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Cuando me iba a parar, el viejo se adelantó y me detuvo:

– No se preocupe, voy a averiguar por los muchachos.

A lo mejor sabe lo importante que es este ejercicio de recordar. Sentí que me pedía que volviera a cerrar los ojos y regresara a donde había dejado a Rosario cuando él me interrumpió. Pero ya lo he olvidado. Fueron tantos nuestros ires y venires que es difícil precisar los recuerdos. Ahora sólo quiero verla de nuevo, volver a mirarme en esos ojos intensos que hacía tres años había dejado de ver. Quiero apretarle su mano para que sepa que yo estoy ahí y que ahí siempre voy a estar. Si volviera a cerrar mis ojos no sería para recordar sino para soñar con los días que vendrían junto a Rosario, para imaginármela viviendo esta nueva oportunidad que le daba la vida, para imaginarme a mí viviéndola con ella, entregados a culminar lo que no hubo tiempo de terminar en una sola noche, esa sola noche que amerita cerrar siempre los ojos para recordarla con la misma intensidad.

– No me has contestado, Rosario -creo que así empezó todo.

Estaba dulce, tierna, no sabía si era por el alcohol o porque así era ella cuando quería enamorar. O porque así la veía yo cuando la quería más. Estábamos muy cerca, más que siempre, no supe si también era por el alcohol, o porque yo creía que ella me estaba queriendo más, o si era porque yo la quería enamorar.

– Contestame, Rosario -insistí-. ¿Alguna vez te has enamorado?

Aunque su sonrisa podría ser su más bella respuesta, yo quería saber más, quizás buscaba en sus palabras el milagro que tanto esperaba, mi nombre escogido entre los tantos que tuvo y que en ese instante tenía, pero elegido entre todos como un reconocimiento al más grande amor que le hubieran profesado, o si por obvias razones mi nombre no se encontraba ahí, por lo menos saber quién pudo haberle despertado ese sentimiento que a mí me mataba pero que en ella no parecía existir.

Esa vez tampoco me respondió como yo quería, no con mi nombre ni con ningún otro. Su respuesta fue en cambio una pregunta asesina, como todo lo suyo, que si no me mató sí me dejó mal herido, y no por la pregunta en sí, sino porque estaba borracho y fui sincero y saqué valor para responderle, para mirarla a los ojos cuando me preguntó:

– Y vos, parcero, ¿alguna vez te has enamorado?

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