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»Seguramente, cuando Téraj se desplazó a Jaran, lo hizo no sólo con sus hijos Abraham y la esposa de éste, Sara, y Najor y su mujer Milca. También les acompañó Lot, el hijo de su hijo Haran, muerto en la juventud. Sabemos que entonces las familias formaban tribus que se desplazaban de un lugar a otro con

sus rebaños y enseres, y que se asentaban periódicamente en lugares donde cultivaban un pedazo de tierra para cubrir sus necesidades de subsistencia. De manera que Téraj, al dejar Ur para asentarse en Jaran, lo hizo acompañado por otros familiares, parientes en grado más o menos próximo. Pensamos… mi abuelo, mi padre, mi marido Ahmed Huseini y yo pensamos que un miembro de la familia de Téraj, seguramente un aprendiz de escriba, pudo tener una relación estrecha con Abraham y que éste le explicó sus ideas sobre la creación del mundo, su concepción de ese Dios único y quién sabe cuántas cosas más. Durante años hemos buscado en la región de Jaran otras tablillas del mismo autor. El resultado ha sido nulo. Mi abuelo ha dedicado su vida a investigar cien kilómetros a la redonda de Jaran y no ha encontrado nada. Bueno, el trabajo no ha sido estéril: en el museo de Bagdad, en el de Jaran y en el de Ur y en tantos otros hay cientos de tablillas y objetos que mi familia ha ido desenterrando, pero no encontrábamos esas otras tablillas con los relatos de Abraham que…

Con gesto malhumorado, un hombre levantó la mano y la agitó, lo que desconcentró a Clara Tannenberg.

– Sí…, ¿quiere decir algo?

– Señora, ¿está usted afirmando que Abraham, el patriarca Abraham, el Abraham de la Biblia, el padre de nuestra civilización, le contó a no sé quién su idea de Dios y del mundo, y este no sé quién lo escribió, como, si de un periodista cualquiera se tratara, y que su abuelo, que por cierto ninguno de nosotros tenemos el gusto de conocer, ha encontrado esa prueba y se la ha guardado durante más de medio siglo?

– Pues sí, eso es lo que estoy diciendo.

– ¡Ah! Y dígame, ¿por qué no informaron de nada hasta ahora? Por cierto, ¿sería tan amable de explicarnos quién es su abuelo y su padre? De su marido ya sabemos algo. Aquí nos conocemos todos y siento decirle que para nosotros usted es una ilustre desconocida a la que, por su intervención, calificaría de infantil y fantasiosa. ¿Dónde están esas tablillas de las que habla? ¿A qué pruebas científicas las ha sometido para garantizar su autenticidad y datar la época a la que dice pertenecen? Señora, a los congresos se viene con trabajos solventes, no con historias de familia, de familia de aficionados a la arqueología.

Un murmullo recorrió toda la sala mientras Clara Tannenberg, roja de ira, no sabía qué hacer: si salir corriendo o insultar a aquel hombre que la estaba ridiculizando y ofendiendo a su familia. Respiró hondo para darse tiempo, y vio cómo Ahmed se ponía en pie mirándola furioso.

– Querido profesor Guilles…, sé que ha tenido miles de alumnos en su larga vida como docente en la Sorbona. Yo fui uno de ellos; por cierto, a lo largo de la carrera usted me dio siempre matrícula de honor. En realidad, obtuve matrícula de honor en todas las asignaturas, no sólo en la suya, y creo recordar que en la Sorbona se hizo una mención especial a «mi caso», porque, insisto, durante cinco años la nota de todas las asignaturas era matrícula de honor y me licencié con sobresaliente cum laude . Después, profesor, tuve el privilegio de acompañarle en sus excavaciones en Siria, también en Irak. ¿Recuerda los leones alados que encontramos cerca de Nippur en un templo dedicado a Nabu? Lástima que las figuras no estuvieran intactas, pero al menos tuvimos suerte al dar con una colección de sellos cilíndricos de Asurbanipal… Sé que no tengo ni sus conocimientos ni su reputación, pero llevo años dirigiendo el departamento de Excavaciones Arqueológicas de Irak, aunque hoy es un departamento muerto; estamos en guerra, una guerra no declarada, pero guerra. Llevamos diez años sufriendo un cruel bloqueo y el programa de petróleo por alimentos apenas nos da para subsistir como pueblo. Los niños iraquíes se mueren porque en los hospitales no hay medicinas y porque sus madres no alcanzan a poder comprarles comida, de manera que poco dinero podemos dedicar a excavar en busca de nuestro pasado, en realidad del pasado de la civilización. Todas las misiones arqueológicas han abandonado su trabajo en espera de tiempos mejores.

»En cuanto a mi esposa, Clara Tannenberg, lleva años siendo mi ayudante; excavamos juntos. Su abuelo y su padre han sido hombres apasionados por el pasado que en su momento ayudaron a financiar algunas misiones arqueológicas…

– ¡Ladrones de tumbas! -clamó alguien del público.

Aquella voz y el estruendo de la risa nerviosa de algunos asistentes se le clavaron como cuchillos a Clara Tannenberg. Pero Ahmed Huseini no se inmutó y continuó hablando como si no hubiera escuchado nada ofensivo.

