– Lo sé.
– Quiero acompañarles -les interrumpió Gian Maria.
Clara miró a Ayed y no le dio opción a responder.
– Vendrá con nosotros. Entra en el paquete.
– Tendré que cobrar más, y ya veremos si los hombres que nos manden para sacarnos de aquí quieren hacerse cargo de alguien más.
– Él viene conmigo -afirmó Clara señalando a Gian Maria.
– ¿Y qué harán con su amigo Ante Plaskic? -preguntó Miranda.
– Despídanos usted de él -respondió Ayed Sahadi.
– ¡Muy gracioso! -exclamó Miranda.
Cuando salieron del hotel nadie pareció fijarse en Ayed Sahadi y las dos mujeres vestidas de negro de la cabeza a los pies. Ninguno de los tres se percató de que Ante Plaskic les acechaba oculto en un recodo del vestíbulo.
Al croata no se le pasó por alto que Clara llevaba una bolsa a la que agarraba con fuerza, donde, estaba seguro, guardaría las tablillas, la Biblia de Barro . Sólo tenía que seguirla y arrebatárselas por las buenas o por las malas, aunque tuviera que matar al falso capataz.
Pero sus intenciones se vieron frustradas de inmediato. Los dos hombres y las dos mujeres montaron en un coche que desapareció en el caos de la ciudad. Había vuelto a perder a Clara, ahora tendría que buscarla fuera de Irak, y él sabía dónde: tarde o temprano la mujer se reuniría con Yves Picot, de manera que era cuestión de llegar antes que ella y esperar.
A la misma conclusión que Ante Plaskic había llegado mucho antes Lion Doyle, que estaba dispuesto a llevar a buen término lo que le faltaba del encargo: la eliminación de Clara. El profesor Picot era el hilo de Ariadna.