Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Incluso después, cuando volvieron a estar en sus cabales, les pregunté por el incidente, pero ninguno de los dos recordaba nada, a duras penas una vaga idea del infierno que habíamos vivido en la finquita.

La razón por la cual me habían llamado me hizo arrepentirme de haber ido a su encuentro. Me dijeron que necesitaban plata y yo generosamente les ofrecí la poca que me quedaba. Pero eso no era lo que buscaban.

– No, parcero -me dijo Rosario -, es que necesitamos mucha plata.

– Pero ¿cómo cuánta? -insistí.

– Como mucha, viejo, como mucha -dijo Emilio.

Pero lo grave resultó no ser la cantidad sino el origen, el sitio donde yo, el elegido unánimemente por ellos, debería reclamar esa plata y la forma como tenía que reclamarla.

– Solamente deciles que vas de parte mía -dijo Rosario.

– Pero ¿por qué yo? -pregunté angustiado-. ¿Por qué no van ustedes?

– Porque por ahora no me quieren ver -explicó Rosario.

– Entonces ¿por qué te van a dar plata?

– Porque se la voy a pedir -dijo ella-. Acordate muy bien:

tenés que decir que yo se la mando pedir por las buenas, acordate: por las buenas.

– ¿Cómo así? -volví a preguntar todavía más angustiado-.

¿Cómo así que por las buenas?

– Ellos entienden, parcero, limitate a hacer lo que te digo.

– ¿Y por qué no vas vos? -le dije a Emilio.

– ¡¿Yo?! -contestó la gallina-. No ves que yo soy el novio.

– Mirá, parcero -me dijo Rosario tratando de ser paciente-, si en algo me querés, haceme ese favor.

«Si en algo me querés… -pensé yo-, el amor esgrimiendo una de sus peores armas». Pues claro que la quería, pero ¿qué tanto ella a mí para meterme en ésas? ¿Hasta dónde tendría que bajar yo para justificarle o justificarme su «si en algo me querés»?

¿Qué validez tiene el chantaje en el amor, donde todo se vale?

¿Será que alguien quiere a los cobardes? ¿Al último de la fila?

– Pero ¿para qué tanta plata? -me resolví por otro tema.

– No preguntés güevonadas -me dijo Emilio-. Vas a ir ¿sí o no?

– Pues claro que va a ir -dijo ella y me tomó la mano con cariño-. Claro que vas a ir.

Su juego sucio me hizo descubrir el tope del amor por alguien, el punto crítico donde ya no me importaba morir por Rosario. La veía con mi mano entre las suyas, con sus ojos tiernos así fuera mentira su mirada, con su lengua mojando inútilmente sus labios secos y no podía, no quería decirle que no. No me importaba su descaro al utilizarme, ni el falso amor de esas manos, de esos ojos y de esa lengua. Si ya estaba perdido nada perdía con perderme.

– Entonces ¿qué tengo que hacer?

– Nada -dijo ella como si fuera cierto-. Solamente preguntá por él.

– ¿Y cómo le dijo? -pregunté-. Señor, doctor, don…

– Como vos querás -dijo ella, dulcemente.

– ¿Y si me matan? -pregunté embrutecido por su dulzura.

– Pues te enterramos -contestó Emilio cagado de la risa.

Ella me apretó la mano más fuerte, y me miró engañándome más amorosa y su lengua asesina volvió a salir esta vez un poco más húmeda.

– Si te matan yo los mato y después me mato yo misma.

A «él» no llegué a conocerlo. Para mi suerte, la misión resultó un fracaso, un intento que no traspasó la portería del edificio donde supuestamente se refugiaban porque ya les habían montado la cacería. Lo único que conseguí fue que cinco monstruos acorazados me llevaran arrastrando hasta un garaje para someterme a un interrogatorio de una hora, intimidado por sus armas, insultos y risitas tenebrosas. Pero lo peor es que todo había sido en vano: cuando volví a donde Rosario y Emilio, todavía sin poderme sostener por el temblor en las piernas, los encontré más ausentes y más extraños que nunca.

– ¿Cuál plata? -me preguntó Emilio.

– ¿De dónde es que venís? -me preguntó Rosario.

– Te la fumaste verde, viejo -me dijo él.

– Estás en la puta olla -me dijo ella y no volvieron a tocar el tema.

Rosario tenía razón respecto al sitio donde yo estaba. A mí, solamente a mí se me pudo haber ocurrido hacerle caso a ese par de degenerados que no sabían ni en qué sitio del planeta se encontraban. «Si en algo me querés…» pensé, «me pudieron haber matado y a estos dos nadie los hubiera bajado de su nube» pensé con rabia, «estoy en la puta olla» pensé con rabia y tristeza.

21
{"b":"87974","o":1}