación! La madre siempre alivia las enfermedades. Y también al hombre las mujeres tienen que guardarlo dentro de sí, para que en esa capilla ardiente se mantenga a salvo de la tormenta de fuego que lanza los cuerpos a la noche como a perrillos, para que se vacíen y puedan dormir bien. Abundantes adornos de Navidad son colgados en ramas secas. ¡Lo importante es que se ha vivido, dejado claramente escrito el nombre de uno en las paredes, y haber recorrido de arriba abajo el menú de los sacramentos! ¡No, sólo sobre esta alfombra el buen gusto se siente como en casa! El hijo, nuestro público, conoce ya la lucha de los cuerpos y las uñas pintadas de muchas veces precedentes. Arranca a su padre una promesa en la que su Dios e ídolo, el deporte, representa el papel principal. Es atraído por promesas, por emocionantes alfombras de nieve tendidas sobre las montañas más lejanas. Creo que será emocionante ver correr a todos esos corredores hasta el ombligo de la Tierra. Se promete al niño una vivencia porque el padre espera mucho del cuerpo de la madre y sus ramificaciones que conducen a la noche: ¡Este paisaje no puede abarcar a más de cinco mil personas!

Los caballeros se engallan dentro de sus pantalones hechos al efecto, también el hijo contribuye ya a eso. Este niño, al que la madre no puede reprochar un crecimiento demasiado fuerte, se ha arrojado a sus pies como mezquino pienso para animales. Este niño, perteneciente al sexo fresco, ha sido criado por la madre, ¡y ahora ya no se le puede detener, corre y corre! Pero vayamos a los caballeros, de los que el director es el que más alto está. Su rabo puede salir en segundos de una bañera caliente y ser elegido, puede trabajar, y después vuelve a ser arriado, contento, por el destino, en el que habita la fuerza para jugar al tenis, montar en moto u otras actividades. Al caminar les baila, señores, los hombres intentan mucho entre las ramas débiles, pero yo estoy sola. El niño medita en un período de la Historia de la Tierra que después, por desgracia (¡demasiado tarde!) ya no podrá vivir. Antes, el padre le ha dado una enciclopedia y se ha inclinado, con aire didáctico, sobre su bien meditado número de hijos. Quizá más de un niño desviaría demasiado del padre los intereses de la madre. Quiere encadenar él mismo a la cama a su mujer, venenosa como la enfermedad: Dios es malvado, pero no hablamos aquí de él.

Como una campana, el director resuena sobre su comitiva sedente, a la que ha accedido con una guía turística. Fuera, los árboles se alzan oscuros, y esperan. La familia está reconciliada, los testículos cuelgan, pesados y descorteses, en sus revestimientos preferidos, en los armarios forrados de papel, en los globos de los calzoncillos y los pantalones de jogging. Pero basta con un pequeño acceso para que todo vuelva a salir. El sexo al que pertenecemos, cada uno al suyo, salta elástico como una cinta de goma, que mantiene unidos los haces más pobres (porque solos no cuentan), fuera de su saquito, cuando el solitario se vuelve hacia su propiedad como hacia su sombra, el único ser exactamente hecho a su medida. Ese ramillete de vida tiende a salir del cuerpo, y nos va bien. El que quiera mucho tendrá que comprarse algo. Incluso el niño: resplandece como un hombre hecho y derecho, que doblega a otros y se doblega ante otros. Va de unos a otros, señala su figura, que no se puede reparar, y camina por un sendero envidioso para pasar a toda velocidad por delante de nosotros. La mera impresión que hace es ya muy profunda. Sí, este niño es aún pequeño, pero está especialmente planificado como hombre, creo yo.

Ahora es aún una birria de niño, tan pequeño, pero ejerce sobre nuestros tímpanos una presión que revienta contra los pobres vecinos, que se quejarían si se atrevieran. Cariñosa, la madre reposa la boca sobre su pelo. El padre ya se ha vuelto inagotable, apenas puede contenerse. Lo que normalmente mantiene oculto a sus empleados, ahora no puede evitar que presione fuertemente sobre sus instintos. De risa, porque le hacen cosquillas, el niño descarga su abono en el rostro de la madre. No pasa nada, alborotamos como si hubiéramos lanzado un eructo húmedo. La mujer no puede estar lo bastante en guardia, demasiado tarde, ya la han medio desnudado por la espalda, mientras por delante sigue chupando al niño, con buenas palabras, diciéndole que debe recoger sus juguetes. Este hombre no se atreve a más, y aun así gana. Volando a baja altura, acaricia las posaderas de su mujer como los pájaros que aletean contra la luz. Hoy, el padre siente que su salud ruge, dentro de él y se supera. Coloca discretamente su hinchada cabeza explosiva, camuflada por la amplia bata de casa, en la raja del culo de su mujer, donde examina minuciosamente de qué dispone. Aún tiene que trazar un surco, así ayuda el campesino a la tierra. Ninguno de nosotros tiene que sobrellevar la vida en solitario. Pero, ¿por qué nadie le ayuda al comprar su coche, para que un cónyuge lo lleve todo a medias con él? Con los ojos muy abiertos, nos miramos mutuamente el sexo para apaciguarnos, delgados como nos esforzamos en estar con medicamentos y dietas. En activa competencia con los demás, que han venido a dejar su propia huella. Incluso ante la puerta abierta, el director medita qué entrada debe tomar para acostumbrarse. ¡Qué honor ser ofrendada en sacrificio! Oh Dios, qué hermoso ser una pesada carga en el carro, que se atasca de buen grado en el lodo y allí se revuelca. ¡Los hombres, traviesos, han quitado las señales de tráfico!

34
{"b":"94205","o":1}