– Ninguna. Debemos esperar.
– Esperaremos.
– Gracias, Mercedes, gracias.
– No me des las gracias, soy yo quien os tiene que pedir perdón.
– No hace falta, lo importante es que los cuatro estemos unidos.
– He estado a punto de tirar por la borda nuestra amistad. Lo siento.
– No digas nada, Mercedes, no digas nada.
Bruno colgó el teléfono sin poder contener las lágrimas. Lloró mientras rezaba agradeciendo a Dios que le hubiese ayudado a convencer a Mercedes. Luego fue al baño a lavarse la cara y regresó al salón.
Carlo y Hans estaban en silencio, meditabundos e impacientes.
– No hará nada -les dijo al entrar.
Los tres hombres se fundieron en un abrazo, llorando sin sentir vergüenza. Bruno acababa de librar una batalla que se les había antojado imposible de ganar.