En la taberna de Eric no cabía ni un alma. El grupo de ancianos turistas que media hora antes habían visitado la basílica de Sainte Madelaine y contemplado con asombro las reliquias de aquella María a la que los malintencionados atribuyeron un idilio con el mismísimo Jesús de Nazaret y hasta una descendencia, comentaban ahora jocosos parte de aquella extendida leyenda y reclamaban al maître que les sirviera rápidamente sus menús.
François Bremen se escurrió hasta la barra y pidió dos cervezas que pagó en el acto. Después, haciendo auténticos equilibrios por no derramarlas, las sacó fuera del local, hasta unas mesas de hierro en la terraza, donde el ingeniero aguardaba impaciente acariciando una fotografía de gran tamaño que acababa de sacar de uno de los bolsillos de su abrigo.
– ¿Y esto?
Los ojos de Bremen se abrieron de par en par, mientras depositaba las dos generosas jarras de cerveza sobre la mesa.
– Debo confesarle algo -dijo Témoin muy serio-. Y debo hacerlo porque creo que usted me ha dado algunas claves importantes sin que yo se las pidiera.
– Bueno, ése es el premio de quienes buscamos con el corazón, ¿no cree?
El guiño de complicidad de Bremen no conmovió al ingeniero.
– De eso quería hablarle precisamente. Yo no busco con el corazón, ni siquiera busco algo trascendente en todo esto. Si he venido a Vézelay -tomó aire- es porque hace dos días uno de nuestros satélites obtuvo varias fotografías como ésta, en las que se aprecian unas anomalías que no sé descifrar.
– ¿Uno de vuestros satélites?
– Verá -arqueó el bigote Témoin-, mi trabajo es el de ingeniero de telecomunicaciones del Centro Nacional de Estudios Espaciales de Toulouse, y en concreto, debo supervisar el buen funcionamiento de los satélites meteorológicos y cartográficos. Fue uno de estos últimos el que obtuvo esta foto. El resto las tengo en el coche.
El «cronista oficioso» de la villa alargó la mano para contemplar aquella foto numerada -CAE 990111- y fijarse con detenimiento en el segmento recuadrado que, sin duda, se correspondía con la «colina eterna» de Vézelay.
– ¿Ve algo raro? -preguntó Témoin.
– Supongo que se referirá a esta mancha blanca que hay sobre Sainte Madelaine, ¿verdad?
– Así es. La foto fue tomada el pasado día veintitrés, y ésta no fue la única anomalía registrada. En otros cinco lugares surgió algo parecido. Lo curioso es que en todos ellos se levantan construcciones góticas alzadas más o menos en el primer periodo de expansión de ese tipo de arquitectura…
– ¿Y qué lugares son ésos?
– Todas son ciudades del norte: Évreux, Bayeux, Chartres, Amiens y Reims.
– ¡Hombre! -exclamó Bremen-. ¡Las ciudades de Virgo!
Témoin casi derramó la cerveza sobre el abrigo.
– ¿Cómo? -tartamudeó, secándose la espuma con el brazo-, ¿conoce usted algo de la correlación con Virgo?
– ¡Y quién no, amigo! -bramó el maestro de nuevo-. Esa idea fue expresada por primera vez en uno de los libros de Louis Charpentier [23] y de inmediato adquirió una notable popularidad en ciertos ambientes, digamos, esotéricos. Algo parecido se dijo también de ciertas construcciones de los antiguos egipcios, que las levantaron para imitar estrellas en el firmamento. Sin embargo, lo que Charpentier contó tenía su trampa, ¿sabe?
– ¿Su trampa?
– Bueno -sonrió Bremen de oreja a oreja-, en realidad nadie ha caído en ello. Pero cuando Charpentier explica que el plano de Virgo se dibuja sobre el suelo de Francia como un espejo, es precisamente así como debe entenderse.
– No le comprendo.
– Si usted ha estudiado a Charpentier, habrá comprobado cómo sitúa la estrella principal de Virgo, Spica, en relación con la catedral de Reims.
– En efecto, sí -asintió.
– Pues es incorrecto. Entre todas las catedrales, la principal es, desde luego, Chartres. ¿Por qué si no iba Charpentier a dedicarle su obra? ¿No lo entiende aún? El plano de Charpentier ¡debe verse como si fuera el reflejo de un espejo! De esa forma, si usted mira el plano de Charpentier invertido, como un reflejo en un espejo, Spica ya no corresponde a Reims, sino a Chartres. Y despeja otra cuestión: por qué no todas las «estrellas» de Virgo se correspondían con catedrales. Ése era un problema que se daba con las estrellas menores de la constelación. Vistas del revés, en cambio, encajan con ciudades que tienen catedral.
