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Letizia, como antes hiciera François Bremen o el padre Pierre, se inclinó sobre las imágenes del ERS-1 tratando de emplazar la misteriosa emisión a la que se refería el ingeniero. Se colocó unas gafas de vista cansada que extrajo de su pequeño bolso rojo, y paseó su mirada por las tomas que Michel había extendido frente a ella.

– ¿Conoces algún «efecto» arquitectónico que pueda provocar esta clase de emisiones?

Ella le miró a los ojos, sorprendida.

– ¿Bromeas? El ingeniero no soy yo.

Témoin negó con la cabeza, como si desaprobara aquel comentario.

– Supongo que el padre Pierre te pondría al día de sus investigaciones sobre radiestesia -continuó Letizia-. Yo fui alumna suya, y él nos enseñó que los antiguos sabían que cada figura geométrica, debidamente manejada, emite su propia vibración. Se trata de vibraciones sutiles, que hoy llaman ondas de forma, pero que dudo puedan ser captadas desde el espacio.

– ¿Insinúas que las catedrales son figuras geométricas gigantescas?

– Están hechas usando combinaciones infinitas de ellas.

– ¿Y qué otra posibilidad hay?

– No muchas -dudó Letizia-. En la antigüedad no se habla de muchos objetos capaces de irradiar microondas, la verdad. Sin embargo…

– ¿Sin embargo?

– Bueno, es sólo una posibilidad. En las catedrales de Chartres y Amiens se muestra en sus fachadas un relieve que representa al Arca de la Alianza. Es como si quisieran decirnos que las catedrales representan el nuevo pacto con Dios, y que ellas son la última versión del «vehículo» para comunicar con la divinidad, tal como servía el Arca.

– ¿Y bien?

– En el Éxodo se pone mucho énfasis en el poder del Arca. Nadie podía acercarse sin tomar las medidas oportunas, o vestido de metal, a riesgo de caer enfermo o calcinado en el acto. Suena a radiactividad, ¿no crees?

– ¿Y dónde está el Arca?

– Ésa es la cuestión, nadie lo sabe. Unos creen que fue robada en tiempos de Salomón y llevada a Etiopía; otros, que se la llevó Tito en el año 70 d. C. cuando los romanos saquearon Jerusalén y se llevaron el ajuar del Templo de Salomón, Menorah o candelabro de los siete brazos incluido. Hasta se señala a los templarios como los responsables de su hallazgo, que se cree pudieron haberse traído a Francia en secreto.

Témoin miró a Letizia fascinado. Bella e inteligente, volvía a tener su corazón en un puño.

– ¿Tú por cuál te inclinas?

– Imposible saberlo.

– Yo por la última. Es una corazonada, lo sé, pero buscaré en Chartres.

– ¿Podré acompañarte?

Michel, atónito, la perforó con la mirada.

– Bueno -admitió Letizia-, no me gustaría que descubrieras algo en Chartres y yo no estuviera cerca para verlo. Además, creo que podré serte útil.

– ¿Y Marcel?

– Quedamos en no hablar de eso. ¿Recuerdas?

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