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– ¿Y los duros? -le pregunté-. ¿No te joden?

– ¿Cuáles? ¿Los muchachos?

– Hasta donde yo sé no son tan muchachos -le dije.

– Bueno, pero así les decimos nosotras -aclaró Rosario.

No sé a quiénes se refería con «nosotras», pero supuse, aunque odio suponer, que se refería a otras Rosarios, compañeras en su aventura, igual de arriesgadas e igual de hermosas.

– Todos joden, parcero, todos -me dijo-. Y a lo mejor vos cuando te consigás una novia también la vas a joder.

«¿Novia?» pensé, ni siquiera a ella podía imaginarla como tal, era extraño, la quería con todas mis ganas pero no sabía cómo imaginármela conmigo. Nunca tuve la palabra «novia» ni ninguna por el estilo en mis pensamientos con ella. Más que una palabra, Rosario era una idea que hice mía, sin títulos, ni derechos de propiedad, algo tan sencillo pero a la vez tan complejo como decir «Rosario y yo».

– Lo que yo no entiendo es esa manía que tienen las mujeres de quejarse y al mismo tiempo dejarse joder -le reproché.

Levantó los hombros y los bajó: la respuesta sin remedio, la actitud ante lo que no se quiere cambiar. Pero sus palabras me devastaron, hablaba de una novia que yo me iba a conseguir, que por supuesto no era ella y además me sentenció que la iba a joder. No se dio cuenta de que al excluirse el jodido era yo, sabía que yo era distinto porque así me lo dijo, pero se excluía, quedando jodidos los dos.

– No es manía, parcero -dijo ella-, sino que si todos joden, no hay manera de cambiar.

«¡¿Y yo, Rosario?!», gritó mi pensamiento. «¿Y yo? ¡Si acabás de decir que yo soy distinto!», grité por dentro sin atreverme a abrir la boca para preguntar, para reclamar por la excepción que había hecho, por el lugar que me merecía, y apreté los labios para gritarle más fuerte, para reclamarle «¡¿Y yo qué, Rosario?!». Entonces no sé si lo que sucedió fue una asquerosa coincidencia o fue que ella alcanzó a escuchar un eco en mi silencio, porque sin que yo le preguntara nada me dijo:

– Vos, parcero, vos sos un bacán -y estiró el brazo frente a mí para que chocáramos las manos.

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