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– Tampoco sabemos a lo que se dedica Tannenberg -dijo Müller.

– A las antigüedades, según dice el informe -señaló el profesor Hausser.

– Eso es tan ambiguo… pero ¿cómo ha podido ser invisible durante esos años con estas amistades? -se preguntó Mercedes en voz alta.

– Tendríamos que obtener información sobre ese Robert Brown. Supongo que Luca podrá conseguirla. Pero ahora debemos decidir qué hacemos nosotros, ¿no os parece?

Estuvieron de acuerdo con Carlo. Era el momento de decidir qué pasos debían dar. Acordaron que Mercedes, Hans y Bruno se quedarían dos o tres días más en Roma a la espera de recibir noticias desde Ammán. También pedirían a Marini que, bien su compañía u otra que les recomendase, les hiciera un buen informe sobre Robert Brown.

– Bien, pongamos que Alfred Tannenberg es quien buscamos. ¿Cómo le mataremos y cuándo? -preguntó Mercedes.

– Luca me habló de determinadas agencias que hacen todo tipo de trabajos, ya os lo dije -apuntó Carlo.

– Pues busquemos ya una de ellas y contratemos a un hombre -insistió Mercedes-. Tenemos que estar preparados para cuando nos confirmen la identidad de Tannenberg. Cuanto antes terminemos, mejor. Llevamos toda nuestra vida esperando este momento. El día que el monstruo esté muerto dormiré tranquila.

– Le mataremos, Mercedes, de eso no te quepa ninguna duda -afirmó con rotundidad Bruno Müller-, pero tenemos que hacerlo bien. Supongo que uno no se presenta en una de estas agencias diciendo que quiere contratara un asesino. Me parece, Carlo, que, abusando de tu amistad con Luca Marini, debería ser él quien nos oriente sobre cómo contratar a un asesino.

Estuvieron hablando hasta la madrugada. No querían dejar un detalle por pensar, por comentar. Sentían cerca el final; por fin iban a cumplir el juramento que habían hecho tantos años atrás. Ninguno de ellos pensaba que había llegado demasiado tarde la venganza. Les era suficiente con cumplirla.

Se repartieron el trabajo, y acordaron librar un fondo para pagar a Luca Marini y al hombre que aceptara asesinar a Tannenberg.

* * *

En el café Il Greco de Via Condotti apenas había gente. Carlo Cipriani y Luca Marini tomaban un capuchino. Hacía calor para ser septiembre, y los turistas aún no habían tomado la plaza de España. Tampoco las elegantes tiendas de Via Condotti habían abierto sus puertas. A esa hora Roma aún se desperezaba.

– Carlo, hace años me salvaste la vida. Aquel tumor… No te voy a reprochar nada de lo que vayas a hacer, pero dime, ¿qué hay detrás de todo esto?

– Amigo mío, hay cosas que no se pueden explicar. Sólo quiero el nombre y un contacto de alguna de esas agencias que tienen hombres acostumbrados a todo.

– Cuando dices «a todo», ¿a qué te refieres?

– Lo que queremos es alguien que sepa defenderse, porque puede que tenga que meterse en la boca del lobo. Viajar a oriente Próximo ahora no es ir a Euro Disney. Dependiendo de lo que tú averigües, el destino puede ser Irak. ¿Cuánto crees que vale la vida en Irak hoy?

– Me estás engañando. Aún no he perdido mi olfato de policía.

– Luca, quiero que me pongas en contacto con una de esas agencias, nada más. Y quiero contar con tu discreción, con que mantendrás el debido secreto profesional. Tú mismo me dijiste que si había guerra no podrías tener allí a tus hombres, fuiste tú quien me sugirió que contratáramos a una de esas agencias.

– Hay un par de agencias formadas por ex miembros del SAS. Los británicos son muy profesionales, yo les prefiero a los norteamericanos. A mi juicio, la mejor es Global Group. Toma -añadió, dándole un tarjetón-, ésta es la dirección y los teléfonos. Tiene la central en Londres. Puedes preguntar por Tom Martin. Nos conocimos hace tiempo. Es un buen tipo, duro, descreído, pero buen tipo. Le llamaré para decir que te dé trato de amigo. Cobra una barbaridad.

