El pijama de vividora (comprado en el reino de la moda de los ricos. ¡En Viena!) baila en torno a la agotada mujer. El alcohol se ha enfriado en ella. ¿De qué vale el ruido que está armando ahora el director? ¿Por qué la mujer, vestida de forma indecente, se ha lanzado al antro de la Naturaleza? ¡Los perros no andan sueltos por ahí! Ella tose, cuando su marido le golpea en la nuca y en la conciencia. Él se deja vencer por la preocupación y abraza a la mujer contra su corazón, se enrosca en torno a ella, ya no necesitamos el pijama. Si se fuera de una vez el joven, que hace posible la comparación entre un cuerpo y este que estaba originariamente previsto y presentado a las autoridades de la construcción. En su momento, paciencia, podremos entretenernos todos con eso, salir de nuestra mala forma.
En su versión original, incluso este jefe de una fábrica de papel tenía mejor aspecto del que podemos imaginar ahora, en nuestra inhumana crueldad. Esta mujer ama y no es amada, eso la distingue de nada. Así como yo la señalo ahora con el dedo, no se puede en cambio prever el destino. La mujer es menos que nada. El joven se ríe del agradecido director, al que ha devuelto su perrito. Lee con frescura los gestos de un hombre que se considera su rival. Pero tampoco le importaría tener una fábrica de papel, en lugar de aprender trabajosamente el Derecho y la Ley. No puede sentirse igual y unido a los hombres que en la fábrica vacilan sobre inaccesibles escaleras, con los ojos plenos de beatitud, porque deben mirar a quien mantiene ocupados sus miembros y amores. ¿Y qué piensa el estudiante? Contra quién jugará al tenis mañana.
El señor director se lanza a un cálido fuego verbal. Allí se sientan y hierven aquellos que llevan ropa interior excitante y excitan a sus parejas hasta brotarles la sangre que se les dispara en los motores, de forma que quieren sin interrupción ir a trabajar con ellos. El rencor del mundo es más bien para los pobres, que no gustan de oírlo, caminando con sus hijos por la escarpada orilla donde la química se come el arroyo. Lo principal es que todos tengamos trabajo y nos llevemos de él una buena enfermedad a casa.
Como una pesada puerta descolgada, Gerti se hunde en el gozne de su marido. La pregunta es: ¿Aguantará cuando vengan las tormentas y la nieve, en un tiempo arrebatador? El joven aún tiene que tomar otro trago de ella, si es posible mañana mismo. Pero ahora será otro, más habitual, el que apriete sus fusibles hasta que se hagan las tinieblas. El director le ha dicho, en el lenguaje que le es propio, que esta mujer sólo debe descansar en el lugar que él le ha destinado como tumba, para que él pueda pellizcar sus mejores lados (izquierdo y derecho), sí, este ser le pertenece de forma tan cotidiana como su orinal. Ella siempre está allí, eternamente, de ahí la excitación cuando ella pierde el control y no se le puede encontrar. Todo lo que la fantasía inventa puede ser hecho con un miembro vivo, que se hincha y pronto desaparece, lo único que hay que preguntarse es con cuál. De amor se le aclaran a la mujer los ojos, como si se llamara a la puerta del paisaje. Se apoya el cayado en la pared y se mira si al fin fluye agua de la roca. A los sirvientes se les va el trabajo de las manos ¿y son felices? No.