– Pues bien, estamos seguros de que el autor de esas dos tablillas que guardó el abuelo de Clara llegó a trasladar a ellas los relatos que asegura le contó Abraham. Efectivamente, podemos estar hablando de un descubrimiento transcendental en la historia de la arqueología, pero también de la religión y de la tradición biblista. Creo que deberían permitir que la doctora Tannenberg continuara. Clara, por favor…

Clara observó agradecida a su marido, respiró hondo y, temerosa, se dispuso a continuar. Si algún otro vejestorio la interrumpía y trataba de humillarla gritaría y le insultaría, no se iba a dejar pisotear. Su abuelo se sentiría decepcionado si hubiese visto la escena que estaban viviendo. Él no quería que pidiera ayuda a la comunidad internacional. «Son todos unos arrogantes hijos de puta que se creen que saben algo.» Su padre tampoco le hubiese permitido venir a Roma, pero su padre estaba muerto y su abuelo…

– Durante años nos concentramos en Jaran buscando restos de esas otras tablillas que estamos seguros de que existen. No encontramos ni rastro. Precisamente en la parte superior de las dos que encontró mi abuelo aparecía el nombre de Shamas. En algunos casos los escribas solían poner su nombre en la parte superior de la tablilla, así como el del supervisor de la misma. En el caso de estas dos tablillas sólo aparecía el de Shamas. ¿Quién es Shamas, se preguntarán?

»Desde que Estados Unidos declaró a Irak su peor enemigo, han sido frecuentes las incursiones aéreas.

»Recordarán que hace un par de meses unos aviones norteamericanos que sobrevolaban Irak dijeron ser atacados por misiles desde tierra, a lo que respondieron soltando una carga de bombas. Pues bien, en la zona bombardeada, entre Basora y la antigua Ur, en una aldea llamada Safran, quedaron al descubierto los restos de una edificación y una muralla cuyo perímetro calculamos en más de quinientos metros.

»Dada la situación de Irak, no ha sido posible prestar la atención merecida a esa edificación, por más que mi esposo y yo, junto con un pequeño contingente de obreros, comenzamos a excavar con más voluntad que medios. Creemos que el edificio pudo ser el almacén de una casa de las tablillas u otro anexo de un templo. No lo sabemos a ciencia cierta. Hemos encontrado restos de tablillas y la sorpresa fue que entre estos restos encontramos una con el nombre de Shamas. ¿Es el mismo Shamas relacionado con Abraham?

»No lo sabemos, pero pudiera ser que sí. Abrán emprendió el viaje a Canaán con la tribu de su padre. Existe la creencia de que el patriarca se quedó en Jaran hasta que su padre murió, que entonces fue cuando inició el viaje a la Tierra Prometida. ¿Shamas formaba parte de la tribu de Abraham? ¿Le acompañó a Canaán?

»Quiero pedirles que nos ayuden, nuestro sueño sería que se creara una misión arqueológica internacional. Si encontráramos esas tablillas… Durante años me he preguntado en qué momento Abraham dejó de ser politeísta, como sus contemporáneos, y pasó a creer en un solo Dios.

El profesor Guilles volvió a levantar la mano. El viejo profesor de la Sorbona, uno de más reputados especialistas mundiales sobre la cultura mesopotámica, parecía dispuesto a amargarle el día a Clara Tannenberg.

– Señora, insisto en que nos muestre las tablillas de las que habla. De lo contrario, permítanos debatir a los que estamos aquí y tenemos algo que aportar.

Clara Tannenberg no aguantó más. Un rayo de ira atravesó sus ojos azules.

– ¿Qué le pasa, profesor? ¿No soporta que alguien que no sea usted pueda saber algo sobre Mesopotamia e incluso hacer un descubrimiento? ¿Tanto sufre su ego…?

Guilles se levantó con parsimonia y se dirigió al auditorio:

– Regresaré a la ponencia cuando se vuelva a hablar de cosas serias.

Ralph Barry se creyó obligado a intervenir. Carraspeó y se dirigió a la veintena de arqueólogos que asistían malhumorados a la escena protagonizada por aquella desconocida colega.

– Siento lo que está pasando. No entiendo por qué no somos un poco más humildes y escuchamos lo que nos cuenta la doctora Tannenberg. Es arqueóloga como nosotros, ¿por qué tantos prejuicios? Está exponiendo una teoría; escuchémosla y luego opinemos, pero descalificarla a priori no me parece muy científico.

La profesora Renh, de la Universidad de Oxford, una mujer de mediana edad con el rostro curtido por el sol, levantó la mano solicitando hablar.

– Ralph, aquí nos conocemos todos… La señora Tannenberg se ha presentado contando algo sobre unas tablillas que no ha mostrado, ni siquiera en fotografía. Ha hecho un alegato, al igual que su marido, sobre la situación política de Irak, que yo personalmente lamento, y ha expuesto una teoría sobre Abraham que francamente parece más fruto de la fantasía que de un trabajo científico.

»Pero estamos en un congreso y mientras en otras salas nuestros colegas de otras especialidades están presentando trabajos y conclusiones, nosotros… nosotros, tengo la impresión de que estamos perdiendo el tiempo.

»Lo siento, pienso como el profesor Guilles. Me gustaría que nos pusiéramos a trabajar.

– ¡Eso es lo que estamos haciendo! -gritó indignada Clara.

Ahmed se levantó y mientras se ajustaba la corbata se dirigió a los presentes sin mirar a nadie en particular.

– Les recuerdo que los grandes descubrimientos arqueológicos vinieron de la mano de hombres que supieron escuchar y buscar entre las brasas de las leyendas. Pero ustedes no quieren ni siquiera considerar lo que les estamos exponiendo. Esperan. Sí, esperan a ver qué pasa, el momento en que Bush ataque Irak. Ustedes son ilustres profesores y arqueólogos de los países «civilizados», de manera que porque tengan más o menos simpatía por Bush tampoco se van a jugar el pellejo defendiendo un proyecto arqueológico que suponga acudir a Irak. Puedo entenderlo, pero lo que no comprendo es por qué esa actitud cerrada que les impide siquiera escuchar e intentar averiguar si algo de lo que les decimos es o puede ser verdad.

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