– Gracias, Luca.

– No me des las gracias porque estoy preocupado; no sé bien qué queréis hacer tú y esos amigos tuyos. La que más miedo me da es esa mujer, Mercedes Barreda. En sus ojos no hay una brizna de piedad.

– Te equivocas con ella. Es una mujer excelente.

– Intuyo que te puedes meter en un lío. Si es así, te ayudaré hasta donde pueda, aún tengo buenos contactos en la policía. Procura ser prudente y no te fíes de nadie.

– ¿Ni siquiera de tu amigo Tom Martin?

– De nadie, Carlo, de nadie.

– Bueno, tendré en cuenta tu consejo. Ahora quiero pedirte otro informe sobre Robert Brown, un informe detallado. Queremos saberlo todo sobre ese mecenas.

– De acuerdo, no hay problema. ¿Para cuándo lo quieres?

– Ya.

– Me lo imaginaba. Pongamos tres o cuatro días, ¿qué te parece?

– Si no hay otro remedio…

– Es lo mínimo…

A esa misma hora, en la cafetería del hotel Excelsior Ahmed Huseini e Yves Picot también se disponían a desayunar.

Ambos tenían más o menos la misma edad. Eran arqueólogos, cosmopolitas, pero el destino les había convertido en un par de parias.

– Fue muy interesante lo que contaron usted y su esposa.

– Me alegro de que lo crea así.

– Señor Huseini, a mí no me gusta perder el tiempo y supongo que tampoco a usted, de manera que iré al grano. Enséñeme, si es que las tiene, las fotos de ese par de tablillas extraordinarias de las que hablaron usted y su esposa.

Ahmed sacó las fotos de una vieja cartera de cuero y se las dio a Picot, quien las examinó cuidadosamente durante un buen rato sin decir palabra.

– Y bien, ¿qué piensa? -le preguntó con cierta impaciencia Ahmed.

– Interesantes, pero tendría que verlas para hacer un juicio solvente. ¿Qué es lo que quieren?

– Que una misión arqueológica internacional nos ayude a excavar los restos de ese edificio. Tenemos la impresión de que puede ser una casa de tablillas anexa a un templo, o quizá una dependencia del mismo templo. Necesitamos material moderno y arqueólogos con experiencia.

– Y dinero.

– Sí, claro, usted sabe que no es posible excavar sin dinero.

– ¿Y a cambio?

– ¿A cambio de qué?

– De un equipo humano, material y dinero.

– La gloria.

– ¿Está de broma? -respondió Yves Picot molesto.

– No, no lo estoy. Si encontramos unas tablillas donde se cuente el Génesis [6] dictado por Abraham, el descubrimiento de Troya o de Cnossos serán pecata minuta .

– No exagere.

– Usted sabe igual que yo el alcance de un descubrimiento de esa índole. Tendría una trascendencia histórica, además de religiosa y política.

– ¿Y ustedes qué ganan? Llama la atención su empeño teniendo en cuenta la situación de su país. Resulta frívolo que estén pensando en excavar cuando dentro de poco les van a bombardear. Además, su patrón Sadam ¿está dispuesto a permitir que una misión arqueológica extranjera se ponga a excavar o haría una de las suyas, por ejemplo detenernos a todos acusándonos de espías?

– No me haga repetir algo que sabe mejor que yo: sería el descubrimiento arqueológico más importante de los últimos cien años. En cuanto a Sadam, no impedirá que viajen a Irak arqueólogos europeos, le servirá de propaganda. No habrá problemas.

– Salvo que los yanquis les va a bombardear y no creo que les preocupe mucho la arqueología. Seguramente no saben ni dónde está Ur.

– Usted decide.

– Lo pensaré. Dígame cómo localizarle.

Ahmed Huseini le dio su tarjeta. Los dos hombres se despidieron con un apretón de manos. Otro hombre sentado en la mesa de al lado que leía distraídamente el periódico había logrado grabar toda la conversación.

[6] «Cayó Abrán rostro en tierra y Dios le habló así: "Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás más Abrán, sino que tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido".» Génesis 17, 5 (Biblia de Jerusalén).


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