Y el niño hace ruido, porque no puede dormir si la madre no tiene las ideas claras acerca de cómo el niño debe guiar sus pasos en la vida. Mamá, mamá, por la ventana sale una malvada cabecita, el fruto de su vientre con el gusano en él, asoma al viento. Sería mejor que este niño se durmiera ahora, para que no tuviera que ver. Hace mucho que su pasta ha sido amasada para poder andar y vagar en la noche. Y por la mañana temprano vagan los cansados, de cuyo cuello no cuelga belleza alguna, deambulan como los ciervos. Ahora el niño está ahí. Mañana estará embadurnado de mermelada, como su madre con el lodo de su padre y espíritu santo. A toda velocidad (a través del umbral) entra el hijo, que ha echado de menos a su mamá. El padre tiene que aclarar algo, y cierra la puerta en las narices del estudiante, para mostrarse divino y ponerse de acuerdo por las buenas. Para poder ir a abrir con toda tranquilidad los muslos de la mujer y mirar si ha habido alguien allí, en la pradera de la vaca sagrada. La madre cruza en diagonal el espacio hacia su hijo, esa tierra de nadie (en la que los gestos anuncian: estamos en casa, enteramente solos, pero tenemos que lavarnos todos juntos), bienvenida. El director quiere rodear a la mujer como el año al verano. Sólo falta que el día despunte. Sí, el niño tiene derecho a un entorno ordenado. Ese ladrón furtivo que es el amor, ¿quién no lo espera de hora en hora? ¡Usted también tendrá un cordero de peluche, que se dé a conocer! ¿Quién ha echado de menos a quién? Esta montaña existe por un solo motivo: el valle debe tener un fin, y debe volver a ir hacia arriba. La nieve es pálida. El hombre se dedica mucho a su fábrica, en la que se produce papel, para que a nosotros nos vaya bien. Y para que sepamos por qué. Ahora lo escribo claramente: Soy como cera en la mano del papel. También yo quisiera conocer a un hombre así, que tenga el poder de refabricarme en lo que yo diga.
Pero qué más queremos: Recibimos nuestro salario en la bolsa de nuestro fracaso, es decir, seguro que queremos llegar a algo y seguro que queremos poder ser también un poquito más, por lo menos sobre el papel. Y no puede faltar la sensación de que es culpa nuestra que estemos sentados en nuestra casa y sólo el teléfono sea nuestro invitado.
Este hombre no tiene corazón, como el fuego consume su casa y arrastra a su mujer. El niño empieza a gruñir. Fuera, un solitario tubo de escape llama la atención de los durmientes, que, como un animal, ventean el aire, pero no se atreven a decir nada. Ni siquiera han estado refugiados durante el día bajo un hermoso cuerpo, donde sus músculos pudieran irse a jugar. Llevan cargas que pesan sobre su felicidad, es decir: los pobres (y sus brazos) son necesarios. Ahora el joven se va. Y la mujer, apenas él ha abandonado la estólida masa del nidito en que han anidado, llama a la puertecilla que ha abierto hace años en la pared con el hacha de sus necesidades. Sin ojos mira al vacío, ¿adonde podrá encontrarlo? Pero los hombres son tan violentos que prenden sin respeto fuego a sus casas, donde sus familias todavía duermen y no entienden las cifras de los extractos de cuenta. En vez de eso, nos desnudamos para engañar a un hombre con nuestros genitales. Sí, los hombres tapan con su presencia todos los senderos. ¡Pero a usted le da igual que aquí haya alguien que siente, y se alía a la persona equivocada!
La nostalgia es un trocito de madera que esta mujer se ha aportado a sí misma. Necesita un poco de acción, porque en su casa no falta de nada, así que busca sus objetivos fuera, para pensar constantemente en ellos y removerlos, como sopas de sobre, en su agua que cuece revoltosa, y tocar un corazón ajeno. También el sínodo de la Iglesia católica necesita al lejano Papa, que va a venir a visitarnos. ¡Pero cuando esté en nuestra patria, de repente resultará que es un hombre como nosotros, yo le conozco! Para él todo el mundo llega el último, y debe perderse antes de alcanzar su meta. No así el amor. Por lo menos un hombre puede apoyarse en sí mismo. Pero la mujer no puede nunca apoyarse en ella. Así, los deseos que querría comprarse soplan alrededor de este sexo hirviente.
Dónde has estado, se dice a Gerti mientras se le golpea. El padre sacude al mismo tiempo al niño, que, allegado suyo, se aferra al vientre de la madre. Ahora renunciamos a exponer este grupo laocóntico, en el que el uno cuelga del otro y quiere aparecer magníficamente grande.
