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Un poco alejados de la mujer y su grupo van dando traspiés los principiantes; uno se pregunta por qué no se van a pique en silencio, como los barcos, ¡pero no, gritan! ¿Y por qué? Porque claman por el transporte, que se habían imaginado distinto. ¡Quién se habrá creído usted que es, y por qué los transportes públicos le resultan demasiado miserables! ¡Se desplazan hacia la incertidumbre, y encima tienen que llevar sus piolets, sus grampas y sus termos! Pero parecen preferirlo a cualquier cosa en el mundo, cuya malicia les rodea normalmente. Sonriendo, se invitan los unos a los otros, el aliento les llega para eso. Estos jóvenes usurpan el mundo y consumen sus productos, en los que viven y por los que a su vez son consumidos. En primer lugar los pulmones. En torno a ellos viven activamente, aprenden y reposan. Sin que nunca los haya cubierto la sombra del dolor, neófitos, pueden dormir, y cuando despiertan bajan la vista hacia ellos mismos: ¡Hay ahí una, dos partes que se entienden! ¡Albricias! No tienen que buscar largo tiempo una buena pareja y un buen partido, más bien los buscan a ellos por los altavoces de los aeropuertos y en los anuncios de televisión. Estos alegradores de la vida. Tomemos cualquier cosa digna de verse y reconoceremos que merece más la pena ver a esta gente. Son como el veneno que duerme en la amapola, es decir, donde de verdad florecen es un milímetro fuera de la Ley. Uno de ellos siempre está esperando sonriente, y se va de repente cuando pasamos junto a él y en torno a él, siempre suena en algún sitio la puerta de un coche, siempre se pasa por gasolineras donde se entiende el lenguaje de su poesía. Su vida está hinchada por la espera entre dos vuelos de línea ¡poder salir alguna vez de verdad de uno mismo, como desearíamos! Qué idea, pero tienen razón. La juventud. ¡Está tan concentrada en sí misma! Por desgracia yo ya no pertenezco a ella. Y una cosa más: Hagan lo que hagan sonríen, incluso en las sombras del bosque donde hacen lo que hacen. Vacíos como una canción, descansan en el aire, sin que los frene siquiera el ramaje. De este modo pueden caer directamente al suelo e iluminar el triste lugar donde otros de crecimiento más trabajoso han abierto con dinamita una carretera forestal sólo para poder pasear y hacer un poquito de ejercicio. Ríen, a menudo eso les parece lo mejor, sin preocupaciones dirigen hacia sí los sonidos de su walkman, y se vuelven del todo volubles, porque no pueden escapar a la música que se desliza dentro de ellos. ¡Por mí, si les place! Y esta mujer tiene que depender precisamente de un hijo de puta como Michael, que hace mucho que se ha perdido a sí mismo de vista, aunque naturalmente no haya perdido de vista sus objetivos. Nunca, quizá por pereza, ha caído en sus brazos una mujer que le gustara, no, él desea una casita más humana, quizá un ático en el que poderse instalar por fin por encima del suelo, para calmar sus ansias de muebles de raza y mujeres con clase. Naturalmente aquí, entre las raíces de los abetos, se forma un mediano remolino, una tarde (un soufflé) junto a este pequeño arroyo, donde trabajadores, empleados y participantes en excursiones de empresa pueden recomponerse por entero en la nieve, después de que se les ha perseguido y. en caso necesario, se les han metido agujas por los fémures. ¿Por qué si no iban a afirmar luego que se sienten como nuevos después de un día de deporte y varios días de duro trabajo?

Sí, todos damos grandes pasos hacia adelante o arrancamos si nos dejan. Pero que esta mujer haya puesto sus ojos precisamente en Michael, bajo el que cree que florecerá, y con el que querría salir por lo menos unas cuantas veces… Pero con el que también gustaría de quedarse en casa. Su marido se entrega por completo a su negocio. Este hombre podría echarse al coleto a Michael, sus amigos y la mitad del producto interior bruto de la zona junto con el asado que se está comiendo este mediodía, si no tuviera ya el coleto lleno. Las ansias de los esquiadores pronto serán también calmadas, paciencia, ya entrarán a la taberna.

En un racimo vocinglero, «yuju», los jóvenes deportistas se arrojan sobre la embriagada Gerti. Entretanto, han dado también fuertes tragos de su propio tanque. La montaña los protege y oculta del punto de vista de sus conciudadanos. Además está este gigantesco abeto. No se les ha ahorrado nada. En prueba de ello, muestran su solitario espárrago, que han sacado de entre las prendas de esquí, no está mal si se compara con los pálidos instintos de los demás hombres, que se ponen juntos en cuclillas, cagan y no hacen ningún bien a la Tierra. Ríen a pleno pulmón. Maniobran con sus bastones de esquí. Son tan numerosos, un factótum del sector de artículos deportivos (un factor económico), viven al máximo: quieren entretenerse, mientras se consumen y el tiempo pasa. Mientras vuelan hacia la meta desde la estación alpina. Se cargan con sus pesos unos a otros, sus rostros se miran, tienen un gran rabo por el cual respiran. ¡Si todos nos mantuviéramos unidos como ellos, los camareros de los locales y los porteros de las discotecas jamás podrían separarnos! Saben en qué montón tienen que ocultar la felicidad, a cubierto de nuestro acceso. Hasta aquí nos ha llevado nuestra riqueza. Hasta aquí aparecemos en la Naturaleza, que nos viene de fuera. Pero nosotros, desorientados, somos clasificados por nuestras galas y tenemos que quedarnos al margen. Y el suelo roe nuestros pies de vampiro condenado a seguir caminando siempre.

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