Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Amaba a su padre, que le había guiado a lo largo de su vida. De él había aprendido cuanto sabía, y observando sus manos diestras construyendo estatuas había comprendido que unas manos no hacen un Dios.

Téraj creía en Él, y había logrado prender a Dios en el alma del resto de la tribu, aun hoy propicia a honrar las figuras de dioses de barro profusamente adornados de los santuarios.

Abrán caminaba con paso ligero. Tenía que llegar a la casa de su padre, donde Sara le aguardaría despierta a pesar de que hacía rato que había caído el sol.

Sentía la necesidad de apresurar el paso porque sabía que Téraj le estaba esperando. Su padre le llamaba angustiado.

Cuando llegó cerca de Jaran se encontró a un hombre de la tribu que aguardaba para llevarle rápido junto a su padre. La tarde anterior, le explicó, Téraj había caído en un sopor del que nadie lograba despertarlo y sólo murmuraba el nombre de Abrán.

Cuando entró en la casa mandó a las mujeres que salieran de la estancia de su padre y pidió a su hermano Najor que le dejara velar al anciano.

Najor, agotado por la larga jornada, salió a respirar el aire fresco de la noche mientras Abrán cuidaba de Téraj. Quienes estaban en la casa escuchaban los murmullos apagados de la voz de Abrán, aunque también creyeron escuchar la voz cansada del anciano.

El amanecer les sorprendió con la muerte de Téraj. La esclava de Sara, la esposa de Abrán, se acercó a su tienda para avisar a Yadin, el padre de Shamas, que se apresuró a ir a la casa de Téraj situada a pocos pasos de la suya. Encontró a Abrán y a su hermano Najor, junto a las mujeres de ambos, Sara y Milca, y su sobrino Lot.

Las mujeres lloraban y se mesaban el cabello, mientras los hombres no lograban articular palabra, tan grande era su desolación.

Yadin se hizo cargo de la situación y envió a por su esposa para que, con ayuda de las otras mujeres, lavaran el cadáver de Téraj y lo prepararan para dormir el sueño eterno en la tierra de Jaran.

Téraj había muerto en el lugar que amaba por encima de todos los demás, puesto que en Jaran, en ese ir y venir con el ganado en busca de pastos y de grano, habían nacido casi tantos antepasados suyos como en Ur.

La tribu guardó el plazo de rigor antes de entregar el cuerpo de Téraj a la tierra seca y quebradiza de esa época del año.

Abrán reflejaba en el rostro el dolor de la orfandad. Téraj había sido su padre y su guía, le había enseñado todo cuanto sabía. Le había ayudado a encontrar a Dios y nunca le había reconvenido por reírse de las figuras de barro que ellos convertían en dioses por encargo de algún noble señor o del mismísimo rey.

Téraj había sentido a Dios en su corazón, lo mismo que lo había sentido Abrán. Ahora le tocaba a él dirigir la tribu, y cuidar de llevarla a tierras donde hubiera pastos y pudieran vivir sin temor. Una tierra prometida por Dios.

– Iremos a Canaán -anunció Abrán-. Preparémonos para partir.

Los hombres discutieron sobre el camino que deberían seguir. Unos preferían asentarse en Jaran, otros proponían regresar a Ur y los más seguirían a Abrán donde fuera que éste se encaminara.

Yadin se reunió con su pariente, ahora convertido en jefe de la tribu.

– Abrán, no te acompañaremos a Canaán.

– Lo sé.

– ¿Lo sabes? ¿Cómo es posible si hasta ayer ni yo lo sabía?

– Se podía leer en la mirada de tu familia que no me acompañaríais. Shamas sueña con regresar a Ur, tu esposa añora aquella ciudad, donde quedó su familia, e incluso tú prefieres guiar a tu clan yendo y viniendo de Ur a Jaran buscando en cada momento pastos y grano con que alimentaros. No, no tengo nada que reprocharte. Entiendo tu decisión, y me alegro por Shamas.

– Sin duda la añoranza que leo en los ojos de mi hijo me ha decidido a regresar.

– Shamas está llamado a perdurar a través de sus escritos. Será un buen escriba, un hombre justo y sabio. Su destino no es pastorear.

– ¿Cuándo partirás con la tribu?

– No antes de una luna. Tengo cosas que hacer, y sobre todo no puedo marchar hasta terminar el relato que le estoy contando a Shamas. Tiene que explicar a los nuestros que quedan en Ur y a cuantos encuentre a lo largo de la vida, quiénes somos, de dónde venimos y cuál es la voluntad de Dios. No podemos entender por qué debemos afrontar el sufrimiento si no entendemos por qué nos hizo el Señor y la falta cometida por aquel primer hombre y la primera mujer.

»Sólo perdura lo que está escrito y antes de partir quiero que Shamas escriba cuanto le he de decir.

– Así será. Le diré a mi hijo que te busque, y le prepararé suficientes tablillas para que pueda guardar todo lo que vayas a decirle.

Abrán le esperaba en el lugar de siempre, a las afueras de Jaran. Apenas habían hablado desde la muerte de Téraj. El niño se acercó con aire circunspecto, deseando encontrar las palabras que transmitieran el pesar que sentía por la ausencia del anciano y el dolor de Abrán. Pero no hizo falta que dijera nada porque Abrán le apretó el hombro en señal de reconocimiento y le invitó a sentarse a su lado.

– Sentiré no verte más -le aseguró Abrán.

– ¿No regresarás nunca a Ur, ni siquiera a Jaran? -preguntó preocupado Shamas.