Ahora la ira del hombre se ha desbordado. De su tubo sale la excitación, mitigada con un chorro espumoso. La mujer debe desnudarse de inmediato, para tener el tamaño preciso de sus dimensiones. Él quiere lanzar su rayo dentro de ella, ¡pero su fuego nunca se deja coger! Tiene cerillas suficientes como para poder encenderlo de nuevo y que la mujer consuma sus raíces, cocidas, hervidas, en escabeche. En la cama, el niño es tratado con un vaso de zumo. ¡Debe haber silencio! Dejar a la mujer solamente para el padre. No saltar sobre ella con voz chillona y tirar de su cuerpo. La madre está otra vez aquí, con eso basta. Y el pájaro del padre canta ya por encima de su surco. El hombre la arrastra al baño para procurarse violenta entrada y navegar sobre ella. ¡Qué hermoso que esté otra vez aquí, podría haber estado muerta!
Como una vacilante antorcha, el director se detiene ante el heno que hay en su cama, y se lanza. Se inflama el surco en el que ocurre lo sagrado, en este nocturno pajar austriaco, por donde pasan los trenes y se cuentan historias del animal sagrado que se apiña en torno al pesebre y a las prestaciones sociales. No hace mucho que ha pasado la Navidad, y el niño ha sido feliz con los esquíes que podrían ser su ataúd. Ahora es el turno de los deseos de primavera. El padre está en medio de su profesión y sus necesidades, y va de la una a las otras. Hace mucho que la mujer lleva cada minuto queriendo marcharse, conoce la juventud y sabe lo que ha perdido y dónde no ha perdido nada más. ¡Así ocurre cuando declinan los hombres que bromean con la vida! A la mujer le entra una lengua ajena en la garganta, y después hay que lavarse a fondo para quitar el gusto. El hombre golpea a la mujer desde lo alto del parapeto de su cuerpo. Ella cubre su rostro con las manos, y sin embargo, lo que es de los siervos se arrebata con violencia. Ninguna fuerza podría medirse con el vigoroso sexo del director, él no tiene más que creer en eso. ¡Toda nuestra selección nacional de esquí vive también de eso! Pero para la mujer es como si él estuviera borracho de su vida, como algunos de nuestros actuales importantes, cuyos nombres tan sólo provocarán la risa dentro de diez años. Esta mujer no querría más que juventud, de cuyos bellos cuerpos haría instantáneas para salir ella misma en ellas. Como del cielo le parecen venidas esas imágenes, mientras ya se le arrancan los brazos del rostro y el canto del padre desciende por sus mejillas, dejando a su paso rojas manchas de vino y de lágrimas. Me gustaría saber cómo si no se alimenta la gente (aparte de sus esperanzas). Parecen invertirlo todo en cámaras fotográficas y aparatos de alta fidelidad. En sus casas ya no queda sitio para la vida. Todo ha pasado cuando pasa el acto del comprar, pero nada ha terminado, de lo contrario ya no estaría allí. Los ladrones también quieren tener algo que celebrar.
El hombre espera hasta que su agua hierve. Después echa en ella a su mujer, a la que ha despojado del pijama. Su señal se ha elevado, la vía está libre. Y todo habla conforme al tono de su señal. Patea a su mujer en el regazo. No necesita ánimos por su parte, ya está muy animado. Es como si su rabo ya no pudiera hallar reposo, porque quizá otro se ha enterrado en su coño y ha ensuciado su suelo con su pedazo de salchicha. De pura ira, este hombre se desgasta, a sí y a su obra, demasiado pronto, demasiada energía se despilfarra entre bramidos, su bóveda truena. Todo en el exterior ha sido dominado con hielo y nieve. La Naturaleza suele hacerlo bien, sólo a veces hay que ayudarla a poder consumir su propiedad en nuestra mesa en calma y silencio. El hombre llueve humedad por delante y por detrás sobre la mujer, a la que pulimenta. Las pequeñas alfombras de sus pechos son sacudidas con fuerza. Como piedras le cuelgan sus sacos de dos kilos. Y sin miedo él rocía a la mujer con su tosca escoria, y vaga por ella, con el suelo firme bajo los pies.