– ¿Queréis que construya la imagen del cuerpo celeste de Nuestra Señora en la Tierra?
– Así es.
– ¿Y cómo? Yo no tengo el libro que entregasteis a Imhotep, a Enoc, o a…
– Lo tendréis -le interrumpió-. Todo a su tiempo. Y cuando llegue a vuestras manos traído de Oriente y Occidente a la vez, sabréis leerlo porque yo os habré enseñado.
– Llevará semanas, tal vez meses -protestó el caballero.
– El tiempo no es un problema aquí. Gluk os lo mostrará.
El templario, con gesto de sorpresa, se encogió de hombros.
– ¿Gluk? ¿Y qué tiene que ver Gluk en todo esto?
– Es uno de nuestros iniciados. Son muchos. Los llaman «carpinteros» porque son ellos los que levantan las techumbres de los templos y éstas, como sabéis, representan a los cielos. Son los que conocen el firmamento y sus movimientos, y a ellos deberéis encomendaros para descifrar los libros que os llegarán desde la Puerta de Jerusalén. Leedlos, estudiadlos y ocultadlos hasta que llegue el tiempo en que otros merezcan acceder a ese saber.
– ¿Conocéis lo que está por llegar? -balbuceó atónito el templario, tratando de encontrar el menor atisbo de duda en su interlocutor.
– ¿No lo dije ya? El tiempo no es un problema en el reino en el que ahora estáis.
– ¿Qué mostraré para hacer creer a los míos todo lo que me habéis dicho, oh Gabriel?
– No será necesario que les entreguéis nada. Con vuestra determinación será suficiente. No obstante, ya que habéis preguntado por el tiempo que vendrá, os mostraré algo que jamás olvidaréis.
– ¿Y podré contarlo?
– Podréis.