– Espere un momento -dijo Témoin sacándose del interior de la chaqueta un cuaderno de notas, con las tablas de correspondencia entre estrellas y catedrales esbozada por Charpentier-. Lo que usted dice lo cambia todo.
– Así es -asintió Bremen-. Lo que me sorprende es que no se haya dado usted cuenta antes.
– Déjeme modificar la tabla que he elaborado de este asunto.
Témoin, inclinado sobre la mesa, tomó el tosco dibujo de Charpentier y comparándolo con el mapa de Virgo que fotocopió en su casa, sacó rápidamente los nuevos datos. Visto desde esa óptica «inversa», ¡hasta las estrellas menores coincidían con catedrales! Su lista quedó así:
CORRESPONDENCIA «INVERSA»
CATEDRALES-ESTRELLAS DE VIRGO
Catedral gótica Fecha construcción Estrella a la que corresponde
Chartres 1194 Alfa virginis (Spica)
Reims 1211 Zeta virginis
Bayeaux 1206 Gamma virginis (Porrima)
Amiens 1220 Delta virginis (Minelauva)
Évreux 1248 Teta virginis
Coutances 1218 Eta virginis
Chalons 1230 Tau virginis
Estrasburgo 1220 Virginis 109
– He de reconocer que ha logrado sorprenderme, señor Bremen -admitió Témoin sin levantar la vista de su nueva tabla-. Incluso así se salva una aparente contradicción que ya había detectado en Charpentier: que la estrella principal, Spica o Alfa virginis, se correspondiera con Reims, una catedral más moderna que Chartres y no con ésta, que es la primera de su especie.
Bremen asintió satisfecho.
– Pero me queda una pregunta que no sé si podrá responder.
– Usted dirá -repuso el maestro.
– Vézelay queda absolutamente fuera de ese esquema, y sin embargo, como sucede con las catedrales, al ser fotografiada por nuestro satélite mostró también la misma anomalía «energética» que las construcciones de Virgo. ¿Por qué?
La enorme humanidad de Bremen -como Michel solía llamar a alguien cuando era corpulento- se replegó como si tuviera que gestar la respuesta dentro de su estómago. Tomó la jarra de cerveza que tenía delante y apuró la mitad sin respirar, antes de tomar la palabra. El ingeniero aguardó.
– Está bien, querido amigo. Está claro que usted no se ha leído el libro de Charpentier a fondo.
– ¿Por qué lo dice?
– Porque de lo contrario habría visto que cita cómo, mucho antes de ponerse en marcha el plano de Virgo, los benedictinos ensayaron algo parecido con las abadías de diversas regiones del país. Aquí, en la Borgoña, si coloca sobre un mapa las siete principales abadías de esta orden, obtendrá una reproducción aproximada de la Osa Mayor, del Gran Carro. [24]
– ¿De veras?
– ¡Naturalmente!
– ¿Y eso qué sentido tiene?
– ¿Sentido? -replicó Bremen-. Eso, amigo mío, es algo que a usted le corresponde encontrar. Yo sólo le puedo dar algunas indicaciones a título personal, porque si lo que quiere es saber por qué su satélite ha fotografiado en blanco esos lugares, ¡no tengo ni la más remota idea!
– ¿Qué indicaciones?
El profesor apuró de otro largo, pausado y asfixiante trago el resto de su cerveza, antes de responder.
– Bueno. Tal vez debería usted hablar con el padre Pierre. Vive aquí mismo, y es la persona que más sabe de estas cosas. Yo aprendí con él que, a veces, la Tierra es capaz de descargar su fuerza sobre el entorno en forma de radiaciones, corrientes electromagnéticas y fuerzas que pueden parecer sobrenaturales. Si logra convencerle de que hable con usted y le dice algo de interés, llámeme luego, ¿de acuerdo?
Témoin le miró de hito en hito.
– ¿No viene conmigo?
Disposición de las abadías del Cister que imitan la Osa Mayor
– ¡Oh, no! El padre y yo tenemos ciertas diferencias, y si le acompaño dudo que le atienda demasiado bien.
– Es una lástima. Es usted la segunda persona que me ha hablado de él hoy.
Y entregándole una tarjeta, Bremen desapareció.