– No. El día en que me ponga en camino será para siempre y sin mirar atrás. No volveremos a vernos, Shamas, pero te sentiré en el corazón y espero que no me olvides. Tú guardarás las tablillas con la historia del mundo y les explicarás a los nuestros lo que yo te he explicado a ti. Han de saber la verdad y dejar de adorar figuras de barro pintado de púrpura y oro.

Shamas asintió abrumado por el encargo de Abrán, que era señal de su confianza en él. Tímidamente le preguntó si Él le había vuelto a hablar.

– Sí, lo hizo el día en que preparaba a Téraj para devolverle a la tierra con que modeló al primer hombre. He de cumplir con lo que me ordena. Debes saber, Shamas, que mi estirpe se extenderá por todos los rincones de la Tierra, y de mí dirán que soy el padre de muchos.

– Entonces te llamaremos Abraham -afirmó el niño dibujando una sonrisa incrédula puesto que sabía que Sara, la esposa de Abrán, no le había dado hijos.

– Tú lo has dicho, así me conocerán los hijos de mis hijos y los hijos de sus hijos y los hijos de los hijos de éstos, y así a través de los tiempos.

Al niño le impresionó la firmeza con que Abraham aseguraba que se iba a convertir en el padre de muchas tribus. Pero le creyó, como siempre le había creído, sabiendo que nunca le había mentido y que era el único de todos ellos que podía hablar con Dios.

– Les diré a todos que deben de llamarte Abraham.

– Así lo harán. Ahora prepárate, porque debes escribir. Son muchas las cosas que tienes que conocer antes de separarnos.

Shamas sacó el cálamo y se colocó la tablilla sobre las rodillas, dispuesto a escribir cuanto le contara Abraham.

– Noé vivió novecientos cincuenta años y tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Ellos repoblaron la tierra con sus hijos y los hijos de éstos. Entonces todos los hombres hablaban la misma lengua, la lengua que hablaba Noé.

»Al desplazarse los hombres de un lugar a otro, hallaron una vega en el país de Senaar y empezaron a fabricar ladrillos cociéndolos al fuego. El ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa y empezaron a edificar una ciudad y también decidieron construir una torre tan alta que se viera desde cualquier lugar de la Tierra. Una torre con la que acercarse al Cielo y llamar a la puerta de la morada de Dios. Cuando estaban construyéndola Él bajó a ver la obra de los hombres, y volvió a dolerse por su soberbia y de nuevo les castigó.

– Pero ¿por qué? -se atrevió a preguntar Shamas-. No veo dónde está el mal por querer alcanzar el cielo. En Ur los sacerdotes estudian las estrellas y por ello tienen que acercarse al firmamento. En Ur el rey pensaba construir un zigurat cerca de Safran para que los sacerdotes pudieran descifrar los misterios del Sol y de la Luna, la aparición y desaparición de las estrellas, los pesos y las medidas. Sabemos que la Tierra es redonda porque así lo han calculado los sacerdotes observando el cielo…

– ¡Calla, calla! -le conminó Abraham-. Debes escribir lo que te cuento y no discutir con Dios.

Shamas guardó silencio. Temía a Dios, a ese Dios que era el suyo porque era el de Abraham y el de su clan, pero que capaz de leer en sus corazones se enfadaba a menudo con los hombres. ¿Le castigaría a él por pensar que era injusto?

– Aquellos hombres -continuó Abraham- querían desafiar el poder de Dios, construir una torre en la que refugiarse si de nuevo Él decidía enviar un castigo terrible sobre la Tierra como lo había sido el Diluvio.

»De manera que esta vez decidió confundir el lenguaje de los hombres para que no se entendieran entre sí. Desde entonces cada clan tiene su propio lenguaje, y las tribus del norte no entienden a las del sur, ni las del este a las del oeste. Y así, en una ciudad encontramos hombres que tampoco se entienden entre ellos porque unos han llegado de un lugar distinto al de otros.

»El Señor no tolera ni el orgullo ni la soberbia en sus criaturas. No se puede desafiar a Dios, ni pretender acercarse a los límites que ha establecido entre el Cielo y la Tierra. [10]

De nuevo les sorprendió la aparición de la luna al ocaso y se encaminaron hacia Jaran. Abraham ayudaba a Shamas a llevar las tablillas. Ya en la puerta de la casa se encontraron a Yadin, quien invitó a pasar a su pariente y a compartir con ellos, un trozo de pan con leche.

Los dos hombres hablaron de los viajes que ambos habían de emprender en dirección contraria el uno del otro, sabiendo que era poco probable que volvieran a reunirse.

Yadin quería dejar de pastorear y asentarse para siempre en Ur, donde Shamas se convertiría en un escriba al servicio del palacio. Ili terminaría de enseñarle el manejo de las bullas y de los calculi , en los que Shamas había destacado durante su aprendizaje en Jaran.

En los últimos años, Shamas se había convertido en un adolescente consciente de que el aprendizaje exigía dedicación. Además, los escribas de Jaran no tenían con él ni la paciencia ni las contemplaciones que había tenido su maestro de Ur, y Shamas tuvo que esforzarse ante la amenaza de que no le seguirían enseñando si no hacía un esfuerzo mayor por aprender.

Pero aún debería adquirir muchos conocimientos para convertirse en un dub-sar (escriba) y, después de muchos años de ejercer de ello, adquirir el grado de ses-gal (gran hermano) y culminar su vida siendo un um-mi-a (maestro).

[10] Referencias a la Torre de Babel según la Biblia de Jerusalén.


43
{"b":"87776","o":1}